Premio Nuevos Narradores.3º Edición. Ver Diario La Nación del - TopicsExpress



          

Premio Nuevos Narradores.3º Edición. Ver Diario La Nación del 5 de julio pasado. ..."Entre las menciones se destacan "Los Desconocidos" de Eliana Madera. Carlos Casares..." FELICITACIONES ELIANA!!!! Acá va la historia...Genial!!! Los desconocidos. Por Eliana Madera.. por Eli Madera (Notas) el miércoles, 29 de mayo de 2013 a la(s) 12:03... A las dos de la madrugada, al llegar al hospital, mi hermana Laura y yo nos enteramos de que se había muerto el abuelo José. Hay que juntar las cosas del cuarto antes de sacar el cuerpo, nos dijo una enfermera con poco tacto y volvimos a sentir el mismo vértigo de cuando, al jugar a las escondidas por la casa, escuchábamos que se acercaba papá y entonces corríamos y gritábamos para salvarnos. Sentadas en un banco enla sala de espera, con una bolsa llena de cucharas, vasos plásticos, caramelos y revistas, recordamos las noches en que jugábamos en la cama con el abuelo, que nos mordía los dedos de las manos y nos hacía cosquillas hasta que la abuela venía a retarlo, dejá a esas chicas en paz que les vas a quebrar los dedos. Nosotras nos reíamos, y el abuelo mordía más nuestros dedos chiquitos. Mamá llegó con unos papeles y nos dijo que fuéramos al auto a dejar las cosas y que llamáramos a las tías para avisarles. Llamá vos, me dijo Laura, y como no hay una buena manera de contar malas noticias, llamé a las tías y les dije el abuelo se murió. Poco después, en la morgue del hospital, todos nuestros familiares consolaban a la abuela, a la tía y a mamá; Laura y yo nos consolábamos entre nosotras y pensábamos en las tardes de carnaval en el campo, todos contra el abuelo que siempre empezaba por mojarnos a nosotras y después mojaba a todo el mundo, hasta que muchos se hacían los enojados, y mientras unos lo sostenían para que no se escapara, los otros llenábamos con agua los baldes de la venganza; después, mojados y como si nada, volvíamos a tomar mate. Llegamos a la sala velatoria antes de que trajeran al abuelo; mamá tenía que elegir un cajón, y la abuela ahora quería el más caro. Laura y yo deambulábamos por la sala, donde el marketing de la muerte era bastante básico: en la pared, cruces plateadas con tubos de luz violeta que al encenderse iluminaban a un Cristo flaco; dos pedestales labrados para sostener el cajón; una pequeña alfombra roja con flecos dorados para apoyar luego la tapa, y una planta de plástico en una maceta muy parecida a las urnas en las que se guardan las cenizas. Con Laura mirábamos las caras que esperaban al abuelo y veíamos sus rostros como cuando eran jóvenes, como aparecían en las fotos que la abuela guardaba en una caja de zapatos verde y blanca. Con el cajón ya en su lugar y la familia reunida alrededor, de acuerdo con el procedimiento que se sigue en los velorios todos nos dispusimos a llorar un poco más. En un momento, entró a la sala un desconocido de unos treinta años, se sentó en la recepción de nuestra sala y comenzó a llorar en silencio. Debe ser amigo del abuelo me dijo Laura y yo le dije que era raro que no saludara a nadie. El llanto del desconocido ya se escuchaba en nuestra sala, y mis tías, no dispuestas a dejar que nadie les arruinara el velorio, comenzaron a llorar más fuerte mientras intercambiaban pañuelos blancos con flores bordadas a mano; gracias a ellas, el llanto del hombre ahora apenas se escuchaba. Luego, dos mujeres a quienes tampoco habíamos visto nunca entraron al velorio y abrazaron a aquel hombre desconocido. El triple llanto no opacaba el de mis tías pero cuando los desconocidos llegaron a seis, debimos tomar medidas de emergencia: la tía Olga fingió una crisis de nervios seguida de un dramático desmayo. Laura y yo pensamos entonces que su actuación era digna de un aplauso, y tanto era así, que incluso algunas de las otras tías, celosas, se lamentaron porque no se les había ocurrido primero. En todo caso, nadie había pensado en que, al desmayarse la tía Olga, algunas de las otras tías debieron salir de la ronda para asistirla y entonces los desconocidos ganaron un lugar junto al cajón. Con eso la abuela casi se desmaya de verdad, y sin moverse del lugar se abanicaba mientras decía sálvanos, Ave María purísima, sálvanos. En ese momento, a Laura se le ocurrió preguntarme si el abuelo tenía segundo nombre, y yo no pude acordarme si se llamaba José María o Juan José. Con el correr de la tarde, nuevos desconocidos llegaban a consolar a los desconocidos anteriores, con el cajón como línea divisoria entre los equipos de llanto; las mujeres se reemplazaban unas a otras, mientras iban a la cocina en busca de agua para reponer las lágrimas lloradas. Por cada desconocido que llegaba, mi hermana y yo debíamos mandar nuevos mensajes de texto para convocar más gente al velorio. La tía Elena, que según mi abuela siempre mira otro canal, dijo que le dolían las várices de tanto estar parada y fue a sentarse sin aviso. La línea divisoria ya no marcaba la mitad: los desconocidos ganaban terreno, y algunos de los curiosos que llegaban les daban las condolencias. La tía Olga dijo que a ella también le dolían las várices y que no era justo que todo lo mejor siempre fuera para Elena, por lo que se apartó del cajón para ir a sentarse, seguida después por las otras tías. Los desconocidos rodeaban al muerto; sólo mamá y la abuela resistían. Entonces,la tía Elena dijo que sentía pena por la familia del difunto, que se veía que lo querían mucho; la tía Olga estuvo de acuerdo y dijo que por la cantidad de gente se notaba que el muerto había sido una persona muy popular. Laura y yo miramos alrededor y nos pareció que Elena tenía razón: de seguro el difunto había sido un buen hombre. Mi hermana me preguntó si el muerto era de la familia por parte de papá o de mamá y yo le dije lo que pensaba, que debía ser un viejo amigo de la abuela porque la pobre lloraba mucho y porque todas las tías parecían conocerlo. Cuando mamá y la abuela vinieron a sentarse, la mayoría de las tías ya se habían retirado porque consideraban que con un par de horas en el velorio de un casi desconocido era suficiente para demostrar su buena educación. Con mi hermana comíamos facturas y bebíamos café que nos ofrecían unas tías gordas que no eran las nuestras, y que se alternaban para llorar junto al cajón. La abuela dijo que estaba cansada y le pidió a mamá que la llevara a casa. Laura y yo le dimos las condolencias a la familia del muerto, y saludamos a los nietos que no dejaban de llorar. Y así fue como nosotros, los desconocidos, nos fuimos del velorio. .
Posted on: Tue, 09 Jul 2013 00:46:11 +0000

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