Ruido de rotas cadenas. Por Carlos Benavides Iginio era muy - TopicsExpress



          

Ruido de rotas cadenas. Por Carlos Benavides Iginio era muy supersticioso y el haber salido de la cama con el pie izquierdo lo predispuso a lo peor. A pesar de decirse católico- apostólico- romano, sus fobias (productos de variadas supercherías) lo consumían; se podría decir que era un esclavo de sus creencias en la magia barata y muy poco hacia en su vida sin atenerse al oráculo(y de paso invadido por premoniciones y deja vú) Pero también era cierto que no podía simplemente quedarse en casa por temor a los malos fluidos y dejar de salir a buscar trabajo o algo que se le pareciera, tal era su mishiadura, así que abrió el closet para escoger la ropa que usaría ese día. Por supuesto que no tenia prenda de vestir alguna de color amarillo, ya que para muchos la ropa de ese color traía consigo nefastas consecuencias. Una vez vestido, desayunó frugalmente un café con leche, que bebió tomando la taza con la mano izquierda para minimizar cualquier posibilidad de contagio, y una tostada apenas lamida con un poco de miel. Leyó el horóscopo concentrándose en Cáncer, su signo zodiacal. “Hoy no será un buen día para comenzar con nuevas empresas o cambiar de residencia. Se re-encontrará con un conocido de siniestro pasado, no confíe en él ni en nadie después de las 8.00 de la mañana. Su salud se afectará negativamente alrededor de las 3.00 de la tarde a menos que se cuide; como acción preventiva no coma frituras ni pescado en mal estado para su almuerzo. Evite el color amarillo. Alguien le ofrecerá la oportunidad de un viaje, desconfíe de él. Hoy no está aspectado para que comience con la empresa más significante de su vida, ni mañana ni quizás nunca. La mujer más hermosa que haya visto requerirá de su asistencia; desconfíe, este mundo no es un lugar seguro” --¡Siempre lo mismo!—se dijo. Leyó también los horóscopos correspondientes a los signos de Capricornio y Géminis, que según su carta natal eran sus ascendientes y comprobó que ni aun así el día mejoraría (parecía que Libra sería el único beneficiado ese día). Así que lavó la taza que utilizó en el desayuno y al guardarla en la alacena volteó con su mano el recipiente donde almacenaba la sal, derramando un poco del otrora valiosísimo condimento que se desparramó sobre la mesada. --¡Mierda! ¿Por qué a mí?—se preguntó con enfado. Con una servilleta recogió la sal y limpió de paso la alacena, y hete aquí que al profundizar la limpieza se encontró un atadito que alguna vez había escondido de algún depredador conocido y que ya había olvidado; lo tomó y comprobó que se trataba de billetes que sumaban una cifra considerable. “¡Démosle la bienvenida a la guita preciosa!”, se dijo, continuando con un dialogo constante que tenia consigo mismo. Echó una mirada al almanaque que colgaba al lado del refrigerador y quedó petrificado del pavor. --Friday the 13th, maldición, viernes 13, ¡God damn it!—maldijo su suerte y deseó fervientemente poder acelerar el tiempo para que el resto del día fuera menos dañino. Se recompuso y juntando valor salió del apartamento 2 F y tomó el ascensor que lo llevó al Lobby del edificio (pensándolo bien, debería llamarse descensor cuando lo utilizamos para descender). En el vestíbulo una señora se peinaba y emperifollaba antes de salir a la cruda intemperie de Brooklyn, pero justo cuando Iginio pasaba a su lado, ella lo miró y al distraerse, accidentalmente dejó caer el espejo de mano, que al estrellarse contra el piso se astilló en mil pedazos. Iginio siguió de largo sin siquiera saludarla o mirarla, tratando de alejarse de la mala suerte. “Vieja boluda, ¡justo hoy se le dá por romper espejos!”. Pero apenas tomó por la acera con rumbo a la estación de Sheepshead Bay se cruzó con “el Misio “que, sabiéndose en deuda con él, y después de evitarlo por semanas, lo interceptó aliviado. --¡Iginio, loco, que bueno que te encuentro!