HISTORIA COMPLETA DE CARLA Y MATIAS. CARLA. Aquella mañana se - TopicsExpress



          

HISTORIA COMPLETA DE CARLA Y MATIAS. CARLA. Aquella mañana se había levantando un viento terrible y Carla pensó que sería mejor ir en autobús hasta el trabajo. Normalmente iba dando un paseo. Le gustaba mucho caminar; y más a primera hora de la mañana cuando sentía que todo iba despertando y cobrando vida poco a poco. Los olores matutinos le parecían de lo más estimulantes: tierra mojada, pan recién hecho, café… Tuvo suerte y no tuvo que esperar mucho tiempo en la parada hasta que llegó su autobús. Pagó su billete sorprendida por cómo había subido el precio del trayecto desde la última vez que lo usó y observó que el bus estaba hasta los topes de gente. Cuando ya pensaba que tendría que ir todo el trayecto en el pasillo, un chico se levantó y, amablemente, le cedió su asiento. Carla no supo cómo reaccionar y su primera respuesta fue decirle que no. No le sirvió de nada, aquel chico ya se había levantado. - Gracias- contestó muy cortada acomodándose en su nuevo sitio. - Un placer- le dijo aquel desconocido con una sonrisa. Cuando Carla llegó a su parada, ni siquiera lo miró. No sabía por qué, pero aquel chico la ponía muy nerviosa. Se levantó muy rápido y salió disparada hacia su trabajo. No pudo quitarse de la cabeza aquella sonrisa en todo el día. - No seas absurda, si ni siquiera lo conoces- pensó ya por la noche en su cama cuando vio que aún seguía pensando en él. Al día siguiente, Carla se despertó y, en un arranque adolescente, decidió romper con su rutinario paseo matutino. Se arregló con esmero y a la media hora estaba en aquella parada de autobús. Ella era una chica madura y no entendía que demonios estaba haciendo allí emocionada y nerviosa como si se tratase de una primera cita a la espera de volver a encontrarse con un auténtico desconocido que lo único que había hecho era ofrecerle su asiento. De repente lo entendió todo: ¡aquel chico le había cedido su asiento porque pensaba que era una señora mayor! Carla sintió como la vergüenza se instalaba en cada poro de su piel. - ¿Cómo puedo ser tan infantil? Y cuando se decidía a emprender su marcha diaria, apareció el bus. Ya no podía irse. La gente pensaría que estaba loca. Así que tragó saliva y se subió intentando disimular aquellos absurdos nervios. Pagó su billete y buscó un asiento libre sin levantar la mirada del suelo. Solo esperaba que aquel chico no estuviera allí. No sabía exactamente el por qué, pero se sentía totalmente ridícula y fuera de lugar. Por suerte ese día no había tanta gente y no tardó en encontrar un asiento libre muy cerca del conductor. Pero cuando por fin se relajó un poco y levantó la vista para sentarse, lo vio. Aquel chico estaba allí observándola con aquella bonita sonrisa en la cara. Al cruzar sus miradas, Carla sintió que se le aceleraba el corazón descontroladamente. - Tranquilízate por Dios, pareces una niña. Se estaba volviendo loca, podía notar la mirada de aquel chico clavada en su nuca. Seguro que se lo estaba imaginando todo. ¿Qué interés podía tener aquel guapo chico en ella? Una brusca frenada hizo que Carla volviera en sí. El bus paró, abrió las puertas y la gente empezó a bajarse rápidamente, cada uno de camino a sus propias responsabilidades. A ella aún le quedaban un par de paradas para llegar a su destino. - Hasta mañana- oyó que decía de pronto una voz masculina. Asombrada, miró hacia el pasillo. No estaba loca. Estaba en lo cierto. Aquel chico la estaba mirando. ¡Se estaba despidiendo de ella! Notó como la sangre se le agolpaba de repente toda en la cara. - Dios mío, tengo que parecer una bombilla. Pero por lo visto, a él, ese “pequeño” detalle le daba igual, porque seguía mirándola y sonriendo. No dejó de mirarla ni un solo momento hasta que bajó de aquel autobús. Estaba claro: no tenía que haberse salido de su rutina. Durante sus paseos matutinos a Carla nunca le había pasado nada parecido. ¿Y si aquel chico estaba loco? - Decidido, mañana de vuelta a la rutina. Se acabó el autobús. Carla intentó no volver a mirarle, pero el bus se puso en marcha y pasó justamente por delante de él. Así que sin poder evitarlo, y desde la seguridad que le daba el estar al otro lado