"LA GRAN PREGUNTA La decadencia de Roma fue la consecuencia - TopicsExpress



          

"LA GRAN PREGUNTA La decadencia de Roma fue la consecuencia natural e inevitable de su desmesurada grandeza. La prosperidad sufrió ante el principio de decadencia; las causas de la destrucción se multiplicaron al ampliarse la conquista y, tan pronto como el tiempo o el azar hubieron eliminado los apoyos artificiales, el extraordinario tejido cedió a la presión de su propio peso. La historia de su mina es simple y obvia, y en vez de preguntarnos por qué fue destruido el Imperio romano, deberíamos más bien sorprendernos de que perdurara tanto tiempo. Edward Gibbon1 E n 476 el último emperador romano que ejercía su poder desde Italia fue depuesto en Rávena. Rómulo Augústulo tenía poco más de diez años y era una marioneta en manos de su padre, que comandaba el ejército imperial. No era un ejército demasiado grande, pero en aquel momento ya no controlaban un imperio demasiado extenso. En el este, en Constantinopla, gobernaba otro emperador que no reconocía al pretendiente de Italia. La mayoría de las provincias occidentales -Galia, Hispania y el norte de África- habían sido reconvertidas en reinos por caudillos de origen germánico. Ahora que un oficial del ejército de extracción bárbara llamado Odoacro había asesinado al padre de Rómulo y había depuesto al emperador, a Italia le aguardaba el mismo destino. El muchacho no fue considerado suficientemente importante como para que mereciera la pena matarle y se le permitió pasar el resto de su vida en un cómodo retiro. Existe una amarga ironía en el hecho de que hubiera sido bautizado con el nombre de Rómulo en honor del mítico fundador de Roma y de que le apodaran «el pequeño Augusto» por el primer emperador Augusto. Señalar el año 476 como aquél en el que cayó el Imperio romano Occidental se ha convertido en algo habitual. De ser así, entonces cinco siglos de gobierno imperial habrían finalizado con un mero quejido. El suceso no pareció tener excesiva importancia para los contemporáneos, y probablemente pasó inadvertido para la mayoría de los subditos del emperador. Rómulo Augústulo era sólo el último de una sucesión de emperadores «títere» manipulados por poderosos generales. Hacia finales del siglo IV, el Imperio se había dividido en las mitades oriental y occidental, cada una gobernada por su propio emperador. El Imperio de Oriente había conservado su fuerza, pero el occidental había decaído: su riqueza y poder habían disminuido tras una serie de reveses. En 476 al Imperio de Occidente le quedaba poco tiempo para caer de forma definitiva. Durante el siglo siguiente, los romanos orientales intentarían reconquistar los territorios perdidos y ocuparían Italia, Africa y parte de Hispania. Pero carecían de la fuerza y la voluntad suficientes para mantenerlos a largo plazo. A finales del siglo VI, la parte oriental del Imperio -conocida como Imperio bizantino entre los estudiosos modernos, pero llamada Imperio romano por ellos mismos- era un estado poderoso. Sin embargo, no era una superpotencia, y su riqueza y poderío militar eran una pálida sombra del Imperio unificado en pleno apogeo, cuando ningún enemigo ni rival había estado ni remotamente a la altura de Roma. La época en la que los emperadores gobernaban la mayor parte del mundo conocido era sólo un recuerdo lejano. En el año 600 el mundo era muy diferente: ninguna superpotencia había ocupado el lugar de Roma y lo que fue su territorio estaba ahora dividido en muchos reinos y pueblos de menor tamaño. El mundo medieval había cobrado forma. Se ha propuesto un gran número de teorías para explicar por qué el mundo cambió de ese modo, y ha habido muy poco consenso. Muchos discuten la importancia de 476, incluso como hito histórico. Algunos argumentan que para entonces el Imperio ya había caído y otros pocos defienden la curiosa teoría de que sobrevivió después de esa fecha. No sólo se debaten las causas de la caída de Roma, sino también cuánto duró el proceso. Algunos, como Gibbon, creen que las raíces se encuentran en los primeros años de la historia del Imperio, que experimentó una lenta decadencia a lo largo de varios siglos. Otros sugieren que el lapso de tiempo fue más breve, aunque en realidad nadie ha defendido nunca que durara menos de varias generaciones. El acalorado debate continúa y cada época responde a la pregunta de acuerdo con sus propias obsesiones y prejuicios. La caída del Imperio romano signe siendo uno de los grandes misterios de la historia. Algunos imperios más recientes han surgido y caído mucho más deprisa. El «imperio milenario» de Hitler y su aliado el Japón imperial tuvieron un éxito espectacular y ambos alcanzaron la cúspide de su poder en 1942. Tres