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Rudolf Rocker (Este texto fue escrito en 1921 por el anarcosindicalista alemán en una serie de textos, recopilados y publicados luego como “Bolchevismo y anarquismo”, para cuestionar las contradicciones y abusos que comenzaban a ocurrir en la Unión Soviética. Leído hoy, casi 100 años después, conserva su absoluta vigencia en señalar el destino de aquellos proyectos autoritarios basados en la toma del poder estatal para el supuesto cambio social) Unos meses antes de que estallara la revolución de octubre de 1917, escribió Lenin su conocida obra “El Estado y la Revolución” que contiene una extraña confusión de ideas marxistas y de pretendidas ideas anarquistas. Fundándose en un bien seleccionado material, Lenin pretende demostrar que Marx y Engels sostuvieron siempre la idea de que el Estado desaparecerá, pero que mientras dure el “período revolucionario transitorio”, es decir, mientras la sociedad cambie su fundamento capitalista por un fundamento socialista, habrá que valerse de la maquinaria gubernativa. Al mismo tiempo la obra contiene recios ataques a Kausky, Plekanov y los denominados «oportunistas» del socialismo marxista moderno; los acusa de haber falseado intencionalmente la biblia de los dos maestros con no aclarar nunca a los trabajadores el rol que el Estado jugará durante el período de la dictadura del proletariado. No es ahora nuestra intención averiguar la veracidad de las aseveraciones de Lenin. Algunos de sus argumentos son bastante descabellados, y no sería difícil elegir de las obras de Marx y Engels u otros en cierto período de su vida. Lo que importa saber es si tal manera de ver fue confirmada o rechazada en la práctica. Toda otra cuestión tiene el mismo valor que los comentarios escritos por teólogos hábiles sobre interpretaciones de la Biblia. En la precitada obra, nos declara Lenin que "la diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en que los primeros tienen como propósito la abolición del Estado, pero creen que esto sólo puede ocurrir cuando por medio de la revolución socialista sean suprimidas las clases, como resultado de la implantación del socialismo, mientras que los últimos aspiran a abolir el Estado de hoy a mañana sin abarcar toda la labor que tal abolición requiere". Con esta declaración consiguió que muchos anarquistas creyeran ver en Lenin y su partido a camaradas de coalición. Muchos de ellos hasta estaban dispuestos a aceptar la dictadura del proletariado creyendo que se trataba solamente de un "período transitorio" inevitable y que era imprescindible para la revolución. No se quiso o no se pudo comprender que justamente en el pensamiento de que la dictadura es necesaria como fase de transición gravita todo el peligro. Se necesitaría tener una lógica bastante diferente de la humana para considerar que el Estado es indispensable hasta tanto no sean abolidas las clases, como si el Estado no fuera siempre el creador de nuevas clases, como si no fuera la encarnación viva de las diferencias de clases en la sociedad Todo su ser es la eternización de los contrastes de clase. La historia entera nos ha demostrado siempre esta verdad irrevocable, que es ahora confirmada en Rusia por el desgraciado experimento de los bolcheviques. Habría que estar completamente ciego para no reconocer el valor inmenso de la última lección que nos ha dado Rusia. Bajo la "dictadura del proletariado" se ha desarrollado en Rusia una nueva clase, la comisariocracia, que es hoy tan detestada por la masa como los representantes del antiguo régimen. Y esta nueva clase lleva hoy la misma vida inútil y parasitaria que sus antecesores bajo el dominio del zar. Ha monopolizado las mejores viviendas y está ricamente asegurada con todo lo necesario, mientras la gran masa del pueblo padece hambre y miseria. Y esa clase se vale de los mismos procedimientos tiránicos que los poderosos del viejo régimen. Más aún: ha desenvuelto con más rigor el despotismo, que pesa como una carga enorme sobre la vida del pueblo. En el vocabulario la ruso se creó la palabra nueva «soviet-bruschoi» (burgués soviético). Esta palabra es bastante característica para el estado actual bajo el imperio de Lenin. Es una expresión empleada en todos los círculos obreros y precisamente esta misma designación nos demuestra cómo el pueblo siente el yugo de esa nueva clase dominante que gobierna hoy en su nombre. Observando tan crueles factores nos resulta un chiste de mal gusto la interpretación de Lenin de que no se puede tocar al Estado antes de que desaparezcan las clases. Pero lo esencial en esto es más profundo. El aparato del poder estatal sólo puede crear nuevos privilegios y mantener los viejos. En esto consiste su particularidad propia, todo el contenido de su existencia, desempeña su autoridad bajo el estandarte zarista o bajo la «dictadura del proletariado»; no se puede convertir una institución de monopolio y dominio de clases en instrumento de liberación para el pueblo. En su excelente tratado "El Estado moderno" hace Kropotkin la siguiente advertencia profunda: «Esperar que una institución que representa una determinada gorma histórica de evolución sirva como medio de destrucción de los privilegios que ella misma desarrolló no significa otra cosa que reconocer la propia incapacidad de comprender lo que es una forma histórica de evolución en la vida de la sociedad. No significa más que la ignorancia de una de las reglas más fundamentales en toda la naturaleza orgánica, a saber: las nuevas funciones exigen órganos nuevos y son estas mismas funciones quienes deben desarrollarlos. Quiere decir simplemente que se tiene pereza y se es demasiado timorato para pensar en la nueva dirección a que nos conduce