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EL ESPIRITU POLICIAL Del conjunto de normas internalizadas por la sociedad y el moralismo que lo caracteriza es algo muy diferente de la verdadera moralidad a pesar de que la mayoría de las personas no sepa diferenciarlo ni comprenda la inmoralidad moral compulsiva, a través de la cual la persona hipócritamente encubre lo que considera sus imperfecciones y se erige en moralmente superior a los demás a la vez que críticamente inferiorizan a los demás y a veces terminan dominándolos. Las posiciones convencionales establecidas hace centenares de siglos, distinguidas por nombres y trajes, se imponen hasta tal punto a los hombres, que estos, olvidando las condiciones normales de vida no juzgan sus acciones y las de los demás sino desde el punto de vista convencional y su descripción entraña algo así como la vida ficticia que suplanta a la verdadera, en vista de la susceptibilidad de las personas a la auto importancia que tales roles ficticios le confieren. Una cosa es comunicar una visión del mundo y otra dictaminar lo que la gente deba pensar bajo pena de persecución o incomunicación. Y lo mismo vale respecto a la esfera de la acción, hay una gran diferencia entre el consejo y la obligación o la prohibición. Desde los días míticos de Moisés estamos acostumbrados a los mandamientos. Supuestamente existen para nuestro propio bien. El problema es que nuestras creencias que se dicen inculcadas por una autoridad temible, se tornan en obstáculo para la verdadera comprensión de su contenido, de modo que la moral compulsiva se torna en moralismo y ello implica la institución de un estado policial intrapsíquico que puede muy bien controlar la conducta pero interfiere con el desarrollo ético profundo o superior. Tan acostumbrados estamos a que el moralismo nos diga que debemos ser morales y cómo serlo que ya no podemos dar cuenta de cómo ello entraña una maniobra de poder que declara a las personas malas o buenas e impera sobre ellas desde una posición de implícita superioridad. El moralismo no sólo es secretamente inmoral al poner el menosprecio al servicio del dominio, sino que también es una enfermedad cuando lo volvemos hacia nosotros mismos, por más que éste constituya un mal tan generalizado e idealizado en todo el mundo civilizado que no lo percibimos como tal. Pero pensemos ahora en un “experimento en el pensamiento”, imaginemos un mundo sano en que la religión dejara de ser autoritaria y dogmática ¿Acaso no anticiparíamos que una vez desaparecidos los muros artificiales que se han erigido entre las distintas tradiciones, naturalmente ocurriría lo que ya ha ocurrido en la ciencia y en el arte, dando lugar así a una integración entre las muchas corrientes históricas de creatividad espiritual? Es normal que todas las contribuciones creativas a una esfera determinada de la cultura vayan integrándose.
Posted on: Wed, 24 Jul 2013 06:17:00 +0000

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