del cristal, lo miró. Cuando sus miradas se encontraron, Carla no pudo hacer otra cosa. Estaba como poseída por una extraña fuerza que gobernaba todos sus sentidos. Y ante su propia sorpresa, se encontró ofreciéndole a aquel completo desconocido una amplia y bonita sonrisa. El autobús de la línea 11 siguió su marcha y aquel chico cada vez fue haciéndose más y más pequeño. Todo lo contrario que sus ojos, que en la mente de Carla se fueron haciendo cada vez más y más grandes. Ya no se pudo quitar de la mente aquella mirada el resto del día. Aquella noche no pego ojo recordando lo sucedido. Estaba muy sorprendida por la impresión que le había causado todo aquello. Era muy consciente de lo absurdo de la situación, y por eso no podía parar de pensar en ello. Cuando sonó el despertador lo tuvo muy claro: nunca más cogería aquel autobús. Solo de pensarlo le temblaban las piernas. Así que se duchó, se vistió como cada día y se fue dando su matutino paseo hasta el trabajo. Pero Carla no tardó en darse cuenta de que algo había cambiado. Ya no disfrutaba tanto de cada olor, de cada detalle. Su mente estaba muy lejos de allí. Su mente estaba junto aquel desconocido. ¿Cómo le había podido haber impactado tanto? Solo le había sonreído un extraño y ya pensaba que era amor. Era totalmente ridículo. Por supuesto, no le dijo ni una sola palabra a nadie. Era consciente de lo ridículo que resultaba todo aquello. A la semana siguiente todo fue volviendo a la normalidad poco a poco. Es verdad que Carla se encontraba pensando en él cuando menos lo esperaba. No lo podía evitar. Pero en cuanto se le cruzaba aquella sonrisa en sus pensamientos, rápidamente, se centraba en otra cosa y echaba de allí a todos esos recuerdos. Como siempre, gracias a su trabajo, logró distraerse de todo aquello en lo que no quería pensar. Cuando ya habían pasado unos días de aquel encuentro, Carla seguía pensando en él con más frecuencia de lo que a ella le hubiese gustado. Era miércoles y estaba teniendo un día muy duro en el trabajo. En la hora del desayuno, decidió salir a comprar unos bollos y un café. Estaba harta del café de su trabajo. Era asqueroso. Normalmente se decantaba por el té, pero esa mañana se notaba un poco adormilada y necesitaba una buena dosis de cafeína. Tenía por delante una larga jornada laboral. Faltaba muy poco para la nueva temporada y presentar la nueva colección era todo un caos. Gio se ponía realmente insoportable. No tardaron en llegar a la cafetería. Le había dicho a Silvia que si le apetecía acompañarla. Silvia era una compañera de trabajo con la que había hecho una bonita amistad a base de horas y horas de coser juntas una al lado de la otra. Carla nunca había sido muy habladora, pero con el tiempo, había llegado a ser muy querida por todos sus compañeros por su discreta y responsable forma de ser. La cafetería, como siempre, estaba a reventar. Era una cadena muy conocida de cafés en donde apuntan tu nombre y te llaman cuando tu pedido está listo. - Café Latte y un expresso para Carla- oyó que decía uno de los empleados al cabo de unos pocos minutos. Se acercó a por los cafés mientras Silvia reservaba una mesa, y cuando se disponía a pagar, oyó que aquel chico decía: - Hola. Carla.... es un nombre muy bonito. Mi nombre es Matías. Ocurrió todo demasiado rápido. Aquello la pilló totalmente desprevenida. Carla alzó la vista y allí estaba. Aquel guapo chico del autobús que tantas horas le había hecho perder pensando en su sonrisa, le ofrecía su mano en un gesto de presentación formal. Casi como un robot ella le tendió la suya y, tímidamente, se la estrechó mientras su corazón volvía a latir a mil por hora. Carla se dio cuenta de lo terriblemente guapo que era aquel chico en las distancias cortas, cosa que no le ayudo nada a relajarse. - Bueno, ahora que sabes dónde trabajo, espero que nos veamos más a menudo. Un placer Carla. Qué disfrutes de tu caffé. - Hasta luego- murmuró ella. Como en una nube se dirigió hasta la mesa con los cafés. Cuando Silvia la vio llegar tan roja, le preguntó que si iba todo bien. Carla quiso disimular y le contestó que todo iba perfectamente. Salió de aquella cafetería sin saber muy bien si aquello que acaba de ocurrir era real o no. Si algo estaba