LA HISTORIA DE LA IGLESIA 38a. sesión: Siglo XVI Edad Moderna: - TopicsExpress



          

LA HISTORIA DE LA IGLESIA 38a. sesión: Siglo XVI Edad Moderna: Reforma de Lutero y reforma católica. Trento. Jesuitas. Nuevas Órdenes e instituciones El concilio de Trento impulsó una serie de órdenes e instituciones para llevar a cabo esa reforma tan anhelada por la Iglesia. Estas órdenes están vinculadas al papa Paulo III. ¿Cuáles son? Oratorio del Divino Amor: surgió en Roma en tiempos de León X. Era una hermandad de clérigos y seglares fervorosos cuyo fin principal era difundir la devoción eucarística y la comunión frecuente, cosa desconocida hasta entonces. Estos grupos de oración se extendieron por Génova, Vicenza y Venecia. Impulsaron este oratorio los cardenales Pedro Caraffa, Sadoleto y san Cayetano Thiene. Más que orden es un movimiento de espiritualidad. Los teatinos son ya una orden. Sus fundadores fueron el cardenal Pedro Caraffa y san Cayetano Thiene. Se llamaron teatinos porque así los llamaba el pueblo, dado que Caraffa era obispo de Theate. Esta orden estaba constituida por clérigos reformados; no adoptaban normas monacales y se consagraban al pastoreo de la grey alejada. Su vida sacerdotal santa se extendió rápidamente, a tal punto que santa Teresa de Jesús dice: “Sed amigos de los teatinos”. Barnabitas: su fundador fue san Antonio María Zaccaria (1502-1539). Es orden de clérigos regulares. Su finalidad era la instrucción religiosa del pueblo y la educación juvenil. Fueron aprobados por Clemente VII en 1533. Desarrollaron su actividad en el norte de Italia, donde en donación recibieron el antiguo monasterio de san Bernabé (Bárnabas) de Milán. Se acrecentó el prestigio de los barnabitas con la figura de san Alejandro Sáuli, superior general de la congregación, obispo de Aleria y consejero de san Carlos Borromeo. Capuchinos: la orden franciscana venía sufriendo trastornos disciplinarios en el siglo XV. Con la intervención del papa León X se lleva a cabo la escisión franciscana: unos serán observantes y otros conventuales (1517). Propulsor de la observancia en Italia había sido san Bernardino de Siena. En España, san Pedro Regalado y san Pedro de Alcántara. Fray Mateo de Bascio (Da Bassi) encabeza el grupo de los conventuales para vivir la estricta regla de san Francisco (1525). Integran el grupo fray Luis y Rafael de Fossombrone, con apoyo de Pedro Caraffa. Obtiene la aprobación del Papa Clemente VII en 1526. Se les denominó en un inicio “ermitaños franciscanos” y más tarde “capuchinos” porque usaban hábitos burdos con capucha grande. Viven en pobreza y en oración. Esta nueva rama franciscana sufrió mucho de parte de sus mismos hermanos franciscanos; incluso, el primer vicario general, Mateo, y el segundo, Luis Fossombrone se volvieron a los observantes. El tercer vicario, Bernardino Ochino, descuidó su vida eremítica y contemplativa por darse a una actividad asombrosa; terminó pasándose al protestantismo y huyendo a Suiza. Pero estos contratiempos no detienen el crecimiento de los capuchinos que, pese a todo, contaban con el apoyo de los cardenales Contarini, Sanseverino y del reformador obispo de Verona, Juan Mateo Giberti. Se extienden rápidamente por toda Europa en la segunda mitad del siglo XVI y se constituyen desde los albores, en los predicadores y confesores de Europa, y en su apostolado entre la gente sencilla y en las misiones. “Demóstenes del pueblo” los llamará Lacordaire. Pasadas las tormentas, se consolidó la tierna rama y el papa Paulo V les dio plena independencia de los conventuales (1619). Forman desde entonces una nueva rama franciscana junto a los observantes y conventuales. Corría un verso que reza así: “Mateo de Bascio les dio el hábito. Luis de Fossambrone la barba. Bernardino de Asti el espíritu. El pueblo les puso nombre”. Santa Ángela de Merici funda las Ursulinas en 1537, dedicadas a obras de educación. Quería salvar a la sociedad, formando a las madres de