En derredor de los hechos de la Semana Trágica. Conspiración - TopicsExpress



          

En derredor de los hechos de la Semana Trágica. Conspiración judeo-maximalista Ver o descargar Diario del Bicentenario Año 1919 Los primeros crímenes, en esa semana de dolor pero también de gran espíritu proletario y combativo, fueron cometidos por los propios uniformados --al disparar sobre los huelguistas reunidos frente a la fábrica metalúrgica de Pedro Vasena e Hijos, en Cochabamba y Rioja, donde hoy se encuentra la plaza Martín Fierro--, pero, con el desarrollo de los acontecimientos y el miedo burgués a la revolución social, el jefe de la Segunda División del Ejército, general Luís Dellepiane (el mismo que entre 1909 y 1912 había sido jefe de policía, reemplazando al ejecutado Ramón L. Falcón), no sólo fue llamado a asumir la responsabilidad ejecutiva de la represión, sino que también dio vía libre a los civiles para que colaboren. Esos civiles, que muy poco tiempo después formarían la Liga Patriótica y otras estructuras similares, se habían formado en el odio al inmigrante, especialmente los judíos, a quienes acusaban de estar fomentando la conspiración judeo-maximalista para disolver la nacionalidad argentina. El antisemitismo estaba muy arraigado en las clases altas de entonces. Algunos ejemplos: en 1890 apareció en La Nación, en forma de folletín, una furiosa novela antisemita llamada La bolsa de Julián Martel; en enero de 1888 (apenas ocho meses antes de morirse), el mismísimo Domingo Faustino Sarmiento publicó varios artículos antijudíos en El Nacional; el diario La Prensa, en distintas oportunidades, manifestó su oposición a que los judíos formen comunas agrarias en Entre Ríos y Santa Fe; y, sobre todo, la acción del 15 de mayo de 1910, diez días antes del Centenario, cuando jóvenes de clase alta, salidos de la muy exclusiva Sociedad Sportiva Argentina bajo la conducción del barón Demarchi, asaltaron las sedes del Avangard, órgano del Bund, agrupación obrera socialista judía, y la denominada Biblioteca Rusa, para quemar luego sus libros en Plaza Congreso. Refiriéndose al fenómeno antisemita de los represores de la Semana Trágica, el escritor Juan José Sebreli (en el libro La cuestión judía en la Argentina, publicado en 1968 por la editorial Tiempos Modernos) esbozó una interesante reflexión para explicar la xenofobia de la oligarquía de aquélla época: El mismo odio racial que la burguesía liberal sentía por el mestizo, al que trató de sustituir por el inmigrante europeo, se volcó después hacia el propio inmigrante cuando éste se reveló inesperadamente con un dinámico elemento de agitación social. El ensañamiento de esos sectores vinculados con el poder contra los trabajadores judíos durante la Semana Trágica produjo en América latina el primer pogrom (vocablo ruso de antigua data que significa matanza de judíos). Muchos lo consideraron una suerte de venganza por la acción del joven judío Simon Radowitzky diez años antes, aunque el régimen, ya en ese entonces, inmediatamente después de producirse la ejecución del coronel Falcón el 14 de noviembre de 1909, se había cobrado una buena dosis de revancha al encarcelar a más de 3000 obreros y deportar a Europa a centenares de anarquistas y socialistas. El arte de insubordinar documental del programa El espejo retrovisor, de la televisión pública argentina, dedicado al análisis históricdel movimiento político anarquista en Argentina. Participan O. Bayer, Christian Ferrer, J.C. Pujalte, Dora Barrancos y Carlos Torres. La mayoría de los trabajadores judíos había llegado a estas playas huyendo de las persecuciones desatadas por el zarismo en Rusia hacia fines del siglo XIX y, sobre todo, después del fracaso de la revolución de 1905 (la participación judía en ese pronunciamiento había sido muy elevada y el zar Nicolás II acusó oficialmente a la numerosa comunidad judía de conspirar para derrocarlo). La denominación de rusos (en lugar de judíos) en nuestro medio, reiterada hasta el hartazgo en los sainetes, data de ese entonces y se hizo más carne aún cuando la colonia de agricultores judíos de Moisés Ville, en la provincia de Santa Fe --los míticos gauchos judíos-- saludó públicamente el triunfo de la revolución encabezada por Lenín en 1917. Pero las acciones directas de la Liga Patriótica también encontraron una sustentación teórico-filosófica que partía, principalmente, de los sectores más reaccionarios de