En mi vida...bueno, en esto que me rodea y de lo que voy tirando a - TopicsExpress



          

En mi vida...bueno, en esto que me rodea y de lo que voy tirando a lo que llamo mi vida, hubo una temporada durante la cual le fui infiel a la noche, huía de ella como si estuviera infectada por el virus Ébola y dedicaba toda su duración a dormir. Casi siempre lo hacía sobre la misma cama y en torno a las mismas horas. Me acostaba al rato de cenar, con los dientes recién lavados, con la conciencia tan calmada como la debe tener un delfín y entre sueños en los que el dilema mayor era la elección, cuando intuía que iban finalizando, del tipo de letra que debían llevar sus títulos de crédito. Por fortuna, duró poco esa racha que me llevó más cerca de la santidad de lo que jamás estuve en cualquier otra ocasión. Un amigo que es psicoanalista sin ínfula ni argentinidad me sugirió que la causa original de todo aquel sinsentido, de todas aquellas noches bellas durmientes que mis recuerdos suelen recrear como dunas movibles, podría ser un asomo, entre tímido e inquietante, de la depresión que aterriza sobre la pista acondicionada de los cuarenta años casi el mismo día en el cual cumplimos esa edad. Yo nunca concedí credibilidad a esa explicación. A mi amigo le decía que sí, que eso debía ser, aunque le daba la razón sólo para que entre los vinos amargos que tomábamos juntos no se interpusiera la presencia helada de un diván. En verdad, siempre supe que aquel retiro rayano a lo monacal tuvo que ver con una alergia a la primavera que me impedía respirar con regularidad y con cuatro achaques, cinco si me apuran, en huesos que crujían como si declinaran algún sustantivo latino. Mi ojos me miraron implorando un descanso. Eso fue todo. Pero ya digo que no lo fue durante mucho tiempo porque, contra lo que se pudiera pensar, aquel tipo de vida tan ordenado y plácido como la agenda de un embajador provocó que envejeciera con rapidez, que perdiera mi envidiable y mítico estado de forma, que me salieran canas de mármol y arrugas en las que se iban solidificando cada uno de mis gestos. Aquellas noches no las tengo anotadas porque entre mis habilidades más destacadas aún no se encuentra la de escribir dormido. Sí, ya sé que a veces parece que lo hago hipnotizado o sonámbulo. Pero no es así. Todo pasó como lo hace un tren herido. Volví a las calles nocherniegas, a los brazos cálidos y abiertos de la noche ofrecida caliente y de par en par, a las tabernas en cuyas barras puedo encontrar las huellas de mis codos, a sus habitantes como dioses apagados o cenicientos. Recuperé poco a poco mi envidiable y mítico estado de forma y así me va, pareciéndome cada vez más a un plusmarquista que siempre llega a la meta en último lugar.
Posted on: Wed, 21 Aug 2013 07:00:19 +0000

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