—le dijo al abrazarlo, y a pesar que el encuentro fue fortuito, dejó sentado que lo buscó incansablemente—mira, pues, yo sé que te debo dinero, y no puedo hacer nada al respecto porque no estoy chambeando, pero tengo 2 entradas de cortesía para ver a Mercedes Sosa en el Taller Latinoamericano, esta noche, y pensé que tú podrías disfrutarlas, y de paso descontar a cuenta ¿Quieres? De pronto el día prometía mejorar; Iginio tomo las entradas y despidió al “Misio”, quien, cual si le hubieran quitado un elefante de bronce de su espalda, se fue complacido. Iginio lo vió alejarse por Ocean Avenue y de improviso recordó que el Misio había servido como para-policial en Lima durante el gobierno de Velasco Alvarado y había participado en tareas represivas, aunque era reticente a referirse a ese periodo de su vida. --¡Pero que boludo que soy! El Misio es la persona de siniestro pasado que me anunció el horóscopo—se rascó la cabeza y agregó --¿Y ahora que hago con las entradas? En la estación de Sheepshead Bay abordó el tren D que lo transportó a Manhattan, donde conectó con el tren 7 que lo dejó en la estación Junction Boulevard, sobre la Roosevelt Avenue, la arteria comercial más importante del barrio latino de Jackson Heights. Toda la zona era un exuberante emporio de negocios donde se ofrecían productos latinoamericanos y restaurantes con comidas típicas de casi todos los países hispano-parlantes. Pero Iginio caminó por Junction Blvd hasta llegar a Corona Avenue, donde se encontraba “el Gauchito”, su parrilla argentina predilecta. A un costado de la puerta de entrada se podía leer el especial del día escrito con tiza amarilla en un pizarrón verde.”Hoy, pescado frito”. Nuevamente se le vino a la mente lo leído en la mañana y echó una mirada a su reloj de pulsera; eran las 3.00 de la tarde. Por lo tanto dio media vuelta y cruzó la intersección a la carrera pues el semáforo estaba dando la luz roja. En “La Cantina de Don Chicho” comió 2 porciones de pizza argentina de mozzarella, con una porción de fugazza y otra de fainá montadas encima de cada porción de pizza. La cerveza Quilmes que bebió le pareció agua ya que él solo tomaba Heineken (gran diferencia). Ya saciado su desordenado apetito retrocedió por Junction Blvd en dirección a Roosevelt, cruzó la calle y entró en la peluquería del tramoyero Plinio Trucco (o el Manco de Leparto, como lo nombraban a sus espaldas) necesitaba un retoque en su cabellera larga de 4 meses y una rasurada, de esas que ya nadie ofrecía, a navaja y con fomentos de toallas calientes (como en las películas de mafia) --Buenas, don Plinio ¿Cuánto hay que esperar por un corte?—preguntó Iginio mientras miraba con desconfianza al gato negro que dormía la siesta al costado de la ultima silla del peluquero. --Entrá, nomás, que ya te atiendo—mintió don Plinio, que atraía a cada cliente con cualquier subterfugio y raramente te liberaba antes de sacarte algo. Iginio entró y se sentó en la única silla disponible. Tomó una vieja revista El Grafico, con la foto de “Pinino” Más en la portada, y se dispuso a esperar por su turno. En la sala ya esperaban Gabriel Hinojosa Arana, un uruguayo que había jugado en Cerro pero que tuvo que abandonar la práctica por una lesión en la rodilla (que por entonces significaba el final de tu carrera) y Albano Riestra, un eterno desocupado que creía sabérselas todas y que hacía 3 años que no se cortaba el cabello a pesar de pasársela siempre en lo del Manco de Leparto. Él los conocía a ambos. En eso se asomó un gringo en la puerta y preguntó. --Hi, señor, how long do i have to wait for a cut? --Come in, no more, come in. Fiu minuts, everitin is ander control—contestó el Manco, masacrando al idioma inglés traduciéndolo a su manera, literalmente del castellano. El gringo se percató que, como mínimo, tenia 3 personas delante de él esperando turno y desistió. --It’s OK; i’ll come back some other time. --Warever man—contestó fastidiado el Manco. Cuando