Quizás haya sido uno de los episodios más llamativos en mis cinco años de visita a la quinta planta. Allí, ocasionalmente, suceden numeritos dignos de El Caso. Al principio, no reparé en ella, estaba concentrado en mi malestar. Era sólo una chica ciega con las obligatorias gafas oscuras, ni siquiera caí en que sujetaba un rosario repasando las cuentas. Tan abatido y alterado a la vez me hallaba. Obcecado con mi cercanía de la locura, con la inminencia de un ingreso de urgencia y un tratamiento inmediato con potentes sedativos, esa posibilidad fantasiosa ideaba mi miedo. De repente, despertó el muecín que la ciega llevaba dentro y comenzó la salmodia. Un rezo desconocido para mí, tampoco es tan difícil, el movimiento cadencioso de los hebreos cuando oran y la convicción de que debía vocear sus plegarias en un volumen considerable, una oración misionera y proselitista para captar vocaciones en medio de una sala repleta de sufridores y tocados pacientes. Aquel despertar místico, en mi estado paranoico, potenció mi malestar y al parecer el de otros usuarios, pues, del silencio interrumpido salió una voz competidora que recriminaba a la cieguita psicótica su escandalera. Pero la cobra escupió su veneno sin demora, bloqueando toda posibilidad de contrarréplica, no recuerdo con exactitud verbal su mensaje, mas sí el sentido. Era un San Juan Bautista apocalíptico que advertía de la inminencia del mal y de la perentoria necesidad de recurrir a El Salvador para alunizar amansaditos en el paraíso. Antes de que mi temor desembocara en irreparable pánico, el doctor pronunció mi nombre y el Manuel pasa de rigor. Dentro, al estilo de Billy el Niño, no el cabrón franquista, sino el auténtico, le disparé la que yo creía era la pregunta del millón. Doctor, la locura existe?. Esperaba una respuesta menos contundente, sin embargo, con un movimiento de la cabeza dirigido hacia el exterior de la consulta, me inquirió con un tú qué crees. Por supuesto, que la locura existe, fuera tienes la prueba. Las piernas, ese generador de electricidad alternativa del que se burla el Colorocho, empezaron a pedalear una bici imaginaria y no podía parar su temblor sísmico de elevada numeración en la escala Richter. Yo, llevo años, con un discursito de autoayuda en que proclamo que la locura no existe, sino las enfermedades mentales. Joder, desde aquella mañana, al miedo de volverme loco le sumo el de volverme ciego también y además iluminado religioso y terminar como aquella paciente en cualquier espacio público regalando una entrada en el circo de los horrores. Y es que hay personas con mal fario que coleccionan discapacidades y no compiten como superhéroes en las paraolimpíadas.
Posted on: Sat, 09 Nov 2013 11:48:44 +0000