años más tarde se derrumbaron deshechos en violencia y ruinas, y su poder había sido doblegado por completo. La Segunda Guerra Mundial también precipitó el final de muchos imperios más antiguos, cuyo impacto sobre gran parte del mundo había sido más hondo, aunque a menudo más sutil. Agotada y empobrecida por la guerra, Gran Bretaña no tuvo reparos en admitir que habían llegado «vientos de cambio» y cedió todo su imperio en sólo unas décadas. Declaró la guerra a aquellos grupos que estaban resueltos a hacerse con el poder por la fuerza, pero la inevitabilidad de la independencia nunca se puso seriamente en duda. Otros países se resistieron con más obstinación al cambio, pero a largo plazo ninguno logró conservar sus colonias. Las grandes potencias de los siglos XVIII y XIX eran una fuerza extinguida, pero todas ellas dejaron un profundo legado. Los países que se acababan de independizar tenían fronteras que habían sido establecidas de acuerdo con las decisiones de los administradores imperiales, lo que tuvo consecuencias dramáticas allí donde se llevaron a cabo particiones, mientras que en Africa y Asia las decisiones se tomaron de forma más general y menos deliberada. En gran parte del mundo, el inglés, el español y el francés eran ahora la segunda lengua de la población y, muy a menudo, también la lengua del gobierno y de la educación. Los sistemas legal y político también derivaban de prototipos europeos. Irónicamente, el derecho latino se propagó a un área mucho mayor de la que había cubierto jamás el Imperio romano. Casi invariablemente, el control pasó a manos de una élite proveniente de la población indígena, pero que había sido educada a la europea y, con frecuencia, en la propia potencia colonial. En raras ocasiones es posible decir nada más aparte de que la situación de la población en general no ha empeorado a partir de la independencia, pero muy a menudo los nuevos gobernantes han resultado mucho más corruptos y explotadores que sus predecesores. Las antiguas colonias representan ahora el grueso de los países más pobres del mundo. La Rusia soviética, que había heredado el imperio y muchas de las ambiciones de su antecesora zarista, sobrevivió más que las potencias de Europa Occidental, y durante cuarenta años fue una de las dos superpotencias que dominaron el mundo. Finalmente, Rusia se derrumbó bajo su propio peso. Su caída se produjo de forma muy repentina, sorprendiendo incluso a sus adversarios de la Guerra Fría. El destino de numerosas regiones de la periferia de Rusia sigue sin estar decidido, pero el proceso ya ha dado lugar a importantes derramamientos de sangre en varias áreas. La caída de la Rusia soviética dejó a los Estados Unidos de América como única superpotencia en el mundo, una situación que por el momento parece que sólo tiene probabilidades de cambiar si las previsiones de crecimiento de China resultan exactas. (Es evidente que la idea de que la Unión Europea llegue a convertirse en un igual es pura fantasía. Las sugerencias periódicas de que puede unirse a la China marxista para formar un contrapeso frente a Estados Unidos son perturbadoras, pero escasamente realistas). Estados Unidos, que una vez fuera una colonia, se convirtió en un país rebelándose contra Gran Bretaña. Aparte de la expansión hacia el oeste, nunca ha mostrado demasiado interés en invadir territorios en ultramar, aunque sí en mantener bases en todo el mundo. Aun así, la Guerra Fría desencadenó el estallido de guerras abiertas, como las de Corea y Vietnam, y, asimismo, tuvo como resultado su apoyo encubierto a combatientes en muchos otros países. En la actualidad, Estados Unidos y sus aliados cuentan con fuerzas sustanciales en Afganistán e Irak. En ambos casos la intención es que se trate de una operación temporal que dure sólo hasta que los gobiernos que gozan del apoyo occidental sean capaces de mantenerse sin la asistencia militar directa. Sus oponentes suelen decir que Estados Unidos es un imperio, pero en gran medida eso es sólo retórica. No obstante, es el país más fuerte del mundo con mucha diferencia y, en ese sentido, su posición es un reflejo de la de Roma. Con todo, las diferentes experiencias de otros imperios modernos deberían recordarnos que debemos ser prudentes y no llevar esa comparación demasiado lejos. Antes de nada, debemos comprender la experiencia romana. * * * Hay una cierta ironía en la coincidencia de que el primer volumen de La historia de la decadencia y caída del Imperio romano de Edward Gibbon se publicara a principios de 1776, sólo unos pocos meses antes de la Declaración de Independencia. Gibbon era diputado y había estado presente en la ceremonia el otoño anterior, aprobando tácitamente la decisión del Parlamento de respaldar el