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Dejo aquí una interesante crónica (forma y fondo extraordinarios) publicada en la revista Proceso que circula esta semana (1922). Vale la pena leerla. “Encuentro con La Bestia en el País de las Ladies y los Mirreyes” Fabrizio Mejía Madrid En México los maestros siempre han estado entre el cielo y el infierno: de “apóstoles”, desde que a Vasconcelos se le ocurrió que eran sujetos de una “misión cultural” –el alfabeto y la tabla de multiplicar como evangelización–, a lúmpenes, vándalos, faltistas, ignorantes, violentos, intolerantes, chantajistas. El Apóstol se eleva cuando cumple, obedientemente, su labor en el salón de clases. El Violento se precipita cuando pide aumento salarial. Llego al Zócalo de la capital, donde los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) están viviendo desde el 8 de mayo en protesta por la reforma educativa del PRI, pensando que son algo intermedio. Y, en efecto, si bien el primer contacto es olfativo –el tufo a baño público, comida descompuesta, sudores– te avasalla desde la entrada, lo que ves son cientos de carpas de plástico improvisadas –el radio, la televisión te han dicho durante días que son nuevas–, atadas a la piedra con hilos y clavos. Adentro, comen, hablan, duermen los maestros rurales. A diferencia de otros plantones en el Zócalo, no hay mantas ni letreros hechos a mano para anunciar sus demandas. El plantón es sólo la contundencia de la presencia. Están ahí, y eso basta. Sólo hay dos letreros: “Camión de regreso a Oaxaca: 280 pesos. Turístico” y “Cinco pesos por el baño. Hombres, sólo pipí”. Lo demás, lo esencial, es la contigüidad, el ocupar el espacio. Y la CNTE tiene razón en varios niveles: su presencia no es una representación, es un síntoma; no es una interpretación, es un registro; no es un comentario, es un informe. Lo que digo es que, sólo de ver a los maestros, queda claro el rostro intermitentemente visible del país: la pobreza, lo rural como bilingüe, lo descalzo y lo lejos del mito vasconcelista. No son ángeles. Son pobres. En el discurso a la salida de Los Pinos del “Camarada” –así se dicen entre ellos y su himno es “Vencereemos mil cadenas habrá que rompeeeer. Vencereeemos, Venceeeremos, al Estado sabremos vencer” –Juan José Ortega Madrigal, de la Sección 18 de Michoacán, la palabra que más se repite es “contundencia”. Tras la aprobación de la reforma educativa en una “sede alterna” de la Cámara de Diputados –nada más el Centro Banamex, para rizar la metáfora–, los maestros rurales se han movido por la Ciudad de México como si estuvieran en Tixtla: bloquean las dos sedes del Congreso, las entradas a la Terminal 1 del Aeropuerto Internacional, el Periférico para protestar contra los noticieros de TVAzteca, y Avenida Chapultepec para ir en contra de Televisa. Son 22 mil. Luego, serán 35 mil, apoyados por maestros que llegan de Chiapas y Tabasco. Sus colores y olores escandalizan al México que votó por Peña Nieto: el de las Ladies y los Mirreyes. La “contundencia” de los maestros es simple obra de su presencia en las calles. Su visibilidad es su demanda. Transitas el Zócalo agachándote para librar tanta cuerda, hilo y mecate que tensa las tiendas de campaña hechizas. Quien quiera ver a los maestros del sur del país tiene que pasar por hacerles una reverencia. Desde el interior oscuro, en huaraches, camisetas rotas, comiendo tlayudas sin carne o arroz con diez granos de frijol, los ojos te miran desde la distancia, enrojecidos por las guardias, llenos de aguaceros inmemoriales, de soles en las caminatas. Oyes a uno de los dirigentes magisteriales de Pinotepa, Francisco, decir por un teléfono celular: –¿Viste Tercer Grado en Televisa? –en realidad se refiere al “programa especial” de los “analistas” en el Canal 2–. Los cabrones competían por ver quién nos pendejeaba más. Y se ríe. Mexican Next Top Lady El enfrentamiento entre los maestros y la televisión se puede rastrear desde los cincuenta, en que Telesistema Mexicano –el antecedente de