familia y a los educadores. San Felipe Neri, el oratorio, en 1563. Constaba de laicos y sacerdotes que se dedicaban, sin estructura ni constituciones, a rezar, cantar, comentar las Escrituras, estudiar la historia de la iglesia y dedicarse al servicio de los enfermos y peregrinos. Un ejército a las órdenes del Papa: La Compañía de Jesús Mención aparte merece la Orden de clérigos regulares llamada Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola, 173 y aprobada por el Papa Paulo III en 1540. Colaboró enormemente en este esfuerzo de la Iglesia por preservar y defender la fe católica, contra el virus protestante. Fue realmente un baluarte firme y seguro del catolicismo. Gracias a ella, Trento se llevó adelante. a) Su lema lo decía todo: “Ad maiorem Dei Gloriam” (para la mayor gloria de Dios). b) Su fin: ser un ejército a las órdenes del Papa para la defensa y la explicación de la doctrina católica. Mediante un cuarto voto de obediencia rigurosa al Papa, además de los clásicos de pobreza, castidad y obediencia, san Ignacio puso a su grupo en manos del pontífice. Con este voto los jesuitas significan su voluntad de responder a todas las necesidades de la Iglesia de su tiempo, a donde les mandara el papa. c) Los medios para llevar a cabo su apostolado: los ejercicios espirituales destinados a la conversión del hombre; la enseñanza en universidades y colegios, las misiones, la investigación cultural y la pastoral en general. d) Características de la orden: Ignacio agrega un año de noviciado y aumenta la autoridad del superior general: será vitalicia. Suprime la oración coral, vigente en todas las órdenes, pero hace hincapié en la obediencia absoluta, 174 . Obediencia y disciplina, autocontrol e incansable energía de acción en el servicio de Dios. Las constituciones, que empezó a escribir el mismo san Ignacio entre 1546-1550, fueron confirmadas por la primera congregación general de 1558 como norma definitiva. La espiritualidad está plasmada en los ejercicios espirituales, que han hecho más santos que letras contiene, según san Francisco de Sales. No crean, sin embargo, una espiritualidad nueva; trazan el “principio y fundamento” del cristiano, 175 . La Compañía de Jesús quedaba organizada bajo una constitución rígidamente monárquica y centralizada: el general de la orden, elegido de por vida e investido de una autoridad casi ilimitada, distribuye los oficios y nombra los provinciales y a los rectores de los distintos colegios; todos quedan sometidos a la entera disponibilidad que determine la obediencia. No tardó en difundirse la nueva Compañía. A la muerte del fundador contaba ya con doce provincias que se extendían desde el Brasil al Japón, con más de cien casas y cerca de mil miembros. La Compañía fue de los primeros adalides de la restauración católica europea, de las misiones y de la enseñanza cristiana en la sociedad. Los jesuitas fundaron gimnasios, colegios, seminarios y escuelas superiores. Su programación de estudios –la Ratio Studiorum- es un modelo de la nueva pedagogía que ya entonces se presagiaba. Los grandes místicos Este siglo vio también nacer a los grandes místicos españoles, santa Teresa de Ávila, 176 y san Juan de la Cruz, además de otras obras de espiritualidad riquísimas de san Juan de Ávila, san Francisco de Borja, fray Luis de León, fray Luis de Granada, san Pedro de Alcántara. Es curioso este dato: mientras en el resto de Europa se originaban movimientos de rebeldía contra la Iglesia, surge en España una floración de autores espirituales, que tiene en los franciscanos su primera representación. Francisco de Osuna escribe su Tercer abecedario espiritual, cuyo influjo se hará sentir en santa Teresa de Ávila y en otros místicos posteriores. Pero donde la mística y la ascética españolas alcanzan su punto culminante es en las obras de los dos grandes santos y escritores carmelitas santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. Santa Teresa se decide a llevar a cabo