claro es que ahora ya existían dos sitios a los que Carla no podía acudir: al autobús de la línea 11, y a la cafetería de la esquina. MATÍAS. Hacía ya tres años que le habían diagnosticado cáncer a su madre. El primer año había sido muy duro. Primero asimilar la mala noticia, y segundo, enfrentarse a una vida repleta de médicos, hospitales y sesiones de quimioterapia que dejaban a su madre muy desvalida y sufriendo muchísimos efectos secundarios. Después vendría la complicada operación donde por fin pudieron extraerle toda la masa tumoral que le quedaba en el cuerpo. Al ser tan consciente de que la podía perder, le hizo madurar de golpe. Matías pasó de ser un joven alegre y desinhibido, a ser un chico introvertido y reservado, sin más vida social que la de ir a los hospitales con su madre. El segundo año fue muchísimo mejor; en sus revisiones mensuales todo salía a la perfección. No había rastro alguno de células cancerígenas. Así que su madre fue recuperándose en todos los sentidos. Aquella preciosa melena que siempre le había caracterizado, volvió a crecer en todo su esplendor y su salud y su personalidad, poco a poco, fueron siendo las mismas de siempre. Matías se pudo centrar de nuevo en sus estudios de arquitectura y mantuvo su puesto de trabajo en la cafetería. Su madre era empresaria, pero desde que le diagnosticaron la enfermedad, no había podido hacerse cargo de sus negocios y los había tenido que traspasar. Así que Matías necesitaba ese trabajo. Tenía la suerte de que disfrutaba mucho con él. Su padre los había abandonado cuando él era muy pequeño por lo que siempre habían sido únicamente ellos dos para todo: su madre y él. Su madre y él siempre juntos para todo. Una mañana de lunes, Matías pidió libre en el trabajo para llevar a su madre al hospital a hacerse su rutinaria revisión. No podía evitarlo, siempre que tocaba la dichosa revisión, sus nervios se descontrolaban. Hacia un año que todo había pasado, pero el miedo y la duda siempre afloraban a la mínima de cambio. Ese día estaba especialmente nervioso sin saber por qué. Cuando llevaban ya un rato esperando los resultados, la oncóloga que había llevado su caso desde el principio, los llamó. Entraron en su despacho y Matías sintió que su mundo se desmoronaba como un castillo de naipes. La cara del médico era un poema y, sin necesidad de verbalizar nada, lo decía todo. Quiso parar el tiempo y congelar ese momento, para que aquella mujer de bata blanca no abriera la boca y destrozara sus vidas para siempre. Todo pasó muy despacio, pero pasó. - La masa tumoral ha vuelto a desarrollarse y……………….. Matías ya no pudo oír nada más de lo que aquella señora estaba diciéndoles. Un pitido se implantó en su mente. Miró a su madre que tenía los ojos muy abiertos y una expresión de pánico en el rostro y supo que sus vidas volvían a cambiar para siempre. No lloró, no gritó, no pudo decir nada… Por el contrario, su madre sí lloró, sí gritó y sí pudo decir algo. Y así fue como el tercer año volvieron al inicio: largas e interminables horas en el hospital. Vuelta a la batalla. Matías odiaba los hospitales, sobre todo su olor. En cada una de esas frías y feas habitaciones había una triste historia que escuchar. Y así iban pasando los días. Uno tras otro. Cada día con menos esperanzas de que aquella enfermedad les dejara tranquilos. Se le hacía muy duro ver a su madre apagarse. Lo que peor llevaba de todo, era ver como los dolores iban en aumento. No podía verla sufrir así. Y aunque Matías nunca verbalizaba la posibilidad de perderla, él sabía que esa opción existía aunque nadie se atreviera a decirlo en voz alta. Si lo decía en voz alta era como si se hiciera real de algún modo. Así que todos intentaban evadir el tema y sonreír. Su madre era todo su mundo. Matías no se podía imaginar una vida sin ella. Era una gran mujer y, paradójicamente, la persona más vital que había conocido jamás. Siempre alegre, siempre con palabras de ánimo para todos, siempre con una sonrisa en la cara. Hasta en los momentos más duros, ella lograba sacar una sonrisa a quien tuviera al lado. Por eso, Matías, se consolaba pensando que el cáncer no podría con ella. Pero cada día estaba más débil, cada día más delgada, cada día se iba apagando