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Siempre que veo a Francisco Correa y a Álvaro 50 interviu.es 22/7/2013 • por Ramón de España Pérez, alias el Bigotes, me vienen a la cabeza dos novelas muy distintas, Vida privada, de Josep Maria de Sagarra, y Payasos en la lavadora, de Álex de la Iglesia. En la primera aparece un personaje que el autor define como “una de esas personas que han venido al mundo para hacernos la vida más desagradable de lo que ya es”; en la segunda, el narrador observa a un sujeto de cabello engominado y camisa de hijo de puta –que es como yo denomino a esas prendas inmundas con el cuello blanco y la pechera a rayas que tanto satisfacen a banqueros, especuladores y demás gentes de mal vivir– y llega a la siguiente conclusión: “No le conozco, pero ya le odio”. Es innegable que gente como Correa y Pérez han venido a este mundo a hacernos la vida más desagradable de lo que ya es, y yo les odio sin conocerles personalmente, aunque por sus obras ya se deduce su catadura moral. En esta pareja infernal, cada uno interpretaba su papel a la perfección: si Correa era altivo y displicente, Pérez se mostraba siempre obsequioso y pelotillero. La altivez del primero se cortó en seco, eso sí, en cuanto pisó el talego. A partir de ese momento, el estafador implacable se convirtió en un nenaza y un quejica que sufría de claustrofobia y aseguraba no enten- En la ponzoñosa charca del PP , Correa y ‘el Bigotes’ solo son dos peones más, aunque especialmente conspicuos FRANCISCO correa y álvaro pérez der por qué la sociedad lo trataba como a un delincuente: con lo que él había sido… Para comprobar lo que este hombre había sido bastaba con ver sus fotos en la boda de la hija de José María Aznar con ese otro dechado de virtudes que es Alejandro Agag: chaqué ajustado, mirada desafiante, pelo engominado con los inevitables arriquitauns cepillándole el cogote… Y a su lado, la parienta, una rubia de bote, con cara de haber pillado un marido pistonudo, que no tardaría mucho en quitárselo de encima: concretamente, en cuanto empezaran a pintar bastos. Al Bigotes también daba gusto verle. Más bajito que su jefe, compensaba la falta de estatura con ración doble de gomina, cuello de camisa modelo Mortadelo (o Karl Lagerfeld, según se mire) y una aguja de corbata con la que, en caso de necesidad, se podía asesinar a alguien. A ambos se les veía encantados de ser quienes eran y estar donde estaban. Realmente, la boda de marras no tenía nada que envidiar a las de la familia Corleone –¡si hasta acudió Silvio Berlusconi!–, y lo único que le faltaba era una buena redada policial que trasladara a la mayoría de los invitados al furgón para sostener una charla con el juez de turno: hubiese sido el broche de oro ideal para aquel acto impúdico de ostentación nouveau riche que retrató a la perfección al padre de la novia. Ya sabíamos que José María Aznar iba de sobrado, que se consideraba un gran estadista –aunque no pasara de chico de los recados de Bush jr.– y que estaba convencido de haber salvado a España de sí misma, pero aquella falsa boda real nos lo mostró además como un cateto y un parvenu que, por cierto, nunca movió un dedo para quitarse de encima a los dos mangantes de la gomina: él sabrá por qué. 22/7/2013 interviu.es 51 El caso Gürtel aún colea, pero hay que reconocerle al PP los esfuerzos realizados para desactivarlo: Correa y el Bigotes andan sueltos, mientras el único damnificado del asunto es el juez que lo destapó, Baltasar Garzón, inhabilitado por sus propios colegas en un acto de independencia y puesta en práctica de la separación de poderes sin parangón en el mundo occidental. Puede que ambos anden un poco tiesos de pasta y que no se hayan salido del todo de rositas, pero todo podría irles mucho peor. Rinconete y Cortadillo engominados, Correa y Pérez son sendas puestas al día de la figura del pícaro, tan popular en la literatura española. Tú los ves y piensas: “¿Pero cómo es posible que semejantes cantamañanas hayan podido trincar lo que han trincado sin que saltaran las alarmas?”. Pero enseguida amplías el encuadre y, al ver a sus compañeros de aventuras, lo entiendes todo: Francisco Camps –el “amiguito del alma” del Bigotes–, la cazallosa Rita Barberá, el lechuguino de Ricardo Costa, el marido de Ana Mato, los secuaces municipales a los que Correa rebautizaba con apelativos tan cariñosos como “el Rata” y “el Albondiguilla”… Poco a poco se va creando un paisaje humano digno de Berlanga y Azcona que te ayuda enormemente a entender al pobre Jaime Gil de Biedma cuando afirmaba aquello de que “de todas las Historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España porque termina mal”. En la ponzoñosa charca del PP –sin olvidarnos del PSOE de los eres y de la CiU del caso Millet–, Correa y el Bigotes solo son dos peones más, aunque especialmente conspicuos, eso sí. Como Luis Bárcenas. En un país normal, los tres juntos se llevarían por delante a cualquier Gobierno, pero como muy bien dijo don Manuel Fraga en su momento, Spain is different. Aquí no dimite ni Dios, se niegan las evidencias, se recurre al patriotismo y la razón de Estado para ocultar las mangancias, se miente sin tasa y al que mete la nariz donde no debe se le inhabilita tras descartar, por grosera y ajena a nuestras costumbres, la insuperable solución de la corbata colombiana. ■ 52 interviu.
Posted on: Sun, 28 Jul 2013 16:27:26 +0000

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