la reforma de su orden y, superando grandes dificultades, y después de conseguir un Breve favorable de Pío IV, en marzo de 1563, establece el convento de san José, en la misma Ávila, el primero de la reforma. El Papa confirma la nueva fundación dos años más tarde, y el general de los carmelitas, Juan B. Rossi (P. Rubeo) le da permiso para fundar nuevas casas y aun de establecer la reforma de los varones, junto con san Juan de la Cruz. En su libro de la Vida, en el Camino de perfección, Las Fundaciones, el Castillo interior o Las Moradas, modelos inigualables de la lengua española que pertenecen al tesoro más apreciado de la mística del mundo cristiano, santa Teresa describe los estados místicos a que el alma puede ser elevada, la suerte y las características de la vida espiritual. Lo mismo hace san Juan de la Cruz en sus conocidas obras Subida al Monte Carmelo, Noche oscura del alma, Cántico espiritual, Llama de amor vivo, en las que, a la par de una sana y profunda teología y con gran belleza literaria, describe el proceso interior del alma hasta llegar a los grados más elevados de perfección. Fuera de España, el exponente más significativo de esta literatura espiritual es san Francisco de Sales, doctor melifluo y santo amable a la manera de san Bernardo. Sus tratados de la Introducción a la vida devota o Filotea, el del Amor divino o Teótimo y sus Conversaciones espirituales, pasan por modelos de la ciencia del espíritu, que llenan de dulzura la virtud y la ascética cristianas. El sueño dorado de muchos misioneros: Oriente A raíz de los nuevos descubrimientos de españoles y portugueses se abre el período de grandes misiones, que se irán extendiendo por los inmensos territorios de América, Asia y Oceanía. Tanto los reyes de España como los de Portugal tomaron muy en serio su deber cristiano de proveer a la propagación del Evangelio en las tierras recién descubiertas y a ello les ayuda el despertar misionero de las Órdenes religiosas y de no pocos miembros del clero secular. Será, pues, este siglo XVI, el siglo de las misiones en Oriente, con san Francisco Javier, jesuita, a la cabeza, que fue a Goa (1542), Malaca (1545), Japón (1549), llegó a la frontera de China (1552) y convirtió a numerosos asiáticos mediante su apostolado audaz e incansable. Otros jesuitas llegaron al Congo en 1547, a Marruecos en 1549, y a Etiopía en 1555. Cien discípulos de Ignacio llegaron a la India. Paralelamente fueron formándose las respectivas diócesis en territorios asiáticos. Japón contaba con 150 mil conversiones cuando Taikosama barrió en este mismo siglo con aquella comunidad católica. América cristiana Debemos la predicación del evangelio en el continente americano a los franciscanos, dominicos y agustinos principalmente. Más tarde llegaron los jerónimos y los mercedarios que cooperaron a la conversión de los naturales. Los jesuitas predicaron a partir de 1571 en Perú y en 1572 en Nueva España. Estos jesuitas se establecieron también en Brasil y fundaron en Paraguay las llamadas reducciones, territorios en que florecieron las nuevas cristiandades a salvo de los posibles desmanes de los conquistadores, y además eran un medio eficaz para la promoción humana y cristiana de los indígenas. La primera reducción data de 1610. Llegó a haber hasta treinta, donde se agrupaban unos 150.000 habitantes. Se organizó una vida totalmente comunitaria sobre bases cristianas. Cada reducción estaba dirigida por dos o tres jesuitas. Todo era común. Se ha llamado la república comunista, 177 cristiana de los guaraníes. El tratado de los límites (1750) hizo pasar las reducciones del dominio español al portugués. Los guaraníes resistieron algún tiempo. La supresión de los jesuitas, por presión del gobierno portugués, dio el golpe de gracia a las reducciones (1768). El clero diocesano, especialmente cuando la Compañía de Jesús lo educó en sus aulas, se encargó de proseguir el asentamiento de la nueva cristiandad. La organización