un poco más. Matías tuvo que volver a aparcar su carrera por un tiempo y repartía su tiempo entre hospitales, sesiones de quimio y la cafetería. No podía perder aquel empleo, y en el fondo, estaba agradecido de contar con algo que mantuviera su mente ocupada por unas horas. Si no hubiera sido por esas horas de distracción, se hubiera vuelto loco. Cada mañana la misma rutina. Se levantaba de madrugaba. Se ocupaba de dejar a su madre preparada hasta que viniera la enfermera que les echaba una mano con todo, y se iba camino del trabajo en la línea 11.Todas las mañanas caminaba hasta la parada y, como un zombi, se sentaba al lado de la ventana. Nunca había estado tan triste. Sus amigos se estaban portando muy bien con él, pero Matías solo quería estar junto a su madre. El pensar que la podía perder le daba mucho vértigo y quería pasar junto a ella el máximo tiempo posible. Aquella mañana hizo el mismo recorrido de todos los días. Estaba lloviendo un poco, y el día estaba más gris aún de lo que ya estaba en su interior. Tenía la cabeza apoyada en el cristal de la ventana y escuchaba TRAVIS en su ipod, cuando de pronto, la vio. Una chica llamó su atención. Iba con un gorro de lana de color amarillo y caminaba lentamente; al contrario de las demás personas que caminaban a paso rápido refugiados debajo de sus paraguas. Ella no. Ella no llevaba nada que la protegiera de la lluvia. Al contrario, iba despacio y parecía estar disfrutando. No pudo apartar sus ojos de aquella enigmática chica. Al día siguiente, Matías ya la había olvidado cuando la volvió a ver. El mismo ritmo, el mismo misterio. Ese día no llovía pero ella seguía tan ausente como el día anterior. Llevaba una falda a media rodilla y una chaqueta muy original color verde botella. Tenía algo diferente e incluso divertido. No pudo quitarle la vista de encima. Al día siguiente lo mismo. Y al otro…y al otro…..así pasaron alrededor de seis meses. Cada día una ropa distinta, pero cada día su expresión era la misma: una mezcla de paz y de melancolía. Cada vez le gustaba más aquella chica. Ya le parecía que formaba parte de su vida. Era algo cotidiano dentro de su rutina. El toque de color entre tanto gris. No tardó en comprender que el contemplar a aquella chica desde el autobús era lo más emocionante de su día a día. Matías se preguntaba qué a dónde se dirigiría aquella chica a diario. Se preguntaba que cómo se llamaría. Se preguntaba cuantos años tendría. Se preguntaba si tendría pareja. Se preguntaba si sería feliz……Se preguntaba muchas cosas sobre aquella desconocida. Y así fue haciéndose una idea imaginaria de la vida de aquella bonita chica que le acompañaba en sus pensamientos un día tras otro. Unos días se la imaginaba en una oficina, otros días era abogada, otros días psicóloga, otros días profesora... Y así un sinfín de oficios y de nombres imaginados para ella. Una mañana de primavera, su madre se levantó especialmente mal y la llevó a urgencias donde la mantuvieron en observación. Al ver que sus plaquetas estaban más bajas de lo normal, decidieron ingresarla. Matías estaba muy asustado. La idea de poder perderla era demasiado dolorosa. Apenas podía reprimir las lágrimas. Se dirigió al trabajo dispuesto a dejarlo todo. No tenía fuerzas para trabajar. No tenía fuerzas para nada. No quería seguir viviendo así. El ver a su madre cada día peor no era vida. El autobús paró, recogió a los viajeros y para su sorpresa el autobús se iluminó a la misma vez que su alma: allí estaba aquella chica. Sin poder controlarlo una sonrisa asomó en su cara. No se lo podía creer. Aquello sí que era una novedad. En todo aquel año nunca antes la había visto coger ese autobús. No podía dejar de mirarla. Ahora que la tenía tan cerca no podía evitar observarla. Seguía manteniendo esa aura de tranquilidad y melancolía en la cara. Se puso muy nervioso al ver como ella venía directa hasta donde él estaba. Matías reparó en que no había ni un solo asiento libre. Como un acto reflejo se levantó y, amablemente, le ofreció el suyo. El corazón le iba a mil por hora. Si de lejos era guapa, de cerca era realmente preciosa. Todos sus gestos eran delicados y elegantes. Matías estaba tan absorto en sus pensamientos que no oyó como aquella chica