MURALLAS Hay una ciencia que estudia los procedimientos para - TopicsExpress



          

MURALLAS Hay una ciencia que estudia los procedimientos para sitiar ciudades. Se llama poliorcética. El aprendiz de sitiador encontrará en ella consejos prácticos, de los ingenieros, pero también ejemplos históricos de agudeza, valor y perseverancia. Conocerá las trompetas demoledoras de Jericó. El drama de Másada, con la cruel ingeniería de Flavio Silva y la determinación de Eleazar, que ordenó a los sitiados darse muerte unos a otros. La aparición de Jesucristo ante el rey Enrique, durante el cerco de Lisboa y el reproche de éste: "Señor, hazte visible mejor ante los sarracenos, que no creen en ti." La pertinacia de Tutmés ante Kadesh. La traición de Teodorico en Ravena. Y la mayor de estas aventuras: el sitio de Troya. Me doy el gusto de recordar algunos datos. Dante ubica a Ulises y Diomedes entre las llamás del infierno de los embaucadores. Los hace pagar allí la culpa de haber urdido la estratagema del Caballo de Troya para poder entrar a la ciudad sitiada. La sanción dantesca es injusta. Aún siendo los dos héroes muy inclinados a la astucia y la ocultación, fueron inocentes del engaño que se les atribuye. En verdad, la diosa Atenea reveló a Prilis, un adivino de Lesbos, que los griegos sólo podrían entrar a Troya escondidos en el interior de un caballo de madera. Cuando las naves aqueas pasaron por Lesbos, Prilis comunicó a los jefes el dictamen de la diosa. Epeo, que había nacido cobarde y era artesano exquisito, se ofreció voluntariamente para construir el caballo. Se dice que empleó tablones de pino. En uno de los costados estaba el escotillón que permitía el ingreso y egreso de los guerreros. Del otro lado se grabaron grandes letras que completaban la siguiente dedicatoria: "En agradecida anticipación a nuestro regreso feliz, los griegos dedicamos este caballo a Atenea." El tamaño de la construcción sólo puede conjeturarse por el número de personas que era capaz de albergar. Sin embargo, los poetas e historiadores no terminan de ponerse de acuerdo al respecto. Algunos hablan de veintitrés, otros treinta, cincuenta y hasta tres mil. Conocemos - eso sí - el nombre de algunos de los que estuvieron dentro del caballo. Recordemos a Menelao, Acamante, Toante, Neoptólemo, Estéleno, Ulises y Diomedes. Epeo también formó parte del grupo. Lo subieron de prepotencia y lo sentaron junto a la cerradura, con el pretexto de que era el único que sabía hacerla funcionar. Suele decirse en las conversaciones de las pizzerías que el caballo fue presentado a los troyanos como un obsequio. No fue así. En realidad los griegos incendiaron el campamento y se hicieron a la mar fingiendo que abandonaban el sitio. Las naves se ocultaron detrás de una isla cercana y allí esperaron. El caso es que al día siguiente, los troyanos encontraron la campiña desierta y en medio de las cenizas del campamento, muerto de risa, el absurdo caballo de Epeo. El rey Príamo y los suyos se acercaron a examinarlo. Surgieron opiniones diferentes. Dimetes insistía en llevarlo a la ciudad. Capis propuso quemarlo. Laoconte recordó que no había que confiar en los griegos. Casandra, la hija del rey, que poseía el don de profetizar, reveló que el caballo estaba lleno de guerreros. Pero Casandra estaba condenada a que nadie le creyese. Aquí entra a tallar un guapo de verdad: Sinón, el espía. Los griegos lo habían dejado en tierra y él no tardó en hacerse tomar prisionero. Conducido ante Príamo, soportó el interrogatorio del rey con fingida reserva. Se dice que no habló hasta que no le cortaron la nariz y las orejas. Asegurada de este sangriento modo su credibilidad, engañó a los troyanos con la siguiente historia: dijo que los griegos estaban hartos de la guerra y que se habían ido para siempre. Explicó que lo habían dejado en tierra a causa de su enemistad con Ulises. Con respecto al caballo, dijo que era una ofrenda que los griegos hicieron a Atenea. Querían recuperar el favor de la diosa, muy mal dispuesta con ellos desde el robo del paladio. Príamo preguntó por qué lo habían hecho tan grande. Entonces, Sinón habló de una predicción del adivino Calcante. Si los troyanos despreciaban la ofrenda, serían destruidos. En cambio, si lo introducían en Troya, se hallarían en condiciones de conquistar Micenas. Para su desgracia el rey Príamo le creyó. Hizo agrandar las puertas para entrar el caballo, lo dedicó a la diosa y después los troyanos empezaron a festejar la victoria. Cuando todos dormían la borrachera, Sinón encendió los fuegos. Era la señal convenida con la flota griega. Los barcos se acercaron y los guerreros salieron del interior del caballo. El primero en hacerlo fue Equión, que se rompió el cuello. Después comenzó la matanza. En todo cerco, se supone que el sitiador es dueño del territorio vecino, que está en situación de impedir el abastecimiento del sitiado y que es el que toma las decisiones. Ante semejante postulación, los espíritus prácticos podrán sostenter la inutilidad de cualquier resistencia al asedio: si al fin habremos de capitular, ¿a qué demorarse en las tribulaciones del heroísmo? La respuesta a tan liviana objeción es contundente y melancólica: vivir no es otra cosa que una resistencia inútil. El rey Príamo sabía que el destino de Troya era el fuego. Pero combatió durante diez años. El hombre sabio sabe que va a morir, pero vive y se resiste a la muerte tanto como puede. Es mortal en beligerancia. Lector poliorcético: el que esto escribe defiende unas modestas murallitas de humo que ya se han derrumbado mil veces. Y guarda en su patio numerosos caballos de madera, obsequio de amados traidores. Ahora, en este mismo momento, empiezan a salir de ellos los enemigos. Alejandro Dolina. El libro del fantasma
Posted on: Wed, 31 Jul 2013 23:53:28 +0000

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