eclesiástica americana fue calcada de la española y de la Iglesia universal: institución de cabildos, seminarios, inquisición. Durante el siglo XVI quedaron erigidas 38 diócesis a lo largo del continente. Algunos evangelizadores sobresalientes fueron los siguientes: Fray Julián de Garcés, defensor de la racionalidad de los naturales; Bartolomé de las Casas, 178 , defensor acérrimo de la dignidad de éstos, enemigo inquebrantable de la encomienda y de la conquista; fray Toribio de Benavente o Motolinía, muy amado de los naturales; fray Bernardino de Sahagún, tesonero estudioso de su pasado; el obispo don Vasco, organizador e impulsor de la sociedad tarasca; Pedro de Gante, educador. Varios mártires regaron con su sangre el territorio americano; entre ellos el obispo fray Antonio de Valdivielso, dominico, murió a manos de españoles por defender a los indígenas. Sobresalieron también por su labor evangélica: Francisco Solano, Antonio de Montesinos, Juan de Zumárraga, Juan del Valle, Pedro Delgado, Domingo Navarrete, José de Anchieta, y Manuel de Nóbrega. La Virgen de Guadalupe y san Juan Diego La Virgen de Guadalupe se apareció en 1531 a Juan Diego en el Tepeyac, para apoyar la evangelización. Ella es la esencia del alma mexicana, el motivo supremo de su alegría. La Señora del Tepeyac, la Madre del amor y de la santa esperanza, encomendó a Juan Diego llevar su maravilloso mensaje al obispo Fray Juan de Zumárraga, cabeza visible de la Iglesia en México, cuando le dijo: “Es necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad”, 179 . Juan Diego 180, brilla como uno de los protagonistas de esta síntesis admirable: por un lado es indígena con los suyos, con una tradición que venía desde remotos antepasados y cuya permanencia en el tiempo era símbolo de la verdad; por otro lado, entra en contacto con el mundo de lo “nuevo” y que, por lo mismo, no tenía garantía de veracidad. No obstante, aprende a dialogar con la fuente de los símbolos españoles, la Virgen María y el fruto bendito de su vientre, Jesús, y lo asimila de manera excepcional en una experiencia religiosa que deja ver la fuerza de la gracia en el escogido. La historia de las apariciones es el testimonio vivo de la eficacia de María como Maestra de un laico indígena evangelizador. El “Nican Mopohua”(“Aquí se narra”) del sabio y docto indígena Antonio Valeriano, es una relación de alta escuela, donde aparecen íntimamente relacionados los protagonistas: la Madre del Hijo de Dios, Juan Diego Cuahtlatoatzin, el obispo Fray Juan de Zumárraga y Juan Bernardino. La Virgen María proclama a Juan Diego un mensaje que de por sí comporta un nuevo nacimiento: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna cosas?” 181 .María no sólo está diciéndole a Juan Diego que ella es su “Madrecita”, sino que además ella se siente honrada y agradecida por serlo. Juan Diego es el macehual, instrumento de la gracia de Dios, a través de María, conocedora de estos menesteres, pues ella misma se había confesado como “la esclava del Señor” (cf. Lc 1, 38). De ella recibe el encargo de subir a cortar variadas flores 182 , de colocarlas en su ayate y de llevarlas a la presencia de la Soberana, quien las tomará en sus manos y las volverá a colocar en la tilma de su embajador. Éste no desempeña un papel de mero agente, sino también de sujeto libre y responsable en manos de Dios. Y este misionero está llamado a la altísima vocación de ser intermediario para que el mundo divino, el de las flores de Dios, llenas de vida, “de olor suavísimo, como perlas preciosas, como llenas de rocío nocturno” 183 se una al mundo humano del Tepeyac, que de por sí era árido y además se encontraba en la época de invierno. Se anunciaba así el comienzo de una nueva etapa en la historia del pueblo indígena, fidelísimo a sus dioses y que aparentemente había sido traicionado por ellos; etapa que había sido ya inaugurada definitivamente por la Encarnación del Hijo de Dios, en el seno de María de