La filosofía marxista, siendo materialista, es intrínsecamente - TopicsExpress



          

La filosofía marxista, siendo materialista, es intrínsecamente opuesta a la posición idealista que, entre otros cuerpos teóricos, defiende la religión. Según Frederick Engels en Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana: “El problema de saber qué es lo primero, si el espíritu o la naturaleza, este problema revestía, frente a la Iglesia, la forma agudizada siguiente: ¿el mundo fue creado por Dios, o existe desde toda una eternidad? Los filósofos se dividían en dos grandes campos, según la contestación que diesen a esta pregunta. Los que afirmaban el carácter primario del espíritu frente a la naturaleza, y por tanto admitían, en última instancia, una creación del mundo bajo una u otra forma […] formaban el campo del idealismo. Los otros, los que apuntaban a la naturaleza como lo primario, figuran en las diversas escuelas del materialismo.” Tal y como John Molyneux enumera en su artículo Marxism and religion, el materialismo marxista se apoya en cuatro premisas. Sostiene que (1) el mundo existe independientemente de los humanos (o cualquier otra conciencia) y que además (2) es posible el conocimiento del mismo. Estos planteamientos, confirmados en la práctica millones de veces al día, han alcanzado un consenso científico general e incluso el estatus de “sentido común”. Además, el materialismo marxista plantea que (3) los seres humanos somos una parte de la naturaleza, si bien una parte diferenciada. Lejos de entrar en la vigencia de teorías como el creacionismo —difundida, por ejemplo, por el Partido Republicano en EEUU (hoy con Sarah Palin como principal instigadora) —, esta conclusión es propia de la ciencia moderna, defendida por Darwin para el desarrollo de la naturaleza y acuñada por Marx al descubrir la ley del desarrollo de la historia humana. “Los seres humanos empiezan a distinguirse de los animales tan pronto como empiezan a producir sus medios de subsistencia, un paso que está condicionado por su organización física”, “y su consiguiente relación con la naturaleza”. El materialismo marxista afirma que (4) el mundo material no se deriva, en primer lugar, del pensamiento humano; sino que es el pensamiento humano el que se deriva del mundo material. Esta premisa es la menos ampliamente compartida y la más claramente marxista. De hecho, hay mucha gente que comparte el punto de vista materialista en la relación de los seres humanos y la naturaleza, pero toma una posición idealista cuando se trata de la relación entre las condiciones materiales y las ideas, y consecuentemente en el papel que la ideología juega en la historia, la sociedad y la política. El marxismo rechaza la idea de que el pensamiento puede ser aislado de la práctica social. Del mismo modo rechaza que la historia es esencialmente la historia de las ideas, de cambiantes concepciones del mundo —idea compartida por Hegel y sus seguidores, por la Ilustración y los socialistas utópicos. De hecho, esta visión está altamente extendida y es la “versión oficial de la historia”: cuando en el colegio nos explican cómo se pasa de una época a otra, nos indican cuáles son los nuevos valores e ideas de cada etapa y quizá qué estructuras de poder se dan, pero nunca qué relaciones materiales y cómo la lucha entre las diferentes clases está directamente relacionada con dichas ideas. Para Marx el pensamiento sólo puede ser entendido como parte de la vida social, no como algo existente al margen de esa vida. El pensamiento humano consiste en “los reflejos y ecos ideológicos de este proceso de vida”. Esto conlleva que el motor del cambio no reside en que los seres humanos adopten nuevas formas de ver el mundo, más bien estas nuevas formas son producto de los cambios en las condiciones materiales y sociales: “al desarrollar su producción material y su intercambio material, los hombres alteran, junto a éste su mundo real, también su pensamiento y los productos de su pensamiento.” La siguiente frase de Marx es altamente significativa: “No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino al contrario: es su ser social el que determina su conciencia”. Ésta es quizá la declaración que mejor resume la relación entre las condiciones materiales, las relaciones sociales y las ideas. Sobre la dimensión utópica de las ideas religiosas Gramsci diría: “La religión es la utopía más gigante, la más metafísica que la histo­ria haya jamás conocido, desde que es el intento más grandioso por reconciliar, en forma mitológica, las reales contradicciones de la vida histórica. Afirma, de hecho, que el género humano tiene la misma “naturaleza” que el hombre […] como creado por Dios, hijo de Dios, es por lo tanto hermano de otros hombres, igual a otros y libre entre y como los demás hombres [...]; pero también afirma que todo esto no pertenece a este mundo sino a otro (la utopía)”. Los marxistas, al analizar el mundo a partir del materialismo histórico, según el cual ni los seres humanos ni la naturaleza han sido creados a partir de ninguna idea —tampoco la idea de Dios—, somos claramente ateos. Pero es importante resaltar que la crítica a la religión se enmarca conceptualmente dentro de la crítica al idealismo en general, y por tanto a todas aquellas concepciones que basan sus explicaciones sobre el mundo, la historia o el ser humano sin apoyarse en las condiciones históricas y materiales y las relaciones sociales que se derivan, sea Dios mediante o no. Existen ejemplos actuales de cómo posiciones basadas en el idealismo que no son religiosas tratan de explicar el mundo e incluso cambiarlo. Una de ellas, y quizá la que más se ajusta al panorama islamofóbico e imperialista que vivimos, es la teoría del Choque de Civilizaciones. Acuñada por Huntington (y como respuesta al “fin de la historia” de Fukuyama), trata de explicar una nueva etapa en la cual los conflictos mundiales vienen motivados por las colisiones culturales entre diferentes civilizaciones, haciendo énfasis en los aspectos religiosos. Esperadamente, Huntington clasifica a la civilización islámica como rival de la occidental. Esta visión ignora los intereses geoestratégicos —que manchan de sangre Palestina, Irak, Líbano y Afganistán— que mueven al imperialismo y el papel que juega el islamismo (y la religión en general) en la resistencia. La otra cara de la moneda de esta teoría idealista y apoyada por la socialdemocracia es la que defiende Zapatero con su Alianza de Civilizaciones, según la cual un diálogo entre culturas solucionará los conflictos. Caricaturizando la escena, desde el marxismo, sólo cambiando las condiciones materiales, es decir, retirando las tropas de Afganistán, podríamos hablar de soluciones. Evidentemente, el militarismo y la doble moral de Zapatero es lo que le hacen mantener esta posición idealista, y no la falta de un par de libros de Marx.
Posted on: Fri, 06 Sep 2013 01:36:50 +0000

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