denegaba su amable ofrecimiento. Así que ella, al ver que él se había levantado de todas maneras, no tuvo más remedio y se sentó en el asiento que él le ofrecía. Cuando aquella chica pasó por su lado, una dulce fragancia acaparó todos sus sentidos. En ese mismo instante, Matías no tuvo ninguna duda: se había enamorado de aquella desconocida tan familiar. CARLA Y MATIAS. Habían pasado ya dos semanas desde aquel encuentro inesperado con Matías y, aunque la verdad era que se moría de ganas de volver a verlo, Carla no había vuelto a pisar la cafetería de la esquina desde entonces. Cada vez que alguno de sus compañeros de trabajo le proponía ir a por unos cafés, ella ya traía una excusa preparada desde casa. No quería que la cogieran por sorpresa. Se ponía tan nerviosa, que había decidido que lo mejor era evitar todas aquellas situaciones en las que existirá alguna probabilidad de coincidir con aquel chico. -¿Qué demonios le iba a decir? - Tan solo la mera idea de pensarlo le hacía sentirse ridícula. Y así iban pasando sus días, unos tras otros. Gracias al gran volumen de trabajo que estaban teniendo, Carla pudo ocupar su mente y no darle más vueltas al asunto. Pero inevitablemente, su repertorio de excusas se fue acabando y ya no le quedaba imaginación para seguir inventándolas casi a diario. No podía seguir negándose a ir a la cafetería, sus compañeros ya se estaban empezando a extrañar ante tantas negativas. Así que como es lógico, llegó el día en que ninguna de sus laboriosas excusas le sirvió para nada. Su compañera Silvia cumplía años y Gio les habían dado a todos una hora extra en el desayuno para celebrarlo. Acababan de terminar la presentación de la nueva temporada y había salido todo a la perfección; así que el histriónico diseñador, sin pensárselo dos veces, les brindó alegremente aquella hora extra a todos sus empleados. Camino de la cafetería, Carla se empezó a encontrar muy mal. Estaba tensa, le costaba respirar con normalidad, sudaba y no podía articular palabra. Tuvo suerte porque nunca había sido especialmente habladora, por lo que ese pequeño detalle no llamó demasiado la atención de ninguno de sus compañeros; además, casi todos iban hablando entre ellos sin prestarle demasiada atención. Así que Carla respiró hondo e intentó aparentar normalidad. Miraba a los compañeros que tenía más cerca y les sonría como si estuviese atenta a sus conversaciones. Nada más lejos de la realidad. No podía estar más lejos de allí. Sus pensamientos estaban a años luz de aquellas conversaciones entre compañeros de trabajo. Ya solo quedaban unos metros. Allí estaba el inconfundible rotulo verde de la cafetería. Llegaron, abrieron la puerta, y cuando Carla pensaba que se iba a desmallar de tanta tensión, observó que en el lugar donde debería estar Matías, había una jovencita con el pelo teñido de rubio platino. Para su asombro, aquello no la relajó. En el fondo, y pese a su absurdo nerviosismo, esperaba encontrarlo allí. Lo buscó disimuladamente por la estancia, pero allí no había rastro alguno ni de Matías, ni de su preciosa sonrisa… Su grupo se dividió. Unos se fueron a reservar mesas y otros a por el pedido. Ella estaba en el segundo grupo. Cuando ya habían hecho todo el pedido y esperaban a que los llamaran para recogerlos, Carla no pudo, ni quiso, evitar oír la conversación que estaban manteniendo dos camareros. En el fondo estaba pendiente de cualquier detalle que le aclarara el por qué Matías no estaba en su puesto de trabajo aquella mañana. - No sé cuándo volverá. Supongo que aún tardara unos días en incorporarse. - A lo mejor ni vuelve. Estaba destrozado. Pobre Matías. Ayer lo llamé pero no me cogió el teléfono y tampoco quiero agobiarlo. - Sí, es mejor no agobiarle. Carla sintió un escalofrió. ¿Y si le había pasado algo malo? De repente sintió una gran necesidad de saber lo que le pasaba, pero no podía interrumpir aquella conversación y preguntarles a aquellos chicos así como así. Realmente no tenía ningún derecho a ello. No era nada el uno del otro. Ni tan siquiera eran amigos. ¡Apenas se conocían! El resto del día lo pasó totalmente mal humorada. No se podía concentrar en nada. A media día Carla no aguantaba más e hizo algo que nunca antes había hecho: le dijo