el gringo se desapareciera y en la radio se escuchaba “El show del sabio Cabito” de Carlos Kinao. Albano Riestra, que terminó su conversación con Gabriel Hinojosa Arana en forma intempestiva, acercó su silla a la de Iginio y entabló conversación, Después de algunos comentarios acerca de futbol y otras boludeces, se sintió confiado. --Escuchá, Iginio, prestáme atención que tengo una propuesta de negocio que no podrás rechazar—dijo Albano Riestra al tiempo que prendía un cigarrillo, el número 27 del día—es una aventura de corsarios y piratas. Y le explicó pausadamente su plan para hacerse de unos 20.000 dólares, según él. Debía viajar de Nueva York a Tijuana combinando tren y autobús. Una vez en Tijuana, infiltrarse en una troupe de lucha libre mejicana en gira por Centroamérica y con destino a Panamá; el director de la troupe estaba al tanto y lo dejaría viajar con ellos disfrazado de luchador enmascarado; quizás tendría que participar en dos o tres luchas, pero no era para nada difícil, era todo trucado y los tipos le enseñarían. De Colon, en Panamá, a Cartagena de Indias en Colombia en el barco ferry Nissos Rodos, en los depósitos de cargo. Así que lo aprendido con la troupe le vendría de perlas si algún marino se ponía cachondo. Una vez en suelo colombiano, a lomo de burro de Cartagena de Indias a Medellín, camuflageado con un traje de arriero (pantalón de drill arremangado a mitad de pierna, camisa blanca, pañuelo rabo de gallo al cuello. Alpargatas y sombrero de paño, machete a la cintura y carriel al hombro, fijando el poncho) Transportaría sacos de café y piloncillo para disimular y al llegar a Medellín lo esperarían en el restaurante “el Zorzal Criollo”, propiedad de un argentino ex jugador de futbol afincado en la zona, que tiene todos los contactos. Allí lo acondicionarían como “mula” y le pondrían la merca con triple condón en el culo para pasarla sin ser detectada. --Perdón que te interrumpa, pero dijiste ¿culo?—interrogó Iginio--¿en realidad nombraste esa parte de la anatomía humana? De más estuvo que Albano Riestra tratara de convencerlo dibujándole otros números y con promesas de cuantiosas ganancias en el futuro inmediato. Iginio pensó en su culo y en el horóscopo y cortó la tratativa tajantemente. Esperó su turno, consiguió su corte de cabello y se retiró del recinto. Caminando por Junction Blvd y con la intención de volver a su casa, se tropieza con Petra Lazo, una venezolana que hacía honor a la fama de las mujeres de la patria de Bolívar. Alta, de cuerpo exuberante pero no grotesco, ojos claros e inmensos, cabello negro azabache y una dulzura en el hablar que derretía las barreras más solidas, se dirigió a Iginio para preguntarle. --Me disculpas, chamo, pero estoy perdida y necesitaría tu asistencia para que me indiques como llegar a Manhattan—tomó una pausa para respirar y continuó suavemente—es que hoy se presenta Mercedes Sosa en el Taller Latinoamericano y me gustaría llegar allí para ver si puedo conseguir entradas. Iginio había quedado atónito, deslumbrado por la belleza de la mujer más hermosa que haya visto, y, venciendo sus prejuicios y mandando al diablo lo leído en la mañana, saco del bolsillo interno de su chaqueta las 2 entradas de cortesía que le diera el Misio y le dijo --Yo tengo dos boletos para acceder al recital, y si no te molesta, me gustaría compartirlos contigo, ya que yo también amo a la negra Sosa. --Si, chamo, vale, ¿cómo te llamas?—inquirió la bella. --Iginio Astudillo, ¿Y vos? –correspondió el muchacho, ya liberado de sus traumas. --Petra Lazo—dijo ella definitivamente interesada en Iginio. Hablaron de Alí Primera y toda la música de protesta que tanto admiraban, y algo sucedió que no estaba escrito en ninguna carta astral ni se oiría jamás en ningún oráculo. La espontaneidad del misterio del amor. Y no tuvo que temer nada más. 07-16-13
Posted on: Wed, 17 Jul 2013 01:19:17 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015