Disconformidad en La Empresa El altísimo hombre se paseaba - TopicsExpress



          

Disconformidad en La Empresa El altísimo hombre se paseaba meditabundo, un tanto caviloso, por detrás del lujoso escritorio, que parecía de tallado marfil, pero que no lo era. Se mesaba su larga y reluciente barba blanca de tanto en tanto. La cabellera, también larga, estaba a tono con su barba y con el opulento escritorio. Se detuvo por un efímero instante y contempló el jardín que se extendía más allá de uno de los amplios y omnipotentes ventanales del recinto, donde todo parecía fresco verdor, y que, sin más, no lo era. -La cosa se está saliendo de control, Pedro -dijo el hombre; aunque más para sí mismo que dirigido a su interlocutor. Su voz sonaba potente y, sin embargo, carente de ímpetu, como una voz de casete, grabada desde hacía demasiado tiempo en el pretérito. -Jefe -carraspeó Pedro; luego moduló el tono y prosiguió-, tenemos prácticamente a todo el mundo trabajando en el caso... -"El mundo, el mundo..." -murmuró el hombre, casi como buscando exprimirlo con tan sólo su voz y obtener, así, un jugo destilado que su amarga y desazonada sed. -Es de máxima prioridad para nosotros restablecer la situación, jefe -continuó el subordinado-. Incluso los chicos de la planta baja, aunque un poco cohibidos, eso sí, se abocan al tema. -Se desprendía un dejo de soberbia de las palabras del empleado, que no fue pasado por alto. El alto hombre, el jefe, se volvió a mirarlo. -Con pecados capitales a mí no, ¡eh! ¡A mí... no, Pedro! -El semblante adusto como la tempestad-. Y Gabriel, ¿ha conseguido algún avance? -preguntó luego, ya más calmo, cual sobreviviente a un naufragio intrínseco. Pedro, resentido por la briosa amonestación del mandamás, repasó con las yemas de sus dedos las incrustaciones doradas que orlaban el gran mueble imperante de la estancia. Parecían citrinas, pero, no obstante, no lo eran. -Lo siento, jefe, pero no hay noticias por esas lides... Y Miguel (por si le interesa saberlo) sigue inhallable. El jefe hizo omisión de este último comentario. Continuó con su caminata ambulante. Luego volvió a detenerse y volvió a contemplar por el ventanal. En el exterior, una pluralidad de niños pequeños, semejantes a hermosos querubines, retozaban con alegría por la majestuosidad del jardín. -A veces, mi querido Pedro (a Pedro se le iluminó la catadura como si le hubiesen puesto un incendio frente a la cara tras el elogio, tras el adjetivo de presumible afecto), desearía haber elegido "otra" profesión, ¿sabes? No sé... cualquier otro oficio no tan... digamos, estresante. Copista, albañil, herrero... algo así, de esa índole, de índole tranquila, que no demandara tanta, tantísima responsabilidad. -En este punto hizo una pausa y se mesó la tupida y canosa barba-. ¿Sabes?, siempre he pensado que podría haber sido un muy buen marionetista..., un gran marionetista..., un excelso marionetista. "Bueno, comandar la empresa no se aleja tanto de eso, jefe", pensó para su coleto Pedro. Empero, en cambio, dijo: -Perdóneme mi lenguaje, jefe, pero eso me parece una reverenda "huevada". Sin usted, nada sería tan maravilloso cómo lo es. Usted ha hecho posible el progreso, jefe. Sin usted, ¡nada sería! Usted es como la crema en la torta. Como el aderezo en la hamburguesa. Como la pimienta en la sopa. Como el... Pedro cortó con su monserga alimenticia de modo ultraligero, casi como si unas afiladas tijeras hubieran cortado de cuajo su capacidad del habla. A la sazón, no hacía falta, ¡ninguna falta!, que el jefe se lo preguntase, pues el semblante de este lo hacía, y muy pertinazmente, aparte, por él: "¿Estas pensando en comida, Pedro?" La luminosidad se extinguió del rostro del empleado. -No es que piense en comida, jefe -se apresuró a acotar-. ¡Para nada, para nada...! -Está bien, Pedro. -Se volvió hacia el ventanal-. Ve a tomar un refrigerio. De todas maneras, ahora nesecitó pensar un poco... en soledad. Pedro se levantó del mullido sofá en el que había permanecido sentado durante la charla y salió del despacho. Antes de dejarlo, empero, pudo oír que su jefe mascullaba: -Esto se nos está yendo de las manos... de las manos. Oteando el parque ajardinado de fuera, el jefe pensaba profundamente en el "producto". La manufacturación de este nunca había sido en su totalidad de máxima calidad, y él eso lo admitía. Siempre había habido productos defectuosos, y él eso lo toleraba. La materia prima a veces no era la óptima ni la más pura, y, a regañadientes, él eso lo