El eterno amor de Dios es el mismo ayer, hoy y siempre AMIGAS - TopicsExpress



          

El eterno amor de Dios es el mismo ayer, hoy y siempre AMIGAS ¡Por fin me podía tomar un muy necesario descanso de dos semanas! En efecto, estaba contenta ahora que iba a poder relajarme con familiares y amigos, lejos de las exigencias constantes que afronto en mi servicio voluntario en el extranjero. Llegué a la casa de mi familia y me disponía a olvidarme de todo, cuando de pronto sentí el impulso de revisar mi buzón de correo electrónico. Ni siquiera había sacado la computadora portátil de la bolsa de viaje. Tuve la tentación de no molestarme en encenderla, procuré desechar la idea, pero no lo conseguí. Al final cedí. Tan pronto me conecté, vi que mientras viajaba se me habían acumulado los mensajes en el buzón. Empecé a verlos cansadamente, separando el spam de los de los verdaderos mensajes. Mientras lo hacía, me sorprendió encontrar una nota de alguien que solo había visto unas cuantas veces y de quien no había tenido noticias en mucho tiempo. Después de leer el mensaje, llegué a la conclusión de que esa debió ser la razón por la que sentí apremio por revisar el correo. El mensaje decía: En estos últimos meses he estado muy ocupada. Siento no haber podido comunicarme antes. ¿Me perdona? Extraño los artículos y cartas amables que me enviaba. Hace veinte días, unos análisis revelaron que tengo cáncer. Gracias a Dios, aún no se ha extendido. Me van a operar muy pronto. Me gustaría que pudiera venir al hospital ese día o cualquier otro. Estaré ingresada una semana. ¿Podría venir? No me da miedo operarme, ¡pero estoy un poco preocupada! Cuando me enteré, me sentí traicionada. Confiaba en mi salud, y de pronto resulta que tengo cáncer. Estuve muy desilusionada y triste. Luego oré. Dios no me abandonará. Nunca lo ha hecho. Su bondad y misericordia siempre me han acompañado y protegido. Me dio señales que ayudaron a que la enfermedad se descubriera en una fase temprana. Creo que me pondré bien. Muy conmovida por que aquella buena mujer me pidiera ayuda en un momento de necesidad, envié una nota a una compañera que se encontraba en casa, pidiéndole que se comunicara con ella en mi ausencia y, si fuera posible, la visitara y orara por ella. Asimismo, le envié un correo en que le explicaba que estaba ausente y había pedido a una amiga, a la que también conocía, que la llamara y visitara. Le prometí orar por ella. Casi un mes después volví a casa, y me enteré de que mi compañera había visitado a aquella señora en el hospital poco después de la operación. El día anterior había pasado por una experiencia en el umbral de la muerte por complicaciones postoperatorias. Mientras se encontraba entre dos mundos, tuvo la clara sensación de que aún no había llegado su momento de morir, de que Dios todavía tenía planes para su vida. La habían revivido y agradecía estar viva pero, por raro que parezca, la experiencia la había dejado preocupada y deprimida. En ese estado la encontró mi amiga; sin embargo, después de que conversaron un rato, la señora se animó, mientras asía con fuerza la mano de mi amiga orando juntas para que cobrara ánimo y se recuperara con celeridad. Telefoneé a la señora, y me explicó cómo la había conmovido la visita. Que mi compañera fuera a visitarla significó mucho para ella. «Fue como si me hubiera visitado un ángel», me aseguró. Aunque la batalla por su salud aún sigue, nos dio sinceramente las gracias a las dos por nuestras oraciones, y nos pidió que la visitáramos en su casa. Antes de visitarla, tuve el impulso de preparar una tarjeta con algunos pasajes de las Escrituras en los que Jesús, el Gran Médico, mientras estaba en la Tierra, «anduvo haciendo bienes y sanando a todos», indicando también que según la Biblia Él «es el mismo ayer, hoy y por los siglos» (Hechos 10:38; Hebreos 13:8). Mientras oraba y pensaba en qué más decirle, escribí a vuelapluma palabras sanadoras y llenas de amor. Jesús mismo quiso expresar Su amor y preocupación por aquella buena mujer, y Él terminó el mensaje con una breve oración que podía hacer. Conversamos en su casa y le expliqué que mientras oraba había recibido un mensaje de ánimo para ella de parte de Jesús, y que esperaba que no se ofendiera si se lo entregaba. Respondió categóricamente: «Aunque soy de otra religión, ¡amo mucho a Jesús! Cuando estoy preocupada o intranquila, escucho un cassette de un cantante famoso que grabó dos oraciones, una para Semana Santa y otra para Navidad. La que habla de la crucifixión y resurrección de Jesús me infunde mucha tranquilidad.» Abrió el sobre que contenía la carta y se puso a leer el mensaje de Jesús, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Un poco avergonzada, preguntó si podía leer el resto más tarde aquella noche. La siguiente vez que hablé con ella, me dijo que había vuelto a leer todo el mensaje y hecho la oración. Y añadió: «Me llené de paz interior. Ahora he aceptado lo que Dios me ha traído en la vida, y estoy segura de que todo se resolverá.» Seguimos conversando, y las dos llegamos a la conclusión de que lo que en realidad importa en la vida es lo que creemos, amar a Dios y aceptar Sus palabras. ¡Cuánta diferencia haría en este pobre mundo en el que cada vez se levantan más barreras entre los pueblos y las religiones si saliéramos al encuentro de los demás, tendiéramos puentes y nos concentráramos en lo que en realidad importa: amar a Dios y comunicar Su amor al prójimo! Es evidente que Dios no hizo acepción de personas ni religiones cuando envió a Jesús al mundo para manifestar Su amor a toda la humanidad. El eterno amor de Dios no ha cambiado, y Jesucristo, que sanó corazones y cuerpos, es el mismo ayer, hoy y siempre.
Posted on: Sun, 06 Oct 2013 05:16:13 +0000

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