Nazaret, por obra del Espíritu Santo. El hijito menor de la celestial Señora se encuentra finalmente en el corazón de la encomienda. En frases claras y sencillas se le indica lo que tiene que decir, a quién se lo va a decir y cómo tiene que hacerlo. Se le recuerda que no va en nombre propio y que no va a expresar su voluntad. El embajador emprende el camino. La fe le hace ir adelante, no obstante que ya ha tenido la experiencia de no ser creído por el Obispo, de ser investigado, de haberse topado con un enfermo terminal. La seguridad le llega porque ha recibido con mente y corazón bien dispuesto el ofrecimiento de la dulce Señora. Y va con toda la autoridad que ha recibido de ella. Lleva en su regazo las flores con tal cuidado, como un ministro lleva la Eucaristía. La señal no es sólo para Juan Diego, sino que es para la cabeza de la Iglesia, que es Juan de Zumárraga. Las flores, que de por sí ya eran la expresión de algo sagrado, se convierten en instrumento para pintar en la tilma del embajador indígena la imagen de la Reina del Cielo, de la Madre del Hijo de Dios. Entregadas tilma y flores al obispo, tenemos la unión de dos autoridades, el macehual o embajador que llevaba la imagen de la Señora y el que es convertido en custodio de la Imagen. La experiencia de toda una vida culminada con cantos y flores, encuentro con la Señora del Cielo, enfermedad y curación del tío Bernardino, entrevistas con el señor obispo, llevaron a Juan Diego a pedir el honor de poder dedicarse por completo al servicio de la Morenita, viviendo a un lado del templo. Para ello solicitó la autorización del obispo Zumárraga, dada la distancia que había entre su casa y la ermita de Guadalupe. Obtenido el permiso del obispo, dejó todo y se retiró a la ermita para servir a la Virgen, cuidando de su casita. Esta comunión diaria con los intereses de la Santísima Virgen desembocó en una vida según el Espíritu de Jesucristo: “A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor. Frecuentemente se confesaba y obtuvo la gracia de poder comulgar tres veces por semana, cosa excepcional para un laico de entonces. Ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y buscaba la soledad para poder entregarse a solas a la oración” 184 . De esta forma, el testimonio de una vida íntegra alcanzada por Juan Diego, bajo la acción de la gracia divina, provocó una fama de santidad reconocida por quienes entraban en contacto con él. Marcos Pacheco, el primero de los siete indios ancianos, informantes de Cuauhtitlán, que declararon en el proceso de 1666, nos ofrece una síntesis al respeto: “Era un indio que vivía honesta y recogidamente, que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, y de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones le decía a este testigo la dicha de su tía: Dios os haga como Juan Diego y su tío; porque lo tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos”. Hoy la Iglesia ya lo venera como santo: “san Juan Diego, ruega por nosotros”. Fue el papa Juan Pablo II quien lo proclamó santo el 31 de julio de 2002, en su visita a México. Disputa teológica entre dominicos y jesuitas Mientras veíamos cómo la gracia de Dios actuaba en este indio Juan Diego y se prestaba libremente a esa acción divina, en Europa se daba, miren por dónde, una disputa acerca de cómo actúa la gracia divina en relación con la libertad humana. Las afirmaciones de Lutero y de Calvino sobre la gracia y la justificación estimularon a la teología católica a dedicar una atención especial a los capítulos doctrínales sobre el estado original del hombre en el paraíso terrestre, el pecado original y la relación entre la gracia y el libre albedrío. La disputa fue entre los dominicos, con una concepción más rígida, y los jesuitas, una solución más mitigada. Luis Molina, jesuita, sostenía que el hombre realiza libremente sus acciones, pues la gracia inclina a la libertad sin suprimirla; Dios actúa, a su vez, en la realización de los actos