Hace unos pocos años me llamaron para una entrevista laboral, a través de la cual accedería a un puesto de trabajo mejor pagado que el que tenía en aquel momento, en una empresa bastante robusta que, empujada por su prosperidad económica, ampliaba su plantilla. No envié ningún currículum previo, ni solicité de manera activa el puesto, sino que me llamaron, de forma natural, por el boca a boca relativo a mi trabajo como psicoterapeuta. Antes de nada he de admitir que me trataron como pocas veces he sido tratado en esta clase de situaciones, de modo que, en referencia a esta exquisitez formal, no daré detalles ni nombres concretos, para no perjudicar a nadie. Además, no soy yo quien para emprender aquelarres en contra de terceras personas. Tras un repaso por mis conocimientos, técnicas utilizadas, volumen de pacientes, naturaleza de sus psicopatologías, éxitos terapeúticos, años de experiencia clínica y demás, los entrevistadores pasaron a mostrarme sus procederes psicoterapeúticos, como paso último antes de mi incorporación a su empresa. La cosa estaba hecha. -¿Ha practicado usted alguna vez una constelación? -me preguntaron. -No -respondí-. No soy astrólogo. -¿Ha hablado usted alguna vez con su Niño Interior? -No. Hace tiempo que superé, gracias a dios, la adolescencia. Tras lo cual, la conversación anduvo durante corto rato por lugares comunes hasta que, evidentemente fría y sutilmente agresiva por ambas partes, se llegó a la conclusión tácita de que aquella relación profesional no iba a funcionar.
Posted on: Mon, 08 Jul 2013 08:06:32 +0000
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