a su jefe que no se encontraba muy bien y se fue a su casa. - Una cosa es que me guste un desconocido, y otra muy distinta, que me preocupe así de él. ¿Qué demonios me pasa? Se había convertido en una auténtica obsesión. Carla ya no pudo pensar en otra cosa el resto del día. ¿Cómo podría enterarse de lo que le había ocurrido a Matías sin que resultara extraño? No le quedó otra opción y al día siguiente, sacando fuerzas de flaqueza y haciendo uso de una valentía hasta entonces desconocida para ella, se plantó en la cafetería de la esquina. Necesitaba comprobar si Matías ya se había incorporado al trabajo. Pero nada. Allí no había rastro alguno de él. Cada día su obsesión iba en aumento. Cada día lo mismo. Cada día esa chica rubia ocupando el puesto de Matías. Todos los días la misma ausencia. Todos los días las mismas dudas. Al octavo día, Carla ya no pudo soportar más aquella incertidumbre. Estaba realmente preocupada ante la idea de que le hubiera podido pasar algo malo a Matías. Apenas podía pensar en otra cosa y el no poder compartir sus miedos con nadie la estaba desequilibrando demasiado. Aquella locura tenía que terminar cuanto antes. Era jueves y Carla hizo lo mismo que todos los días: en la hora del desayuno preguntaba a sus compañeros si querían algo de la cafetería y se iba hasta allí deseando que ese día fuera el día y ,que por fin, encontrara a Matías detrás del mostrador. Pero ese día fue distinto, ese día hubo una notable diferencia: cuando la sustituta de pelo teñido le preguntó que qué quería tomar, Carla soltó de sopetón: - ¿Me podrías decir cuando se incorpora Matías? Para su propia sorpresa la voz le salió firme y segura. Aquella chica, como si fuera lo más normal del mundo, le contestó: - Pues la verdad es que yo no lo sé, pero espera un segundo que le pregunto a mi compañero. Y así fue como Carla escuchó por fin los motivos de la ausencia de Matías y pudo despejar todas aquellas dudas que la venían amargando día tras día. Se quedó helada; porque entre todas las hipótesis que había barajado en su mente, esa nunca fue una de ellas. No se esperaba aquella contestación. Ella se había imaginado cualquier cosa, pero aquello era muy triste. Por un lado se sintió aliviada porque no le hubiera ocurrido nada grave a él, pero por el otro, sintió como aquella noticia le afectaba más de lo normal. Aquellos amables chicos le habían dicho que no sabían cuando se incorporaba exactamente, pero que creían que Matías no tardaría mucho más tiempo en empezar a trabajar. Si Carla hubiera sabido que iba a resultar tan fácil saber lo que le ocurría a Matías, se hubiera ahorrado ocho largos días de dudas y angustia. Se dio la vuelta pensativa dispuesta a regresar a su trabajo, sin darse cuenta, de que justo cuando abría la puerta distraída y cabizbaja para marcharse, un ilusionado Matías entraba en la cafetería. MATIAS Y LA MUERTE DE SU MADRE. Hacía ya una semana que su madre se había apagado para siempre. La última etapa había sido tan dura que Matías casi deseaba que su madre pudiera descansar de una vez. Si por él hubiera sido, la hubiera mantenido a su lado de por vida; pese a los sacrificios que tenía que hacer, no le cabía la menor duda de que prefería verla con vida, a no verla más. Lo único importante para él era poder tenerla a su lado, poder tocarla y abrazarla, poder olerla, poder sentirla… Pero habían sido tantos los dolores y la cantidad de química que le habían llegado a meter en su cuerpo, que lo más sensato era que su madre pudiera descansar en paz de una vez. Así, por lo menos, tenía la certeza y el pequeño consuelo de que ya no sufriría nunca más. Porque, desgraciadamente, eso era exactamente lo que había hecho esos últimos meses: sufrir. Había tenido un entierro emotivo y sencillo. Matías había sufrido tanto en los últimos años, que la muerte había sido solo un paso más en ese largo y tortuoso proceso que curiosamente para nada había sido el más doloroso. Nada podía ser más doloroso que ver como se apaga lentamente la persona que más quieres en el mundo. El hecho de pensar en que nunca más la podría tocar era ahora lo que más le atormentaba. En los días posteriores Matías se dedicó a descansar, a leer y a ver películas. No le apetecía ver a