buenos dado que por su ciencia sabe que el hombre los habrá de realizar. Domingo Báñez, dominico, le llamaba a Molina pelagiano, porque parecía que todo lo realiza el hombre con su libertad. Báñez afirmaba que la gracia eficaz de Dios determina físicamente a la voluntad a obrar. Luis Molina llamó a Báñez calvinista, porque parecía que suprimía la libertad del hombre. Más tarde Miguel de Bayo llevó al extremo la posición de Báñez, diciendo que el libre albedrío, desnaturalizado por el pecado, no podía obrar el bien, y sólo la gracia de Cristo, ordenando al hombre a Dios, permitía obrar bien y meritoriamente. Más tarde, en el siglo XVII la Iglesia daría respuesta a este problema. Mientras tanto, el papa Clemente VIII impuso silencio a las dos partes. No se pudo dar solución definitiva. Y no podía ser de otro modo, ya que el misterio de la cooperación de la gracia divina con el libre albedrío del hombre, es, y seguirá siendo, un problema-misterio que trasciende cualquier argumento de razón: “Cuánto actúa la gracia de Dios y cuánto actúa mi libertad a la hora de hacer una acción...es un misterio”. Una pista de este misterio podría ser ésta: Dios ilumina mi entendimiento e inclina mi voluntad para que yo libremente escoja el bien; pero de ninguna manera mueve mi voluntad físicamente hasta el punto que me obligue a obrar el bien, pues así no sería yo libre. De esta manera se salva, por una parte la soberanía y el dominio total de Dios, y, por otra, mi libertad que es quien escoge ese bien, sin coacción ni imposición. CONCLUSIÓN El concilio de Trento dio a la Iglesia la fisonomía que ha mantenido hasta un período reciente. “Católico” designa ahora a un grupo particular de cristianos frente a los protestantes y los ortodoxos. La iglesia católica salió del concilio estabilizada, jerarquizada, centralizada en torno a su cabeza el papa. El concilio integró armoniosamente el pasado de la iglesia con su presente, pero guardó silencio ante muchos de los nuevos problemas, como las transformaciones económicas y sociales. Lo hará más tarde. ----------------------------------------------------------------------- 173. Ignacio era hombre de mundo; herido en el sitio que los franceses pusieron en Pamplona (1521), durante su convalecencia se convierte a una vida de piedad y se retira a Manresa, donde escribe los Ejercicios Espirituales (1522-1523). Emprende luego estudios eclesiásticos, pues no era hombre de letras, y a los treinta y cuatro años asiste a una escuela al lado de los niños que se burlan de él. De acuerdo a la mentalidad de la época, con tonalidad de cruzado, emprende viaje a Tierra Santa, pero los franciscanos –custodios oficiales de aquellos lugares- lo despachan de vuelta. Comprende Ignacio que debe estudiar. Realiza sus estudios de humanidades, filosofía y teología en Alcalá, Salamanca y París. Es aquí donde plasma la formación de su instituto (1528-1535). Conquista para su idea a dos compañeros de habitación: al saboyano Pedro Fabro y al español Francisco Javier, a quienes seguirán luego Diego Laínez y Alfonso Salmerón, también españoles. Con estos u otros compañeros de la Sorbona hacen los votos de la orden (1534). Frustrado un viaje a Tierra Santa, viajan a Roma y se ponen a los pies del papa Paulo III, quien luchaba ante el fracaso de convocar el concilio. Es por ese entonces cuando el instituto toma el nombre de Compañía de Jesús, pues se consideraban soldados disciplinados a las órdenes del papa (1538). 174. Hasta tal punto es la obediencia que en la regla 13 de los ejercicios espirituales dice: “Lo blanco que yo veo debo creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina”. Es la obediencia “perinde ad cadáver” (como la de un cadáver). 