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Interesante articulo... Cuando Cristina discutía el fin de ciclo Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION Las categorías de izquierda y de derecha no sirven, sostenía Cristina Kirchner con mirada serena: "El otro día me decían que Cavallo y Beliz son de derecha y yo les respondía: ¿entonces De la Rúa es de izquierda? No, por favor, hablemos en serio". El modesto programa se llamaba, apropiadamente, "Contradicciones", lo conducía su ex amigo Julio Bárbaro y tenía por objeto pensar el posmenemismo. Esta reliquia digital es interesante porque muestra cómo era la jefa del Estado antes de configurar su relato de poder. Pero también porque ayuda a comprender la lógica a través de la cual se reflexionaba entonces sobre aquel otro fin de ciclo. Cristina le reconocía a Menem haber tomado un "país desquiciado" , pero le criticaba haberse dedicado al golf y a los negocios, cediéndole al padre de la convertibilidad toda la administración. "Es un drama, pero esto no es culpa de Cavallo -añadía-. El peronismo nunca se planteó como una lucha contra el capital, más allá de la marchita. Si no seríamos marxistas y estaríamos militando en el PC. El menemismo fue una alianza de las mayorías nacionales con un paradigma cuyo cuadro más lúcido es Cavallo. Nosotros articulamos capital y trabajo, y en esa alianza tenemos que defender lo segundo. El problema aparece cuando el que representa al trabajo, a los pequeños comerciantes y a los empresarios nacionales (Menem), cede demasiado". Cristina defendía su acuerdo político con el cavallismo desde esa concepción: "Hay que discutir todo esto sin clichés. Abrir mucho la cabeza. Cavallo representa a un empresariado nacional y también a un capital transnacional, que le tiene confianza. Por eso es que los análisis de izquierda y de derecha se tornan imposibles". La palabra "izquierda" tuvo una especial resonancia esta semana, cuando retornó a la boca de la Presidenta en la Villa 21: allí reveló que en 1973 había votado a Perón a través del partido de Jorge Abelardo Ramos. La admisión tardía de que su matriz fue la izquierda nacional y no el corpus pejotista, denota evidente despecho contra el peronismo actual, ahora que a ella le resulta tan adverso, traidor e ingrato. Y sugiere, a la vez, la posibilidad de militar a futuro ya no en la moto peronista sino en un sidecar de vaga raigambre izquierdosa, donde sus convicciones cristalizadas puedan resistir un carácter testimonial y opositor. Esta última conjetura, un tanto apresurada, convertiría al Frente para la Victoria en un tranquilizador Frepaso poskirchnerista, donde su capital simbólico estaría supuestamente a salvo. De todas maneras, es necesario recordar que la alusión al Frente de Izquierda Popular (FIP) no abona, como creen Cristina y sus jóvenes seguidores, la glorificación del setentismo, ese rancio cadáver maquillado durante estos diez años. Ramos, escritor de prosa punzante, despreciaba a la "juventud maravillosa". En Revolución y Contrarrevolución en la Argentina , que ahora Amado Boudou estudia en secreto y con fervor, el Colorado aseguraba que "Cámpora no tenía preocupación mayor que consultar a Perón a cada paso. Pero fue rápidamente rodeado de enemigos de Perón". A éstos los denominaba "peronistas nuevos": "Estaban adornados de toda clase de prendas morales e intelectuales, pero no eran peronistas. Bajo las medidas democráticas de Cámpora, los terroristas pululaban en el aparato del Estado". La descripción que el primer ideólogo de Cristina hacía del llamado "peronismo revolucionario" tiene dos renglones impiadosos. Primero, consideraba a sus militantes como meros injertos extraños al peronismo y también como parte de "la pequeña burguesía": intentaban elevarse "sobre la sociedad materialista y pretendían superar el egoísmo de las masas, sumidas en su rutina. El terrorismo viene a resultar nítidamente un ideal aristocrático llevado a su fase heroica". Luego se burlaba de los Montoneros: "No puede considerarse seriamente como trabajo de masas de los grupos armados, el filantrópico reparto de leche o las arengas ante obreros de una fábrica bajo la protección de una metralleta -escribía-. Nunca en ninguna parte del mundo un grupo insignificante ha podido decretar la lucha armada a espaldas de la situación económica y política de la sociedad real. Esta lucha sui generis tiene un nombre muy viejo: terrorismo". Y coloca esa actividad terrorista, que "acentuó sus atentados precisamente a partir del triunfo del peronismo", entre las tres causas que llevaron al golpe militar contra Isabel Perón. Como puede apreciarse, el pensamiento de Ramos pone en jaque toda la épica ficcional que crearon los setentistas y también al relato idílico, el gran puchero ideológico que inventó y cocinó el kirchnerismo para usarlos como fuerza intelectual. Las ideas setentistas, las categorías de izquierda y derecha, y hasta la tradicional dicotomía de peronismo y antiperonismo, eran ya anacrónicas antes de comenzar la "década ganada". Sus vetustas patologías fueron reactivadas y sacadas del sarcófago por los médiums oficiales con increíble frivolidad pragmática y con deseo de dividir aguas entre la patria y los cipayos. Combustible para anatemizar a los críticos del modelo y placebo para militantes con pocas lecturas y mucho entusiasmo. Los viejos setentistas abrazaron con fe ciega al kirchnerismo porque era el último tren al que podían subirse. El final de esta época tal vez coincida entonces con el ocaso de su influencia. Con respecto a la superstición de izquierdas y derechas. digamos que esta semana ha experimentado un espectacular eclipse. Por decisión presidencial, Insaurralde, Berni, Randazzo, Marambio, Granados y Curto (disfrazado con un chaleco antibalas) quedaron a la derecha de Massa. Se corrieron, en materia de seguridad, de la "sensación" a la desesperación. Sin advertir que lo contrario de una tontería puede ser una soberana estupidez, el oficialismo pasó sin escalas de Gandhi a Harry El Sucio. Cristina ordenó las dos cosas. Que se mostraran duros para ganar el electorado y que sus mujaidines salieran a diferenciarse para preservar al voto ideológico. Donde se ve con mayor dramatismo que se termina un ciclo histórico es en el conflictivo eje peronismo versus resto del mundo. Hasta no hace mucho los funcionarios kirchneristas podían gritarle "gorila" a cualquier opositor, puesto que lo hacían desde la centralidad del movimiento. Primero se fueron los disidentes, luego los sindicalistas y ahora lo hacen, en estampida, gobernadores, intendentes, legisladores y punteros. Ya no es posible que el cristinismo acuse de antiperonistas a sus principales críticos, puesto que ellos son más peronistas incluso que quienes pernoctan en Balcarce 50. El problema, en este sentido, no sólo lo tiene la Presidenta. También lo tiene la gran fuerza que creó Perón, puesto que cuando un partido está en todos lados resulta que no está en ninguno. La sociedad argentina podría permitirse discutir el poskirchnerismo y, por lo tanto, también a ese peronismo disecado y siempre en ciernes, con esa forma prebendaria de hacer política, donde todo el juego consiste en canjear ideas y principios por cajas y cargos: travestirse una y otra vez para lograr ser siempre oficialista. No será tan fácil que usen al kirchnerismo, como éste usó a los menemistas, a la manera de chivo expiatorio. En la Argentina habrá que barajar y dar de nuevo. Habrá que buscar nuevas coordenadas y hacerlo como recomendaba Cristina antes del relato: sin clichés, con la cabeza bien abierta..
Posted on: Sun, 15 Sep 2013 15:39:59 +0000

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