Marsilio de Padua. Precursor del Estado laico 4 enero - TopicsExpress



          

Marsilio de Padua. Precursor del Estado laico 4 enero 2011 Sección: Grandes juristas, Posiciones Gerardo Laveaga Nunca he creído que un intelectual pueda ser neutral en el sentido más amplio de la palabra. Cuando, incluso, proclama su independencia y se niega a recibir subsidios de cualquier facción, el intelectual está abonando a los intereses de alguien, esté o no consciente de ello. Aristóteles proporcionó argumentos a quienes se beneficiaban con el tráfico de esclavos y Marx apuntaló la llegada al poder de Stalin y Mao. En ocasiones, las ideas de un intelectual son contrarias a un régimen, lo que provoca que este intelectual sea perseguido. Luego, cuando accede al poder un grupo contrario, se reivindica a dicho intelectual, aun si ya está muerto. Otras veces, las ideas del intelectual coinciden con las del régimen en el poder o ayudan a que éste dé una imagen de tolerancia. Los honores, entonces, no se hacen esperar. Cualquiera que cuestione la autoridad de un poderoso es mal visto (salvo por los enemigos del poderoso, claro) y cualquiera que contribuya a legitimar a un grupo en el poder es celebrado por ese grupo. Hobbes, por ejemplo, fue denostado por defender la monarquía en una época y un lugar donde el parlamentarismo comenzaba a fortalecerse. Locke, en cambio, fue convertido en ministro del gabinete por justificar los controles que un cuerpo legislativo debía ejercer sobre el monarca. Lo que distingue a un buen intelectual de uno que no lo es, sin embargo, no es su tiempo o su circunstancia; es la agudeza que haya tenido a la hora de organizar y transmitir sus ideas. Da igual si es creyente o ateo; no importa si sus posturas son de izquierda o derecha. Su lucidez y la forma de expresarla es lo que condiciona su “supervivencia”. Tal fue el caso de Marsilio de Padua (1275-1343), quien arremetió contra el papado para defender los intereses del emperador Luis IV de Baviera. Lo hizo, sin embargo, con tan buen tino, que se le considera “el primer teórico del Estado laico” y, en Teoría Política, se le mira como precursor de Maquiavelo, Hobbes, Spinoza y Rousseau. Más que las anécdotas de su vida —de la que poco sabemos—, que sus estudios de medicina y que la breve gestión que tuvo como rector de la Facultad de Artes en la Universidad de París, lo que constituyó su legado fue el libro Defensor Pacis —el defensor de la paz—, que publicó alrededor de 1324 y que, debido al escándalo que produjo, obligó a su autor a refugiarse en la corte del emperador de Baviera. Lo que, palabras más, palabras menos, afirmaba Marsilio era que, al no tener prueba alguna de la existencia de Dios —las especulaciones metafísicas de Tomás de Aquino le parecían una tomadura de pelo—, los hombres tenían que organizarse políticamente, de acuerdo con sus necesidades e intereses del momento. La violación a las “leyes divinas”, apuntó, debía castigarse con “sanciones divinas”, mientras el quebranto a las leyes humanas merecía penas terrenales. Por ello, añadía, era un disparate pensar que el poder del emperador devenía del Papa, a quien, por cierto, no le concedía ninguna autoridad que fuera más allá de las cuestiones de culto. Nunca, en todo el Medievo, se hizo una crítica más severa al papado. Desconfiaba del Derecho natural (¿qué es eso?), pero coincidía con Aristóteles en que el fin de una comunidad política era la felicidad de sus integrantes. Él la llamaba tranquillitas y aseguraba que la única forma de alcanzarla era que los integrantes de cada comunidad hicieran sus propias leyes. Nadie más. La ley humana, escribió, es un “praeceptum universitatis civium”, que debía regular la conducta de los hombres en aras de su felicidad. Si este atrevimiento no hubiera sido suficiente, Marsilio dejó en claro que la Iglesia no tenía por qué cobrar diezmos o tener propiedades terrenales; que cualquier bien que pretendiera poseer debía verse como una concesión graciosa del Estado. El estado eclesiástico, en suma, debía estar subordinado a la potestad del civil. Sólo si se entendía esto, reinaría la paz, concluyó. Quinientos años después, por cierto, estas ideas seguían discutiéndose en México. Como es de imaginarse, Marsillo fue excomulgado por el Papa y sus ideas no tuvieron éxito alguno en un siglo donde el poder estaba en manos de la Iglesia Católica. Tampoco prosperó la intentona que hizo Luis de Baviera para invadir Roma, deponer al Papa y convertirse en jefe político y “espiritual”, tal y como lo aconsejaba su intelectual de cabecera. Así, la obra de Marsilio fue relegada. Tuvo que originarse la reforma protestante para sacar del olvido a su autor y situarlo como uno de los más geniales precursores de la soberanía del Estado laico. En palabras de H. Münkler, Marsilio es más que esto: “es el fundador de la Teoría del Estado moderno y de la teoría de la soberanía popular”. Escéptico, burlón y valiente es, en todo caso, un filósofo al que no debemos perder de vista. El Defensor pacis se consigue en español (editorial Tecnos) y yo no pierdo oportunidad de sugerir a mis alumnos que lo lean.
Posted on: Wed, 26 Jun 2013 18:17:01 +0000

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