Televisa–comienza una campaña anti-intelectual en la que todo debe ser “entretenimiento”. Es decir, El Chavo del 8. Después, en 1977, durante la huelga de los sindicalistas en la Universidad Nacional, Televisa se inventará como esquirol con programas que, más que fallidos, querían sustituir a los profesores universitarios. Pero la señal de alerta fue la aparición de una película, De panzazo (Rulfo, 2010), calca de la que produjo Bill Gates (Waiting for Superman) para criticar la educación pública en Estados Unidos. El director declaró que, en el caso de México, se había basado en los resultados del estudio de Mexicanos Primero, una fundación del empresario Claudio X. González y cuyo “consejo” preside Fernando Landeros, Chobi, el creador del Teletón de Televisa. Por eso los maestros ahora hacen plantones frente a las dos televisoras (en realidad son una y media, porque son socias) el 27 de agosto. La pinta que sintetiza el malestar: “La pintura se borra, sus mentiras, no”. Y es que, entre estos cuerpos tirados en el Zócalo, entre estos maestros que, a una señal, se enfilan al bloqueo, a la caminata desde sus estados, que no duermen ni comen, hay una disputa cultural entre transmitir y televisar, entre lo memorable y la promoción. Entre la escuela y la televisión se extiende un combate por el tiempo. La educación lo prolonga. La televisión lo acorta. La virulencia de las televisoras contra los maestros en el Zócalo toca un récord que sólo puede compararse con 1968, 1988 y el desafuero de López Obrador en 2005. Pero ahora contiene un componente de exclusión muy obvio: azuzar a la población de la capital mexicana para que repudie a los maestros sobre la base de la mitología salinista: “nosotros seríamos mejores sin” (cuando la educación justo repite: “esto por lo cual somos así”). Es la exclusión contra la comprensión. Y es exactamente el País de las Ladies y los Mirreyes. En el pequeño año de la presidencia de Peña Nieto, nos hemos hartado de lo que ya se llama el síndrome “lady” o “mirrey”: la prepotencia y la arbitrariedad del influyentismo en la vida doméstica. Lo conocemos de sobra: una señora ebria atropella a una transeúnte y su defensa es que es novia de un político, que insulta porque considera que es aparentemente rica, por encima del lumpenaje; el hermano del expresidente Salinas sale exonerado de la cárcel; el capo del narcotráfico es excarcelado; a los empresarios se les disculpa de pagar impuestos; los jueces, los exgobernadores y el propio Presidente abjuran de sus responsabilidades filiales usando sus puestos. El imaginario de este nuevo país: el poder es para aplicarlo contra el más débil, nunca contra el poderoso. Y, en México, el débil es pobre, es moreno, es, a veces, un maestro. Los signos de La Bestia A simple vista los maestros rurales en el Zócalo son sólo una probada de lo que sucedió con la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) en esa entidad en 2006. Se les mira en su hermetismo, sus ojos debajo de las lonas de plástico, en los platos de unicel en los que apenas se revuelve un arroz con chile, las señoras –maestras– acostadas en cartones recién mojados por un aguacero de esos de finales de agosto en la ciudad, los señores –profesores– en camisetas sin manga mugrosas explicando a sus “camaradas” –yo siempre he usado esa palabra en broma– que sí quieren una reforma educativa e, incluso –contra lo que la televisión asegura–, proponen un sistema de evaluación a sí mismos. Una evaluación que sea académica y no laboral. Una capacitación que sea para mejorar su función en las comunidades pero que no implique despidos si no la apruebas. Son parte de una historia y de una épica que no hemos querido reconocer como país y que tiene casi 35 años de existir. Fuera del país de las “ladies” hay otro que no cuenta con apellidos rimbombantes, charolas, o créditos bancarios –la pobre clase media mexicana, siempre endeudada– sino con una biografía de supervivencia y ascenso. Un naufragio en el que importa el saber. Un conocimiento