la evolución moderna». Las palabras de Kropotkin contienen una de las verdades más grandes de nuestra época y tocan al mismo tiempo uno de los peores vicios espirituales que el hombre moderno sufre. Las instituciones ocupan en la vida de la sociedad el mismo lugar que los órganos en el cuerpo de un animal o de una planta. Son los órganos de un cuerpo social. Los órganos no se desarrollan arbitrariamente, sino por necesidades determinadas. El ojo de un pez en la profundidad del mar es distinto al ojo de un animal que habita en la tierra, pues tiene sus funciones bajo condiciones completamente distintas. Nuevas necesidades de vida crean nuevos órganos, pero un órgano realiza siempre la función para cuyo propósito fue desarrollado y va muriendo poco a poco, cuando el organismo no tiene necesidad de la función que realizó. Pero jamás ocurre que un órgano llene funciones que no tienen relación alguna con su propia determinación. Lo mismo ocurre con las instituciones sociales. Tampoco ellas nacen arbitrariamente, sino que se desenvuelven bajo determinadas circunstancias sociales con el fin de cumplir una determinada misión. De esta manera se desarrolló el Estado moderno. En el seno del viejo orden social se desarrolló el monopolio y junto a éste una fuerte división de clases diferentes con intereses distintos. Las nacientes clases poseedoras necesitaban un instrumento de poder para sustentar sus privilegios sociales y económicos sobre la gran masa del pueblo. De esta forma nació y se desarrolló el Estado moderno como órgano de la clase privilegiada para la esclavitud explotación violenta de las masas. Al implantar en Rusia la "dictadura del proletariado" los bolcheviques no se conformaron solamente con haberse hecho cargo del aparato de violencia de la vieja sociedad, sino que le dieron un poder tal sobre sus ciudadanos que ningún otro Estado llegó antes a poseer. Le entregaron todas las ramas de la vida pública y hasta llegaron a estrangular toda idea propia, todo sentimiento propio de las masas creando la burocracia más temeraria que se haya visto jamás. Las famosas palabras de jacobino Saint-Just de que la misión del legislador debe ser la de paralizar en el individuo la conciencia privada y enseñarle a pensar en el sentido de la razón estatal nunca ni en parte alguna han sido realizadas hasta el punto en que lo son hoy en Rusia bajo la llamada "dictadura del proletariado". Toda opinión que no sea la de los dictadores no tiene probabilidad alguna de ser conocida porque la libertad de palabra hace años está suprimida y las imprentas están en manos del Estado. Sólo lo que se escribe conforme a la razón estatal se publica en la prensa del Estado. En su conocida obra «Democracia burguesa y dictadura proletaria» intenta Lenin justificar la supresión de la libertad de reunión en Rusia, señalando que las revoluciones de Inglaterra y Francia tampoco permitieron reunirse a los monárquicos y expresar públicamente su opinión. Pero no es nada más que un velo sofístico a los verdaderos factores. Tanto en Inglaterra como en Francia la joven república tuvo que sostener una lucha desesperada con sus enemigos monárquicos; se comprende una lucha donde se debatía el ser o no ser, por lo cual la opresión violenta a la reacción monárquica no fue más que la exigencia elemental de la propia defensa, que de hecho se justificaba. Pero en Rusia no se persigue solamente a los adeptos al viejo régimen, sino también a todas las tendencias revolucionarias y socialistas que contribuyeron a derrocar a la autocracia y que siempre y en todos los momentos en que la contrarrevolución pretendió levantar cabeza empeñaron su sangre y su vida. Esta es la gran diferencia que Lenin calla intencionalmente para halagar los sentimientos de sus adepto en el extranjero. También tiene esto su valor para todo lo que Lenin sabe narrar respecto a la libertad de prensa. Cuando nos explica que la denominada «libertad de prensa» en los países democráticos no es más que un engaño mientras las mejores imprentas y los más grandes depósitos de papel estén en manos de los capitalistas, él mismo sabe mejor que nadie que no es este el caso y que no trata la cuestión que debería explicarnos. Lo que Lenin dice respecto de la libertad de prensa en los Estados capitalistas son verdades viejas que todo socialista hace tiempo que sabe, pero calla el hecho de que en la Rusia soviética las condiciones para la prensa revolucionaria y socialista son mil veces peores que en cualquier Estado capitalista. Ciertamente, en los demás países poseen los capitalistas las mejores imprentas y los más grandes depósitos de papel; pero en la Rusia comunista es el Estado el dueño de todas las imprentas y de todo el papel y por lo mismo está en condiciones de reprimir toda opinión, ya sea de los reaccionarios como de los verdaderos revolucionarios y socialistas que a sus representantes no les agrade escuchar. Ahí está el quid de la cuestión. En la época de la revolución inglesa y francesa se reprimía la propaganda oral y escrita de los monárquicos, pero nadie jamás tuvo la idea de querer estrangular las opiniones libres de las diversas tendencias revolucionarias, a pesar de que la prensa revolucionaria no trataba al gobierno con guantes de seda y que muy a menudo lo atacaba muy acerbamente. Por esto no tienen ningún valor los argumentos de Lenin. Sus palabras no son más que una máscara de la realidad. ¿Cuál ha sido el resultado de esta situación? ¿Dieron el resultado deseado todas las limitaciones a la libertad personal y la represión brutal a toda opinión libre? ¿Acercaron a Rusia más hacia el comunismo? ¡No y mil veces no!
Posted on: Thu, 12 Sep 2013 06:28:17 +0000

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