No conozco a nadie que se suba a un autobús público con más - TopicsExpress



          

No conozco a nadie que se suba a un autobús público con más emoción que la mía. Ayer estuve en la playa de Sagrado Corazón, perdón, la estación, y luego de varias horas de escuchar mujeres analizando el tiempo, curiosos retratando las olas que llegaban hasta los asientos de espera, y hasta un hombre con un gorro de baño en la cabeza, por fin salieron las guaguas. Estos cabrones no salen, y cuando salen, lo hacen todos a la vez, decía un hombre con dos bolsas plásticas en los pies. Yo me quedé distante, observando como la multitud que esperó cuatro horas la salida de los autobuses, corría y se dispersaba en cada una de las tres rutas de AMA que salieron de la estación. ¡Mija, vente!, mire que luego de estar aquí pará como las gallinas no me van a coger los asientos. Y yo me sonreía, y el hombre del gorro de baño no sabía ni cuál de las tres rutas escoger. Me mojé los pantalones cuando me senté, no está mojado, mijo, es la humedad, dijo la doña. Sí, claro la humedad. Y entonces como no bastaba con el diluvio que estaba cayendo, ella comenzó con su numerito. Primero se quitó el abrigo que tenía, ¡ya no más! Ahora el calorcito, dijo, y miraba la cara de los que estábamos allí sentados frente a ella a ver si el interés era recíproco. Mis ojos no dejaron de mirarla desde que me senté cara a cara con ella. Así que ella tomó mi curiosidad como un intento de montar conversación y continuó. Mira «y alto que lo decía», mi marido murió hace quince años y deja eso muchacho, ¡mira!, yo no quiero saber de hombres. Yo asentaba con la cabeza. Ella seguía. A mí lo que me gusta es bailar bomba. Cuando yo escucho los tambores se me quita to’ los dolores. Hasta esta pata muerta se me revive. El otro día fui al negocio de mi amiga, la guardia, por Villa Palmeras, y allí había un viejo que quería bailar conmigo. Y yo tengo ochenta y tres años, pero cuando muevo estas caderas… Todos nos quedamos mirándola y escuchándola, mientras ella se colocaba en el borde del asiento y se removía toda. Para mí que se había restado algunos añitos, porque si bien se movía como una mujer de cuarenta años, las arrugas parecían de cien. Yo le dije al viejo que iba a bailar solo una. Y cuando sentí que ese viejo me agarró, ¡ay mi madre!, imagínese, sentí un frío y una cosa…así como cuando siento los tambores. Y la vieja se remeneaba todita. Pero yo no quiero marí’o, ¡chacho, deja eso! ¿Pa’ qué? Yo boté la llave, ¡ni chacachaca ni nada! Lo que siento es que estaba llegando a la parada y tenía que bajarme del autobús cuando aquello se estaba poniendo bueno. Ya estaba la doña cantando bomba, que yo misma compuse, decía, y yo estoy seguro que en dos paradas más, ya iba a estar agarrada de los tubos bailando. En ese momento me entraron ganas de seguir de largo y llegar a donde sea con el deseo de presenciar el final del numerito de la vieja. Pero toqué el timbre, y cuando lo hice vi al hombre del gorro de baño cerca de los asientos de la entrada. El autobús paró y al bajarme me di cuenta que mi mochila estaba mojada. ¡Coño!, olvidé que por el techo de los autobuses se filtraba el agua, en ese momento comprendí lo útil que es llevar siempre un gorro de baño en el autobús.
Posted on: Fri, 19 Jul 2013 15:47:55 +0000

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