que no es medible en memorizaciones sino en la experiencia comunitaria. Florentina Ávila, por ejemplo, es una señora que ayuda a coordinar el pequeño tianguis de artesanías con el que este plantón se financia. Sobre la calle 20 de noviembre hay rebozos, crucifijos de madera labrada, guayaberas. Florentina tiene 40 años, es maestra normalista. Sus dos padres murieron en un accidente de un autobús en Reyes Nopala, Oaxaca, cuando ella tenía apenas seis años. Viviendo en casa de una de sus tías, se hizo maestra porque, como dice, “era la única oportunidad de desarrollarme, además de irme a trabajar del otro lado”. A Florentina no le tocó la insurgencia de los maestros contra el charrismo sindical en 1979, año en que se funda la Coordinadora. Ella misma lo dice, entre-dientes: –La lucha que a mí me tocó era la misma: contra Carlos Jonguitud –se refiere al líder sindical impuesto por el PRI que gobernó el sindicato de los maestros con pistoleros hasta 1989– y contra Elba Esther Gordillo, La Flaca –se refiere a la sustituta, impuesta por el entonces presidente Salinas–. Ellos tienen casas, cuentas, aviones y nosotros tenemos que conseguir la madera y los clavos para fijar un pizarrón en el salón. La CNTE es Florentina. Rechoncha, sonriente, vistiendo una falda a flores y una blusa morada – “no se me ha secado en tres días”, dice pellizcándola con vergüenza– Florentina surge de los maestros en los años ochenta que se forman en un éxodo a comunidades indígenas, que se hacen castellanizadores aprendiendo lenguas locales, que se involucran con las luchas campesinas, que duermen en las comunidades, que ayudan a construir las escuelas desde talar los árboles para hacer tablas, que no tienen más que contratos temporales y sueldos que les tintinean en las bolsas agujeradas. Es una disidencia sindical hecha de asambleas extenuantes, condiciones de trabajo penosas, muchos fracasos, muchos –131– muertos o desaparecidos. La CNTE es lo que queda de las llamadas “coordinadoras de masas”, ese intento por democratizar sus sindicatos, desde la base, donde cada sección llega a acuerdos de asamblea sólo cuando existe un punto general sobre el que se pueden tomar acciones. Los maestros, los jornaleros, algunos obreros formaron parte, hace dos décadas, de esa insurgencia sindical. Pero, la verdad, es que, de todo eso, hoy sólo queda la Coordinadora. Más hacia el centro del Zócalo, entre el asta bandera y el Palacio Nacional, hay que agacharse y entrar encorvado a ver a José Luis Alcántara Ramírez, un profesor de Huejutla, Hidalgo. Su rostro está debajo de una luz azul, que es la de la manta que pudieron conseguir para improvisar el campamento hidalguense. Y esa es otra lección de la CNTE: en realidad no es una organización sólida, sino que depende de las localidades, de los pueblitos, de las comunidades, donde todo está imbricado, desde las luchas por la tierra hasta los saludos a la bandera en la escuela. El Zócalo se divide en carpas que son pueblos más que secciones sindicales. Y debajo de su lona que es Huejutla, el profesor Alcántara platica: –A mí la gente de Elba –se refiere a la lideresa hoy encarcelada– me trató de cooptar para servirle de golpeador. Soy maestro de educación física. Me ofrecía doble plaza: una en Huejutla y otra en Pachuca. Le dije a mi esposa y ella no estuvo de acuerdo. “¡Cómo que vas a ser pistolero, si eres maestro!”, me dice. Y que ella también se mete de maestra. Ella da clases bilingües de náhuatl-español para matemáticas. Pero ya no nos alcanza con los dos sueldos. Y ahora vienen éstos con que nos quieren quitar las plazas. De una cosa estoy seguro: esta movilización de maestros, una de tantas desde aquella en la que el 29 de enero de 1980 tan sólo 3 mil maestros se instalaron en el Zócalo de la Ciudad de México, es más laboral que académica. Por eso la trampa discursiva de la televisión les ofende: son los maestros del campo reducidos, ya no a su condición de asalariados mal pagados, como en la década pasada, sino al lugar de “chantajistas”, “vándalos”, “irresponsables”. Lo cierto es que ya no hay “apóstoles”, sino pura hambre. No hay “misiones”, pura indignación después de 60 años –al sindicato lo inventa Ávila Camacho bajo el signo de la “unidad nacional” – de represiones, muertos, desaparecidos, traiciones, flujos y reflujos, que las Normales fueran hechas a un lado, que la educación privada desplazara a la pública al menos en los gabinetes presidenciales –con los resultados que ud. conoce–, de caminatas de sus estados a la ciudad, de mal comer, de mal dormir, de estar tan harto que ya desconfías hasta de los voceros de tu propia asamblea. El profe Alcántara desconfía de todos. No cree en los partidos, ni en el Congreso, ni en López Obrador, ni siquiera en la CNTE: –Andan diciendo desde el domingo que la sección XXII de Oaxaca negoció ya la cabeza de Ulises Ruiz con una Comisión de la Verdad –se refiere al exgobernador que le solicitó a la presidencia de Vicente Fox la entrada de la policía contra la APPO–. ¿Y nosotros? Nos van a quitar los trabajos con el argumento de que no pasamos un examen que quién sabe quién inventa. Nosotros sabemos cosas que no pueden evaluarse: si una cosecha necesita nitrógeno porque el maíz tiene las hojas amarillas, si va a llover porque la luna esta curva, si hay que hablar con un padre de familia porque le pega a su esposa y el niño va bajo en calificaciones. ¿Eso se puede poner en un examen? En cuclillas, debajo de la lona azul, apunto su respuesta. Levanto la cabeza y lo miro a los ojos. Su mirada enfurecida, resignada, incierta. Todo eso. Alicia en la historia de dos países Alicia es la hija de uno de los líderes magisteriales de Michoacán. Debo corregir: por su naturaleza asambleística, de base, no hay líderes en la CNTE, salvo momentáneos. Algunos de ellos han muerto o se han dejado absorber por los gobiernos de los estados o por el sindicato del charrismo más absoluto, el de Jonguitud y Elba Esther y quien sea que esté ahora a las órdenes del Señor Presidente: la política del garrote y la zanahoria. En el caso de Michoacán, en el Año Nuevo del 2010, se inauguró en la Sección XVIII de Michoacán, donde Alicia nació, una estatua del líder Francisco Javier Acuña que, tras fundar la CNTE, murió en un “accidente carretero” en Chilchota, en 1999. El chofer que causó el choque, tras ser aprendido, “huyó”. Alicia juega entre las carpas de plástico agujeradas del Zócalo como si tal cosa. Trae una carreola donde mece a una muñeca. Pero, de pronto, la hace caer del carrito, la levanta, la peina, la consuela y la vuelve a sentar en la carreola. Enciendo un cigarro, más para deshacerme del olor de los maestros en el Zócalo que por genuina adicción, y me enfilo hacia la calle de Madero para salir de ese país y encontrar al otro. Los dos son igual de injustos. En la radio dicen que los maestros “lavan dinero”, o que provocan la incautación del derecho –tan vanagloriado desde tiempos de Zabludovsky en Televisa– a la circulación; como si el derecho a la manifestación y a protestar contra una reforma que puede cambiar toda una vida fuera equivalente a llegar una hora tarde al trabajo–. En la televisión se pide la represión contra los maestros con la urgencia de que constituyen –honor que les hacen– “un desafío al Estado Mexicano”. En el País de las Ladies y los Mirreyes los pobres no deberían siquiera de existir, menos hacerse visibles. Estorban, habría que recogerlos como basura. Como dijo una de las tantas hijas del presidente Peña, “son la prole”. “El pelado”, “el naco”, “la prole”. Toda una tradición del desdén. Y, del lado de las dirigencias sindicales, acaso la tentación sea negociar con el país de los poderosos, aprovechando la fuerza de ese otro país, el de los pobres. Puede ser o no. Depende de los cálculos de los políticos. De lo que sí estoy seguro es de que Alicia levantará, una vez más, a su muñeca para peinarla y volver a enfilar su carreola. --fin de texto--
Posted on: Tue, 03 Sep 2013 17:47:31 +0000

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