la Iglesia. Monseñor Miguel de Andrea, el mismo que 36 años después se convertiría en uno de los sostenedores espirituales de la llamada Revolución Libertadora, lanzó una campaña explicando que el peligro nacía del hecho de que los trabajadores y las masas populares habían dejado de creer en Dios, en la Iglesia y en el régimen, en tanto que el obispo Bustos de Córdoba --según consta en La Nación del 25 de noviembre de 1918-- produjo una pastoral acerca de la Revolución social que nos amenaza. Bustos denunciaba allí a quienes enseñan el arte de insubordinar y rebelar a las masas contra el trono y el altar para dar por tierra con la civilización cristiana y ceder el puesto a la anarquía imperante. Ese mismo día (25-XI-1918) el diario Di Idische Tzaitung alertaba: Los curas comenzaron en Corrientes y Junín. Prosiguieron luego sus sermones contra los socialistas y los judíos, con la ayuda de la policía, por todo Buenos Aires y los suburbios. El domingo organizaron una conferencia similar en la avenida Sáenz y Esquiú, rodeado por policías y escoltados por bandidos locales que estaban armados con bastones de acero. Después del mitin partió una manifestación. En Caseros y Rioja pronunció el cura Napal un tenebroso y agresivo discurso. El régimen había decidido así atacar por la fuerza (a través de los parapoliciales que secuestraban, robaban, torturaban y mataban) y, también, tratando de introducir cuñas en el seno del pueblo (a través de una propaganda que llamaba a los argentinos a desoír a los extranjeros) para contrarrestar las ideologías revolucionarias. Pero el pueblo, al menos en esos años, rechazó las provocaciones. Al contrario, en medio de la masacre de la Semana Trágica, se reveló un fuerte sentido unitario. El Comité Ejecutivo del Partido Socialista convocó a una reunión extraordinaria, declarando que los obreros no callaran los crímenes. Por su parte las dos centrales obreras --es decir las dos FORA-- instaron a los trabajadores a proseguir la huelga general por tiempo indeterminado. Los obreros acataron el llamado, abandonando espontáneamente las fábricas y los talleres para convertirse --según La Vanguardia de esos días-- en un mar de olas humanas que rugió su amargura e indignación. Mientras tanto la policía, el Ejército y los civiles seguían matando. Los diarios burgueses hablaban de guerra y enfrentamiento para justificar los crímenes, pero La Vanguardia (9-I-1919) rechazó el argumento: No ha habido tal combate entre los huelguistas y las fuerzas policiales, sino una cobarde y criminal acechanza tendiente a sofocar la huelga por el terror. Los radicales apoyaron la represión a través de su vocero representativo, el diario La Epoca (12-I-1919): No se trata de un movimiento obrero. Mienten quienes lo afirman. Mienten quienes pretenden asumir audazmente la representación de los trabajadores de Buenos Aires (...). Y, aun los trabajadores que aparecen complicados en los actos tumultuosos del ayer, han resultado instrumento de los agitadores (...). Se trata de una tentativa absurda provocada y dirigida por elementos anarquistas ajenos a toda disciplina social y extraños también a las verdaderas organizaciones de trabajadores, una minoría contra cuyos excesos basta oponer la firmeza y la cordura de las gentes partidarias del orden. Otro tanto aducían los diarios del sistema --sobre todo La Prensa y La Nación-- y hasta el New York Evening Mail, furiosa expresión de la plutocracia norteamericana de aquellos años, llegó a manifestar su alarma porque la mano roja del bolcheviquismo se ha alargado hasta el otro lado del Atlántico, empuñando (en la Argentina) la tea, la bomba y el cuchillo. Mueran los judíos El sistema, evidentemente, estaba aterrorizado, y desde sus distintas expresiones, se elevaban demandas en el sentido de expulsar a los extranjeros indeseables, controlar la inmigración, etc. Varias instituciones proponían campañas de exaltación del sentimiento nacional para oponerse a esa runfla humana sin Dios, Patria ni ley (según consta en el folleto titulado Guía del buen sentido nacional editado en Buenos Aires en 1920). Esos proyectos se concretaron finalmente con la creación de la Liga Patriótica Argentina que, oficialmente, decidió erigirse en institución, dado el éxito alcanzado en los días previos para aplastar la conspiración judeo-maximalista. Bajo la presidencia de Domecq García, se reunieron en el Centro Naval los representantes del