nadie. Quería estar solo. Quería aprovechar al máximo aquella energía que aún quedaba de su madre en aquella casa. Cerraba los ojos y la podía sentir en la cocina preparando algún sabroso plato como en los buenos tiempos. Cerraba los ojos y la podía escuchar reír. Cerraba los ojos y podía oler su fragancia. Cerraba los ojos y…..Ya no le quedaban más lágrimas que derramar. -¿Qué voy a hacer ahora sin ti, mamá? Aquella mañana, nada más abrir los ojos, Matías percibió que algo había cambiado en su interior. Sentía el dolor como cada día pero una extraña energía se había apoderado de su ser. No se fue directo al sillón como había hecho hasta entonces. Se fue directo al baño, donde por primera vez, reparó en su aspecto. Estaba demacrado y con una barba lamentable. - Dios mío, qué pintas tengo…. Inevitablemente, le vino su madre a la cabeza. Le parecía estar escuchándola perfectamente: - No te da vergüenza, hijo. Ahora mismo te vas al baño, te afeitas y te pones presentable. Pareces un pordiosero. Parece mentira que te haya educado yo. Su madre ladraba mucho pero mordía muy poco. En ese mismo momento Matías vio su reflejo en el espejo y se llevó una grata sorpresa. Allí estaba aquello que tanto le había caracterizado a lo largo de su vida y que hacía mucho tiempo que había dejado de lado: su sonrisa. Reparó en que esa era la primera vez que sonreía desde que su madre se había marchado. El hecho de estar sonriendo por el recuerdo de su madre le hizo ver todo desde una nueva perspectiva. Matías lo vio claro: su madre no se merecía otra cosa. Si algo se merecía su madre, era que su recuerdo siempre fuera asociado a una amplia y sincera sonrisa y no a una triste lágrima. Sintió como si de alguna manera su madre le estuviera mandando fuerzas para que saliera adelante. Matías no solía creer en esas cosas pero tenía la certeza de que así estaba siendo. Su madre, de algún modo, le estaba transmitiendo que tenía que seguir adelante sin ella y hacerlo de la mejor de las maneras: sonriendo. El dolor por su pérdida siempre le acompañaría y nunca se iría de su lado; pero por más que Matías llorara su ausencia no la recuperaría nunca, así que ¿para qué seguir lastimándose? ¿Para qué seguir encerrado en sí mismo? ¿Para qué seguir llorando? Con todos estos pensamientos en la mente Matías sintió unas ganas nuevas de enfrentarse a la vida. En un arrebato de optimismo se dio una buena ducha, se afeitó y salió a la calle decidido a coger el bus de la línea 11. Era increíble, pero después de diez días en casa, la idea de volver al trabajo le daba mucha paz. Tenía claro que estaba haciendo lo correcto. Si se quedaba en casa deprimido y amargado le partiría el corazón a su madre. - Ella no se merece verme triste. Cuando aquel bus llegó a su destino, Matías se bajó como una flecha directo al trabajo. No sabía por qué, pero tenía muchas ganas de llegar y de llegar ¡ya! Aceleró el paso. Sentía que aquella cafetería era su vía de escape. Sentía que aquella cafetería lo atraía fuertemente. Sentía que sin aquel trabajo hubiese sido todo mucho peor. Tenía ganas de volver a ver a sus compañeros. Tenía ganas de ponerse el uniforme. Tenía ganas de cogerle la comanda a todas esas personas que iban casi a diario y que, de alguna manera indirecta, formaban parte de su día a día. Tenía ganas de distraerse. Tenía ganas de no pensar. Tenía ganas de estar contento. Pero sobre todo, y por encima de todas las cosas, tenía ganas de verla a ella. REENCUENTRO CARLA Y MATIAS Matías cruzó la puerta emocionado con la idea de volver a ver a sus compañeros. Estar otra vez en esa cafetería que tantas cosas buenas le habían dado en los últimos meses, le estaba causando un gran consuelo sin esperarlo. No se podía creer lo animado que se encontraba. Cuando le quedaban solo unos pocos metros para llegar, aceleró el ritmo y ,cuando por fin llegó, abrió la puerta decidido; tan decidido y enfrascado en sus propios pensamientos, que no se percató de que la chica que salía con aire perdido, y que pasaba por su lado era Carla. Ambos iban concentrados en sus propias voces internas. Tan concentrados para sus adentros el uno en el otro, que no repararon en que la persona protagonista de sus pensamientos estaba muy cerca: Carla pensaba