El día que conocí a Ursula Barboza entendí que hay seres - TopicsExpress



          

El día que conocí a Ursula Barboza entendí que hay seres humanos más grandes. mejores. más fuertes. Esta es su historia y la de millones de padres en el mundo. Mi columna de hoy en el Comercio va dedicada a ellos, a mis amigos que vieron partir a sus hijos, a todos los que extrañan a sus pequeños. Toda mi admiración para ellos. Ante el dolor de los demás Ursula Barboza quería reunirse conmigo para contarme que hace ya tres años su pequeño Gabriel falleció en un accidente. Quería explicarme, con una serenidad que descubrí heroica, que el día que su niño de cuatro años murió descubrió el miedo. Conoció la cólera. Experimentó la culpa. Entendió también que los accidentes son situaciones impredecibles que ni el reproche, ni las ganas de retroceder el tiempo evitan. A Ursula Barboza un día la muerte cambió su vida para siempre y junto con la desesperación de la ausencia de Gabriel se enfrentó a la indiferencia del otro. Y no hablamos de una indiferencia consciente, calculada, sino de esa terrible ley natural según la cual lo seres humanos negamos aquello que nos enfrenta a nuestra propia vulnerabilidad. A nuestra propio terror de ponernos en lo zapatos del otro, cuando esos zapatos encierran más tragedia de la que estamos dispuestos a tolerar. Ursula Barboza descubrió el día que vio partir a su pequeño Gabriel que las personas no son malas, que verdaderamente trataban de consolarla, pero que ella nunca iba a dejar de ser aquella a la que le había ocurrido eso que todas las madre queremos que le pase a otra. Eso que los maridos rezan por no tener que contener, ayudar, soportar, mientras esconden su propio dolor. A Ursula Barboza se le murió un hijo, y automáticamente se convirtió en un individuo que despertaba compasión; pero también rechazo. “No me cuentes, no quiero saber, no quiero imaginar, no quiero escuchar” esas son las palabras que nos saltan a la cabeza cuando nos enfrentamos a esta madre de la mirada serena y muy triste porque no nos da la gana de imaginarnos, ni por un instante, que podríamos ser ella. Porque no queremos saber que la lejana y perversa posibilidad de perder un hijo se puede hacer realidad. En un instante. Cuando Úrsula se descubrió huérfana de Gabriel se reconoció huérfana del mundo, y se dio cuenta que nadie iba a poder hacer nada por salvarla de esa suerte de agujero negro que tenía en el alma. Intuyó también que no era la única que se sentía desamparada. Sospechó que el mundo estaba lleno de madres y padres que llenaban sus días sin gabrielitos, brunos, juanes, andreas, albas, fanys, carlas… El día que Úrsula entendió que Gabriel se había ido para que ella descubriera su lugar en este mundo investigó, se documentó, se preparó y creó Thaniyay (sanarse, en quechua), un espacio donde los padres de hijos fallecidos son acompañados en su duelo, son acogidos. En Thaniyay (thaniyay/) no hay reproches, nadie juzga. Solo se coloca el hombro, se da el brazo para ayudar al otro a atravesar el duelo más duros de sus vidas. Thaniyay funciona actualmente en Lima, Arequipa y Trujillo, y Úrsula ya trabaja para llevar este espacio de consuelo a Piura, Chiclayo y Chimbote. Cada vez son más padres y madres que se abrazan entre sí para llorar por sus hijos perdidos. Para acompañarse. Para escucharse... Hoy mi hijo cumple 6 años y no puedo dejar de pensar en Gabriel. Hoy miro a Adriano, y no me quiero acordar de la tragedia que vivió Úrsula. Pero hoy escribo sobre ella y me acuerdo. Y la admiro. Y hoy agradezco profundamente su vida destinada a alejar a otros del terror de la muerte.
Posted on: Thu, 14 Nov 2013 16:21:07 +0000

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