plan gubernamental de enviar más tropas contra los colonos rebeldes. Para cuando Gibbon hubo concluido su colosal obra, Gran Bretaña había perdido la guerra. Fue un serio revés, pero la crisis resultó ser temporal y el apogeo del imperio aún estaba por llegar. La nueva América era minúscula en comparación con el estado que es hoy en día, porque la gran expansión hacia la costa oeste todavía no se había producido, y nadie habría adivinado la prominencia que alcanzaría en el futuro, aunque hubo quien hizo algunas afirmaciones descabelladas. Estados Unidos tendría un papel insignificante en el mundo a lo largo del siguiente siglo. En el siglo XIX se hizo cada vez más común comparar la grandeza del Imperio británico con la de Roma. Para Gibbon y sus contemporáneos el paralelismo era menos específico, pero había una serie de razones por las que el historiador decidió trabajar sobre Roma en vez de sobre algunos de los otros grandes imperios del mundo antiguo. La primera era, sencillamente, el impacto de los romanos en el mundo y, sobre todo, en el mundo occidental. Su Imperio había sido más grande y había perdurado más tiempo que ninguna de las otras grandes naciones de la Antigüedad. El Imperio romano había incluido la patria de Gibbon, así como la mayor parte de Europa Occidental. El cristianismo emergió en el periodo romano y, con el tiempo, llegaría a convertirse en la religión del Imperio, y de ahí surgirían la Iglesia católica y el Papa en Roma. Gibbon había tenido algunos escarceos con el catolicismo en su juventud, antes de que su padre lo enviara a la calvinista Suiza para que fuera convenientemente reeducado en el protestantismo. La Iglesia católica había garantizado la supervivencia del latín -y contribuido a la preservación del griego- como lengua, e hizo posible el redescubrimiento de las literaturas griega y romana en el Renacimiento. Hombres como Gibbon se encontraban cómodos con ambas lenguas, que en su época seguían siendo los pilares centrales de la educación. Se admiraban los logros griegos, pero la decadencia de Atenas ya había sido registrada en las crónicas de Tucídides y Jenofonte. El imperio de Alejandro era vasto, pero no consiguió sobrevivirle. Otros imperios más antiguos, como Persia, Asiria, Babilonia y Egipto se conocían en buena parte por lo que los griegos o la Biblia habían dicho de ellos. Todavía tenía que pasar una generación antes de que Champollion descifrara la piedra Rosetta, y apenas se contaba con datos fehacientes sobre las primeras civilizaciones. Por otro lado, para la Ilustración europea existía en Roma una especial inmediatez. Sólo al llegar a esa época se propagó de forma generalizada la confianza de que el aprendizaje y la cultura habían vuelto a alcanzar los niveles del mundo clásico e, incluso, estaban comenzando a superarlos. Y, sin embargo, el Imperio romano se había hundido en Occidente unos trece siglos antes de que Gibbon empezara a escribir y los restos del Imperio de Oriente habían desaparecido hacía ya tres siglos. En retrospectiva, la Edad Media parecía presentar una sombría perspectiva de ignorancia y superstición, en marcado contraste con la sofisticación y aparente racionalidad del mundo grecorromano. Aun hoy, esa reacción es bastante habitual. Un libro publicado recientemente que examina la transición de la Antigüedad al Medievo lleva como subtítulo El auge de la fe y la caída de la tazón. Durante mucho tiempo, la raza humana -en especial los seres humanos que vivían en Europa Occidental- habían experimentado una regresión en vez de una progresión, y comprender cómo y por qué había sucedido algo así era un paso clave a la hora de entender el mundo moderno. Pese a la enorme reverencia mostrada hacia los clásicos, se prestó escasa atención al mundo de los últimos años del Imperio, fundamentalmente porque todos los grandes autores griegos y latinos se encuadran en periodos anteriores. En cierto modo, Gibbon estaba pisando terreno nuevo al analizar la caída de Roma en vez de su ascenso y apogeo. Asimismo, el concepto que planteó era ambicioso, original y sofisticado: no sólo se remitió a fuentes de la Antigüedad, sino que también comentó y evaluó las teorías de los autores contemporáneos. La amplitud de la erudición de Gibbon sigue siendo excepcional y, desde casi todos los puntos de vista, su obra puede considerarse la primera historia «moderna» del mundo antiguo escrita en inglés, aunque, de hecho, los estilos académicos tomarían otra dirección en años subsiguientes. También fue reconocida desde el principio como una de las grandes obras de la literatura inglesa.." GOLDSWORTHY, ADRIAN. LA CAIDA DEL IMPERIO ROMANO
Posted on: Thu, 27 Jun 2013 15:50:39 +0000

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