en Matías, y Matías pensaba en Carla. Fue uno de esos momentos de película, en los que te planteas si el destino existirá de verdad. Uno de esos momentos que el destino, y solo el destino, puede poner en nuestros caminos. Matías entró con una sonrisa de oreja a oreja y sorprendió a todos sus compañeros. Era muy querido y se armó un gran revuelo ante aquella llegada inesperada. No paró de recibir abrazos y palabras de apoyo y cariño por parte de todos y cada uno de sus compañeros. Tras la afectuosa bienvenida, Carlos se acercó hasta él y le dijo: - Acaban de preguntar por ti- le dijo con una sonrisa pícara en la cara. - ¿A sí? ¿Y eso?- contestó extrañado Matías. - Pues no lo sé. Una chica… Bastante guapa por cierto. No hace ni un minuto que se fue. Es esa chica que viene a menudo a desayunar con el grupo de gente que trabaja con ese diseñador tan raro y…… Matías no le dejó ni terminar la frase. Salió disparado hacia la calle. Sabía que se trataba de ella. Lo podía sentir. El corazón le había dado un vuelco tan grande que tenía que ser Carla. No deseaba nada más en el mundo que poder verla. Si había preguntado por él, eso significaba que se había interesado por él. Aquella sí que era una buena noticia. Echó a correr como un loco por la larga calle que llevaba hasta las dependencias donde Carla trabajaba. Cuando llevaba unos cincuenta metros corriendo, la vio. Carla iba caminando muy despacio con aquel aire ausente que tanto le fascinaba. No tenía la menor duda, podría reconocer aquellos andares entre un millón. Era ella y allí estaba. Cogió aire y, en una par de buenas zancadas, la alcanzó. Carla seguía pensando y pensando. No lograba entender por qué estaba tan obsesionada con Matías y no lograba comprender por qué aquella noticia le había afectado de aquella manera. Por más que lo analizara no lograba aclarar absolutamente nada. Seguía caminando y seguía rumiando una y otra vez todo aquello que le estaba pasando. Tenía la mirada perdida en el suelo y caminaba muy despacio: una baldosa, un pensamiento; una baldosa, un sentimiento; una baldosa, un pensamiento, una baldosa, un sentimiento....una baldosa…Un pie la hizo interrumpir aquel torbellino de pensamientos bruscamente. Sorprendida porque aquella persona hubiese invadido su espacio de aquella manera tan violenta, miró hacia arriba contrariada y su corazón quedó paralizado por unos segundos. Cuando sus miradas se encontraron, ninguno de los dos pudo articular palabra. Si alguien no ha visto nunca el brillo de los ojos que se desprende de la mirada de una persona ilusionada, tendría que haber visto los ojos de Carla en aquel preciso momento. Así se quedaron mirándose un rato, sorprendidos e ilusionados. Carla impactada por el repentino e inesperado encuentro, y Matías mudo por la ilusión de volver a verla. Estaba tan contento que no quería decir nada que pudiera estropearlo. - Pero…. ¿qué haces tú aquí?- preguntó por fin Carla sin poder dejar de sonreír. - Bueno…tenía muchas ganas de volver a verte, y bueno…Carlos me ha dicho que habías preguntado por mí, así que aquí me tienes.- Matías se dio cuenta de que estaba realmente nervioso. - Pero…si acabo de salir de la cafetería ¿en qué momento te lo ha dicho? Pensé que no estabas trabajando. Me extrañó el no verte durante tantos días y le pregunté a tus compañeros. Carla se sorprendió al ver lo directa que estaba siendo. De todas formas no se le ocurría otra excusa para explicar el por qué había preguntado por él, así que decidió que decir la verdad y quitarle importancia era la mejor opción. Y aunque por dentro estaba como un flan, logró disimularlo muy bien. - No sabes la alegría que me he llevado. Tenía muchas ganas de volver a verte. Carla, sin saber muy bien el motivo, no se extrañó de oír aquellas palabras. Supo que Matías decía la verdad porque a ella le pasaba exactamente lo mismo con él. Así que no pudo contestar otra cosa que no fuese la verdad: - Yo también tenía muchas ganas de volver a verte. Siento mucho lo de tu madre, ¿estás bien? - Ha sido muy duro….- contestó Matías apenado- Pero a partir de ahora, presiento que todo va a empezar a ir mucho mejor.
Posted on: Thu, 31 Oct 2013 12:42:06 +0000

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