El Santuario Celestial: Lugar Donde se Define mi Destino En el - TopicsExpress



          

El Santuario Celestial: Lugar Donde se Define mi Destino En el santuario celestial no solo se define el destino de las naciones, sino también el destino de los seres humanos; el mío, el suyo, el de todos. Cuando el profeta se vio a sí mismo ante la ígnea gloria del Rey del universo, creyó que su sentencia de muerte era inevitable. ¿Acaso no murió el rey Uzías por haber penetrado al interior del santuario? Es probable que Isaías creyera que le sucedería lo mismo. Después de todo, el mismo Señor le había dicho a Moisés: «Ningún hombre podrá verme y seguir viviendo» (Éxodo 33:20). Por eso, al saber que se hallaba ante la presencia del gran Rey, el profeta tan solo atinó a decir: «¡Ay de mí, voy a morir!» (versículo 5, DHH). Cuando quedamos envueltos por la atmósfera de santidad que se respira en la presencia de Dios, no nos queda más que reconocer nuestra total insignificancia y pecaminosidad; de hecho, el Señor «habita con el quebrantado y humilde de espíritu» (Isaías 57:15). La escena de Isaías 6 no puede ser un contraste mayor. Mientras que en el templo celestial todos exclaman: «¡Santo, santo, santo!» (versículo 3), Isaías se considera un hombre de «labios inmundos», indigno de unir su voz al coro celestial. La impureza de la boca es una manera de referirse a la degeneración del corazón. Más adelante el mismo profeta admitirá que nosotros «proferimos las mentiras concebidas en nuestro corazón» (Isaías 59:13). Como dijo Jesús, «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Así como la lepra se manifestó en Uzías mediante el deterioro de su piel, nuestras enfermedades espirituales salen a la luz a través de lo que fluye de nuestros labios. Por eso al entrar en el santuario de Dios lo mejor que podríamos hacer es asumir una postura de humildad ante la santidad que allí se palpa (cf. Job 22:29; Salmo 10:17; Lucas 1:52). Cuando Josué, el sumo sacerdote, estuvo delante de Dios, puso de manifiesto una completa sumisión y humildad, y ni siquiera articuló palabra (Zacarías 3:1-8). Por medio de Habacuc el mismo Señor declara: «Yo estoy en mi santo templo; ¡ante mí debe callar toda la tierra!» (Habacuc 2:20, TLA). Al entrar a la gloria del santuario celestial resulta oportuno el consejo de Jeremías: «Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová» (Lamentaciones 3:26); y si acaso tenemos que abrir la boca, que sea para susurrar esta oración: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lucas 18:23). Tengamos en cuenta que, como dice la señora White, «nada es más esencial para la comunión con Dios que una profunda humildad» (Testimonios para la iglesia, tomo 5, p. 47). Cuando Isaías reconoció su indignidad, voló hacia él «uno de los serafines, trayendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas» y tras haber tocado los labios del profeta, le dijo: «He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa y limpio tu pecado» (versículos 6, 7). Aquí tenemos una escena llena de elementos cúlticos. Este es el único pasaje bíblico donde se menciona a «los serafines». En hebreo esta expresión significa «los que arden». Cuando Juan recibió una visión del trono/templo celestial también vio a seres con «seis alas» que, como en Isaías 6, exclamaban: «¡Santo, santo, santo!» (Apocalipsis 4:8). El vidente de Patmos describe a los «seres vivientes» como «llenos de ojos» (versículo 6), un modismo hebreo que alude a seres deslumbrantes, llenos de colores. En la visión que Ezequiel tuvo del trono de Dios, también menciona a «cuatro seres vivientes [...] que centelleaban a manera de bronce bruñido» (Ezequiel 1:5, 7). En el capítulo 10, Ezequiel los llama «querubines». Elena G. de White identifica a «los serafines» de Isaías 6 como los «querubines [que] a ambos lados del trono brillaban con la gloria que los rodeaba por estar en la presencia de Dios» (La verdad acerca de los ángeles, cap. 11, p. 140). Por tanto, en el capítulo 6 de su libro, Isaías está describiendo la contraparte celestial de «los querubines» que cubrían el arca en el santuario terrenal (ver Éxodo 25:18-20; 37:9). Mientras que en el santuario terrenal los serafines/querubines eran seres inanimados, la realidad celestial los describe como «seres vivientes» que actúan en favor del «quebrantado y humilde de espíritu» (Isaías 57:15; cf. Mateo 5:3). Uno de estos personajes tomó un carbón del «altar». La construcción en hebreo del versículo 6 hace énfasis en que el serafín tomó el carbón antes de «volar» hacia donde estaba Isaías. Este movimiento podría sugerir que «el altar mencionado en el texto probablemente sea el altar del incienso localizado en el templo celestial» que Juan menciona en Apocalipsis 8:3. Ahora bien, lo relevante para nosotros es que en el interior del santuario celestial, frente a querubines, serafines, seres vivientes, ante su mismo trono, Dios pone de manifiesto su deseo de perdonar. La confesión de impureza de Isaías hace que todo el santuario celestial se movilice a fin de quitar la inmundicia del profeta. Mientras que los ministros del santuario terrenal evitaban por todos los medios entrar en contacto con todo lo que fuera inmundo, Isaías, a pesar de su inmundicia, fue tocado. ¿Y qué sucedió? El pecado confesado del profeta no contaminó a Dios, sino que Dios purificó al ser humano de la contaminación del pecado. El Señor es el único que puede tocar al pecador, «llevar el pecado y aun así permanecer santo». El santuario celestial es como un manantial abierto en el que podemos sumergirnos y lavarnos de la contaminación del pecado y de la inmundicia (Zacarías 13:1). No podemos obviar el hecho de que el proceso de purificación es resultado de la obra que lleva a cabo el Señor. Él es quien inicia la obra de purificación en el profeta. El pecado fue quitado y perdonado porque Dios desempeñó un papel activo y a su vez Isaías asumió una postura pasiva, de completa sumisión. En Isaías 6:7 aparece la palabra hebrea kaphar, un término que en el Antiguo Testamento se usa en estrecha relación con la eliminación y la purificación del pecado. Habláremos más de este vocablo en otro capítulo de este libro. Pero no podemos dejar de mencionar aquí que kaphar conlleva la idea de cubrir y expiar. Su uso sugiere que el Señor cubrió y perdonó, gracias a su misericordia, el pecado de Isaías. El profeta Miqueas se refirió a esto cuando escribió: «Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades y echará a lo profundo del mar todos nuestros pecados» (Miqueas 7:19). Como dice Robert L. Cate, cuando Dios «perdona el pecado, lo cubre». Cuando Dios quita y perdona el pecado los resultados se dejan ver de inmediato. En hebreo los dos verbos están en tiempo perfecto coordinado; es decir, «ambas cosas sucedieron simultáneamente». Por lo tanto, en Isaías 6 «el santuario celestial emerge como el lugar donde el Señor perdona el pecado del profeta» y donde quedó demostrado «que por el fuego del amor divino fue quemada en la boca y el corazón del profeta toda impureza pecaminosa». En el santuario celestial se decidió el destino del profeta: ser perdonado para que cumpliera con poder y denuedo su misión como mensajero del Rey del universo. En el santuario celestial Isaías recibió el perdón, y ese perdón lo capacitó para cumplir la tarea para la cual Dios lo había destinado (versículos 8-13). En otras palabras, el privilegio del perdón conlleva también la responsabilidad de una misión. Libro Complementario
Posted on: Thu, 03 Oct 2013 04:16:40 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015