175. ¿Cuál es ese principio y fundamento? El hombre ha sido creado para conocer, amar y servir a Dios en la tierra, y de esta manera salvar su alma. Todas las demás cosas de aquí abajo son creaturas, que debo usar en tanto cuanto me conduzcan a Dios y las debo rechazar en tanto cuanto me aparten de Dios. 176. Teresa es la reformadora de las Carmelitas descalzas. Es única en la historia. Otros organizadores y fundadores de órdenes religiosas tenían estudios o eran sacerdotes, obispos y cardenales, o tenían apoyos. De todo carece Teresa. Entra en la orden carmelita (1533). El convento de la Encarnación dejaba mucho que desear y Teresa se plegó a la vida mediocre hasta que, inspirada por Dios, reacciona y se propone fundar una casa de estrecha observancia con aprobación del provincial de los carmelitas (1562). Iniciada la reforma, el provincial se volvió atrás. Dice la tradición que la santa se lo reprochó. “Es que ahora soy superior provincial”, repuso él, defendiéndose. Retiróse Teresa y en voz baja exclamó: “Dios los llama para santos y en provinciales se quedan”. Fue apoyada por el franciscano san Pedro de Alcántara y el dominico Domingo Báñez, quien le consigue autorización del papa Pío IV. Se establece en el convento de san José de Ávila (1563). Afronta toda clase de dificultades y persecuciones. Pasa cinco años de reclusión en Toledo donde redacta las Fundaciones. Es gran maestra de vida espiritual, sin pretender serlo. Escribe por obediencia: “¿Para qué quieren que escriba? Escriban los letrados, que yo soy una tonta y no sabré lo que digo; que me dejen hilar mi rueca, que no soy para escribir” (Vida, prólogo). El libro que le ganó de parte del Papa Pablo VI en 1970 el ser doctora de la Iglesia fue el libro de las Moradas, donde expone los caminos para la oración, hasta llegar a la unión íntima y transformante con Dios. Característica dominante de su existencia fue la adhesión incondicional y el amor a la Iglesia. Así termina su existencia: “Muero hija de la Iglesia”. Recomiendo sus obras: Vida, Camino de perfección, Fundaciones, Conceptos del amor de Dios, y sobre todo, Las Moradas. 177. Quítese a esta palabra la connotación actual de comunista, que tendría relación con el comunismo ateo ruso. En ese siglo significaba que todo era realmente de todos. Todo era común, como en la primera comunidad cristiana. 178. Bartolomé de las Casas es un personaje complejo. Él mismo había explotado a los indios en un inicio, pero después se convirtió. Ciertamente puso su empeño para que se tratara bien a los indios e hizo lo imposible para que el rey de España suprimiera la encomienda. Las encomiendas eran territorios más o menos extensos dados a un señor. Estas encomiendas eran trabajadas por indios que muchas veces vivían una auténtica esclavitud. Se intentó paliar trayendo negros del África en 1501. Muchos españoles descubrieron esta situación llevando a cabo una gran obra a favor de los indígenas. Uno de ellos, el padre Las Casas. Francisco de Vitoria, catedrático de la Universidad de Salamanca, sentó las bases del derecho internacional poniendo en duda el derecho de los españoles a asentarse en América sin el consentimiento de los nativos, razón por la cual, de él se han servido los masones para su intromisión en la América Española. 179. Valeriano Antonio, Nican Mopohua, traducción del náhuatl al castellano del Pbro Mario Rojas Sánchez, Ed. Fundación la Peregrinación, México 1998, vv. 34-35 180. Sigo aquí algunas reflexiones de la carta pastoral del arzobispo primado de México, cardenal Norberto Rivera Carrera por la canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, 26 de febrero de 2002 181. Valeriano Antonio, o.c., v.119 182. En un cerro donde lo único que había eran mezquites, magueyes, nopales, y que en ese tiempo atravesaba por la estación invernal en la que son imposibles las rosas de castilla. 183. Valeriano Antonio, o. c. v. 130 184. Ixtlilxochitl Fernando de Alva, Nican Motecpana, en De la Torre Villar Ernesto y Navarro de Anda Ramiro, Testimonios históricos guadalupanos, Fondo de cultura económica, Primera edición, México 1982, p. 305
Posted on: Sun, 04 Aug 2013 04:54:01 +0000

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