Jockey Club, Círculo de Armas, Club del Progreso, Yacht Club, Círculo Militar, Damas Patricias, los obispos Piaggio y el ya mencionado De Andrea y otros distinguidos caballeros. Entre los fines anunciados por la LPA se destacaban: Estimular sobre todo el sentimiento de argentinidad; cooperar con las autoridades en el mantenimiento del orden público, evitando la destrucción de la propiedad privada, comunal y del Estado, contribuyendo a mantener la paz de los hogares, inspirar al pueblo amor por el ejército y la marina. La nueva entidad llenó la ciudad de afiches --un instrumento de propaganda que aún no estaba muy en boga--, propiciando además la realización de acontecimientos en distintas plazas con la presencia de civiles armados. Los gritos comunes eran: Fuera los extranjeros; mueran los maximalistas; guerra al anarquismo; mueran los judíos. Nueva Presencia En aquellos días fue detenido un joven periodista judío --Pedro Wald-- que también ejercía el oficio de carpintero. La acusación, tan burda que parecía tragicómica, fue aceptada durante bastante tiempo por los voceros del régimen: Wald estaba destinado por los maximalistas a convertirse en el primer presidente del Soviet argentino. Wald fue salvajemente torturado en la 7ª (ubicada en el mismo lugar donde está hoy: Lavalle, entre Paso y Pueyrredón), pero se negó a confesar. La intensa movilización popular logró que se lo dejara en libertad y, diez años después, en el libro titulado Koshmar (Pesadilla), relató algunos episodios de la represión durante la Semana Trágica. Uno de ellos decía: Salvajes eran las manifestaciones de los niños bien de la Liga Patriótica, que marchaban pidiendo la muerte de los maximalistas, los judíos y demás extranjeros. Refinados, sádicos, torturaban y programaban orgías. Un judío fue detenido y luego de los primeros golpes comenzó a brotar un chorro de sangre de su boca. Acto seguido le ordenaron cantar el Himno Nacional y, como no lo sabía porque recién había llegado al país, lo liquidaron en el acto. No seleccionaban: pegaban y mataban a todos los barbudos que parecían judíos y encontraban a mano. Así pescaron un transeúnte: Gritá que sos un maximalista. No lo soy suplicó. Un minuto después yacía tendido en el suelo en el charco de su propia sangre. (El 9 de julio de 1977, casi seis décadas después, la hija de Wald --Eva-- y su esposo, el ingeniero Carlos María Radbil, fundaron conmigo el semanario Nueva Presencia, para enfrentar a la dictadura militar y proseguir la tradición progresista y revolucionaria de aquellos inmigrantes judíos. El semanario se publicó con esa línea contestataria y antifascista durante diez años consecutivos). Elpidio González El 10 de enero de 1919, mientras La Protesta, editada clandestinamente, llamaba a los trabajadores a armarse para enfrentar los crímenes del sistema, la Liga Patriótica asaltaba los locales de Ecuador 359 y 645, donde funcionaban los centros de los obreros panaderos y de los obreros peleteros judíos. En la avenida Pueyrredón fue atacada la Asociación Teatral Judía. Todo lo que había en los mencionados locales fue arrojado a la calle y quemado. Los transeúntes, además, eran golpeados, mientras la policía montada, en perfecta formación, observaba pasivamente. No sólo se atacaba a los judíos --señaló Wald en el citado libro-- también se escuchaban (aunque más débiles) exclamaciones contra los españoles (gallegos y catalanes) y contra los extranjeros en general. Sin embargo, el odio contra los judíos tenía un carácter especialmente notorio, global e indiscriminado. La persecución estaba organizada metódicamente y dirigida por las propias autoridades. El jefe de Policía, el dirigente radical doctor Elpidio González, lanzó el 10 de enero un llamado dirigido a las Fuerzas Armadas y a las bandas civiles. Las saludaba por la energía y heroísmo (sic) con que lograron dominar la situación, dando una lección a los elementos disolventes de la nacionalidad argentina. Dos días después, el 12 de enero, se publicó un comunicado de igual tono firmado por el general Dellepiane, donde expresaba su profundo agradecimiento a la heroica policía y a los bomberos y a la ciudadanía, que colaboraron junto al Ejército para aplastar el brutal levantamiento.
Posted on: Fri, 08 Nov 2013 09:56:21 +0000

Trending Topics



body" style="min-height:30px;">
Ky status eshte per ty qe kalendari te shenon cdo dite nje date me

Recently Viewed Topics




© 2015