Lectura recomendable... El mono es uruguayo por Claudio Paolillo A comienzos de agosto, unos individuos que dicen sentir "amor" por los animales se constituyeron en el zoológico de Atlántida en horas de la madrugada, rompieron cercas y candados, abrieron las jaulas y "liberaron" urracas, cardenales, carpinchos, faisanes, loros amazónicos, cotorras, liebres, cuis, una llama y un mono. "Abrir una jaula, liberar a un animal, eso es amor" dijeron los responsables del grupo, denominado "Acción Directa". Aunque luego fueron denunciados ante la Policía por la Intendencia de Canelones, los intrépidos "justicieros" anunciaron que no pararán "hasta que todas las jaulas estén vacías", en defensa de "la vida en libertad" y contra "la domesticación que nos quieren implantar". Algunos de los animales que aprovecharon la circunstancia y salieron a "la libertad" se murieron. Por ejemplo, los cadáveres de dos loros de cabeza roja fueron hallados por los funcionarios del zoológico en las calles de Atlántida. "Acción Directa" evidentemente no previó este desenlace. Quiere tanto a los animales que los empuja a la muerte. A los loros, los mató de amor. Mientras faisanes, urracas, liebres, loros, carpinchos y la llama corrían hacia su "libertad", el mono permaneció en su jaula. Tenía la puerta abierta, fue instado a escapar, pero no. Decidió quedarse. No se sabe si fue por miedo o por comodidad. Pero se quedó quietito. Es una pena que no se puedan conocer las razones por las cuales el mono prefirió el cautiverio a la libertad. Pero, en tren de especulaciones, quizá, en el momento en que le abrían la jaula, el mono pensó: "Acá estoy bien cuidado, todos los días me dan de comer, me limpian la casa y la paso tranquilo sin hacer nada. Si salgo, tengo que buscar dónde vivir, tengo que encontrar comida en algún lado, no es seguro y corro demasiados riesgos. Mejor, me quedo". Si fuera cierto que el mono pudo llegar a pensar eso, entonces el mono debe ser uruguayo. O, por lo menos, le han inoculado el ADN de la mayoría de los uruguayos que son, como ha dicho el presidente Mujica para el espanto hipócrita de unos cuantos, "medio atorrantes". Es verdad: somos "medio atorrantes", no "completamente atorrantes". Somos medio holgazanes, medio perezosos y poco trabajadores. Militamos en el partido de la "ley del mínimo esfuerzo" o, si se quiere, en la del esfuerzo de escasa calidad. Mujica mismo es "medio atorrante". Esto tiene hondas raíces históricas y culturales. No hay que andar mucho para advertir esta característica de la sociedad uruguaya. Basta con presentarse ante el mostrador de cualquier oficina pública para que el "atorrantismo" se pasee impune ante nuestros ojos, entre bolsas de bizcochos, tazas de té y miradas perdidas en la rutina de la desesperanza. Pero no es sólo un problema del Estado. Hay muchos comercios privados donde uno va a comprar cualquier cosa ?es decir, a contribuir a que el negocio sea viable? y quienes atienden dan la impresión de que le están haciendo un favor al que paga. El Estado está junto con nosotros desde que nacemos hasta que morimos. Siempre omnipresente. A veces ?las menos? para hacer algo útil por nosotros. Otras ?las más? como el "socio bobo" que nos saca de los bolsillos cuantiosas cantidades de dinero como si fuéramos un país del "primer mundo" para devolvernos servicios y bienes propios de una sociedad del "tercer mundo". El Estado nuestro de hoy existe ?se dice con falsedad? para actuar como "escudo de los débiles". Pero sólo reparte limosnas entre los débiles. Y entonces, no sólo no los ayuda a salir de horribles situaciones de pobreza económica, intelectual y moral, sino que los consolida en la indignidad generación tras generación. Refuerza, pues, un duro núcleo de "atorrantes", sin habitos de trabajo ni autoestima, algunos inofensivos para la sociedad ?pero muertos en vida para ellos mismos y sus familias? y otros muy agresivos que, aprovechando la crisis de valores y un ambiente mezcla de benevolencia y anomia ante el delito, se convierten en criminales. Pero los uruguayos amamos