soliviantaba, lo mejor que podía, y que sabía. Y aun así, el crac empresiarial no se produciría a corto plazo, y tal vez ni siquiera lo hiciera al largo..., pues todo dependía de él. Pero, se dijo, que sencillo que sería dejar la noria sin aceitar, la maquinaria sin reparar, la cinta transportadora sin controlar, al personal en vacaciones permanentes (sin remunerar, claro) y ¡que se fuera todo al diantre! Oprimir el conmutador, además, por supuesto, y permitirse el ocio sempiterno. Sonrió picarescamente. Pedro se regodearía en avieso placer si pudiera sondear sus momentáneos y ominosos, para nada aceptables, pensamientos. Claro que no podía. Pedro no era Dios. Y ése era el problema, pensó. No que Pedro no fuese Dios, sino Dios mismo. -¡Dios! -apostilló para sus divagaciones mentales. Le dolía la cabeza. Llamaron a la puerta. Los golpes sobre la noble madera se le antojaron igual que golpes dados a un gong. Y... hablando de Roma... (O pensando, en todo caso, más bien.) -Permiso, jefe -dijo Pedro, asomando su rizada cabeza por entre la puerta entreabierta. -Pasa, Pedro, pasa... -le dijo él mientras que se masajeaba las sienes. Pedro se adentró en el luminoso despacho, que parecía hecho de luz, pero que no lo era, y tomó asiento en el sofá que le corrrespondía. En una mano asía un dossier de tapa púrpura con ribetes plateados. El jefe permaneció de pie, como era consabido ya para Pedro. -Hemos dado con el producto imperfecto, jefe -acometió el empleado, dubitativo-, pero me temó que no le serán a usted de mucho agrado las noticias subsecuentes. Nada grato de oír, jefe... -Ya me lo temía yo... -Ejecutó un ademán con una mano para restarle importancia. El dolor de cabeza se incrementaba a goliardos pasos. -...se ha propagado, se ha extendido más de lo esperado, jefe. Y ha contaminado, eh..., este..., en fin, por si fuera poco, un número ingente del resto de la producción. Con el silencio, desde el deifico jardín llegaron amenas y armoniosas risas infantiles. El jefe miró al empleado de hito en hito, y, con el ceño fruncido, le preguntó: -¿Cómo de grave...? Y, Pedro: no te andes con remilgos o preámbulos, ¿estamos? Pedro no lo hizo. Dijo: -A nivel mundial, jefe. "¡Carajo!" Ya se lo temía él. Era de esperar. Esos impertinentes seres se excedían en su albedrío. No era nada nuevo; venían haciéndolo desde los albores; venían tergiversando La Fuente desde siempre. Pero habían colmado el vaso. Era el colmo de los colmos. No los respaldaría más. Que se las arreglaran para producir por ellos mismos, ya que eran -o creían serlo- tan dotados, tan dúctiles, tan duchos en esas faenas. -Cierra la empresa, Pedro. Nos mudamos. -Pero jefe... -¡Es una orden! ¡Han colmado mi paciencia, y nos mudaremos! Informa al personal... Y que avisen, también, al desfachatado de Miguel. ¡Nos vamos! -Sí, jefe. Pedro abandonó el despacho por segunda vez en el día, no sin antes haber dejado el expediente de púrpura tapa con ribetes plateados sobre el mastodóntico escritorio, no sin antes haber pensado en una nueva réplica, no sin antes haber oído a su patrón, otra vez mirando hacia el verdoso parque exterior, decir: -Es inconcebible... inconcebible. Una vez solo en su espacioso sanctasanctórum, el jefe abrió por el inicio el informe. Era casta costumbre, tan sólo rutina, pues ya conocía su contenido gramatical de antemano. Por ende, no hacía falta ser adivino, no se necesitaban dotes de precognición, no era menester de la clarividencia para saber lo que él "sabía". Ah, pero era la última vez que lo tomaban a chacota. Qué se las arreglaran como pudieran. Qué otro se hiciera cargo, si así lo deseaba. Pero con él, con su "nombre", qué ya no se metieran... Aunque de ahora en más, con esas cuatro letras, en realidad, podían hacer lo que les viniera en gana; un tirabuzón, una salva o una guerra nuclear (¡desagradecidos productos del corno, desgraciados insolentes!), porque ése ya no sería su nombre de ahora en más... Que lo adquiriera otro, si ese era su desatinado tino. ¡Al demonio con todo! Y ellos se lo habían buscado. Ellos: "la productividad". Leyó la pulla. Leyó lo siguiente: Manda la palabra DIOS (espacio) al 1212 y recibí diariamente en tu teléfono celular la gracia divina del Señor El vaso rebasó, por supuesto, ¡cómo no iba a hacerlo! ¡Tamaña insolencia! Podía parecer un acto rencoroso, y sí, sí lo era. "¡Al diablo con las normas!", se dijo Dios, y cerró el dossier. Apocalip-Fin...?
Posted on: Thu, 08 Aug 2013 07:56:18 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015