al Estado tanto como el mono ama su jaula segura. Cada vez que hay un llamado para ocupar unos pocos cargos públicos, miles y miles de jóvenes uruguayos se agolpan ante la oficina que sea en procura de "sacar la lotería". El premio es un empleo de por vida, donde no importa si el funcionario es un gran trabajador o un terrible vago porque en el Estado nadie es despedido. La aversión al riesgo, necesario para cualquier emprendedor que se esfuerza para hacer algo sin la ayuda de "Papá Estado", está en la cabeza del mono del zoológico de Atlántida y en la idiosincrasia del uruguayo medio. Por eso hay tan pocos emprendedores en Uruguay. En realidad, quienes emprenden algo por su cuenta, sin buscar ni pretender subsidios ni palancas estatales legales o ilegales, son auténticos héroes en un país cuya cultura predominante es la de que "el que no llora no mama y el que no mama es un gil". En junio de 2011, la consultora Cifra difundió una encuesta en la que abordó estas cosas. Cuando preguntó si "los uruguayos somos más bien haraganes o más bien trabajadores", 40% contestó "haraganes" y 40%, "trabajadores". Un 18% dijo que "depende" o que ni una cosa ni la otra. Las respuestas fueron muy parecidas según autodefinición ideológica (izquierda, centro, derecha), pero variaron según las edades: los más jóvenes (18 a 44 años) fueron los que más consideraron que los uruguayos somos "haraganes" y los más viejos (45 en adelante), que somos "trabajadores". Quizá más revelador fue lo que ocurrió con la segunda pregunta, formulada únicamente a los que tenían un trabajo remunerado al momento del sondeo. "¿Usted trabajaría más horas o más días por semana para aumentar sus ingresos?", inquirieron los encuestadores de Cifra. Un 52% dijo que "no estaría dispuesto", un 20% indicó que trabajaría "más horas por día" y un 22% que podría hacerlo "más horas y más días". No hay que sorprenderse, entonces, si el Uruguay es hoy un país que evoluciona a ritmo de carreta. No siempre fue así. A comienzos del siglo pasado, el Uruguay era un país pujante: el Estadio Centenario, el Palacio Legislativo, el Palacio Salvo o las casas del Cordón son testimonios vivos de que en aquella época los uruguayos creían que trabajar duro era una sana costumbre y que salir de la pobreza dependía del esfuerzo personal; eran tiempos en que existía el orgullo por el trabajo bien hecho, más allá de la recompensa económica. Las cosas han cambiado y, desde hace décadas, la sociedad arrastra como un sino irresistible sobre los hombres y los sucesos el síndrome de la carreta. Por supuesto que hay excepciones; notables excepciones que son, precisamente, las que mueven la carreta uruguaya. En diciembre de 2009, cuando se estaba por celebrar en Chile la elección en la que resultaría electo Sebastián Piñera, la Universidad Católica y Adimark ?la principal encuestadora de ese país? publicaron un estudio que muestra por qué los chilenos andan volando y los uruguayos en carreta: ? El 73% de los chilenos creen que salir de la pobreza depende del esfuerzo y del trabajo individual y apenas 26% asocia eso con la ayuda del Estado. ? El 68% cree que lo más justo es que una persona que hace su trabajo de un modo mejor y más eficiente gane más dinero que otra que lo hace peor. Hay sólo un 16% de los chilenos según los cuales todos deben ganar lo mismo, más allá de si hacen bien o mal las cosas. ? El 65% piensa que la iniciativa individual y el trabajo duro son las principales razones para que una persona pueda tener mucho dinero; apenas 17% dice que eso depende de las influencias y de los contactos sociales. ? El 66% de los chilenos consideran que la flojera y la falta de iniciativa es la razón más importante para que una persona sea pobre en el país. El uruguayo medio de nuestros días piensa al revés que la mayoría de los chilenos. La sociedad chilena empuja, arriesga, progresa y ya se metió en la OCDE. La sociedad uruguaya prefiere la miserable seguridad de la jaula del mono.
Posted on: Thu, 15 Aug 2013 16:01:04 +0000
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