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UN POCO DE HISTORIA LAS TRIBULACIONES DE NÚÑEZ DE BALBOA FUENTE:LA GACETA Cuando Vasco Núñez de Balboa regresó de su expedición a la Mar del Sur, se encontró un nuevo gobernador: Pedrarias Dávila. Pedrarias Dávila era un gran señor castellano cuya vida ya afrontaba su recta final. Nada le acercaba a las cosas de las Indias. Había nacido hacia 1440 en una familia de judíos conversos próxima a la corte del rey Juan II de Castilla; tan próxima que el pequeño Pedro se crió como paje del propio rey. Siguió la habitual carrera cortesana entre palacios y campos de batalla. Casó con la aristócrata Isabel de Bobadilla y descolló en justas y torneos hasta el punto de que se le apodó “el Gran Justador”. Combatió en las guerras civiles castellanas, en la guerra de sucesión entre Juana la Beltraneja y la infanta Isabel, en la campaña de Granada. Después vinieron las campañas norteafricanas en Bugía y Orán. Aquello iba a ser su canto del cisne, porque a estas alturas Pedrarias Dávila pasaba ya de los setenta años. Pero he aquí que, cuando pensaba en un cómodo retiro, el rey Fernando le encomendó una última misión: marchar a las Indias, nada menos, como gobernador del Darién.El territorio abierto por Núñez de Balboa recibía ahora un nombre mucho más sugestivo: Castilla del Oro. Un lecho de cuchillos Dávila recibió su nombramiento en 1513, pasó el resto del año organizando la expedición y finalmente zarpó de Sanlúcar de Barrameda en la primavera de 1514. Llevaba consigo una impresionante flota de diecisiete barcos y cerca de 2.000 hombres, que aún creció en número cuando recaló en La Española como penúltima etapa de su viaje. Cruzó el Caribe y el 26 de junio puso pie en Santa María la Antigua, la ciudad fundada por Balboa. Rancio cortesano como era, el viejo Pedrarias organizó su llegada con toda solemnidad: una auténtica parada militar encabezada por él mismo, a caballo y con armadura, seguido por sus familiares; en la comitiva caminaba el nuevo obispo nombrado para aquellas tierras, fray Juan de Quevedo, franciscano, bajo palio y tocado con mitra, rodeado por otros religiosos; tras ellos, una larga cohorte de funcionarios, artesanos, soldados, mujeres… De semejante guisa llegó el nuevo gobernador al poblacho de Núñez de Balboa. A Balboa le sorprendió el acontecimiento arreglando el tejado de una chabola. Corrió a recibir a la espectacular comitiva tal y como estaba: con una camisa rota y un calzón viejo. El descubridor del Pacífico, pese a su grotesco atuendo, trató de mantener la dignidad: se acercó al obispo, besó su anillo y dibujó una profunda reverencia ante el viejo Pedrarias. Éste, siempre solemne, bajó del caballo y entregó sus credenciales. Balboa, ceremonioso, las besó y las puso sobre su cabeza, según mandaba el ritual. Después guió a la lujosa cohorte del gobernador hasta La Antigua. A Pedrarias Dávila, que esperaba encontrar una ciudad digna de ese nombre, se le cayó el alma a los pies cuando descubrió que aquello no era otra cosa que una aglomeración de cabañas. En aquel momento vivían en La Antigua unos 500 españoles y alrededor de 1.500 indios. ¿Cómo iba a meter ahí Dávila a sus 2.000 colonos? La primera conversación entre los dos hombres debió de ser como acostarse en un lecho de cuchillos. Núñez de Balboa sabía perfectamente que su mando en el Darién era interino, fruto del naufragio de Nicuesa y de la ruina de Ojeda, y que tarde o temprano el rey iba a enviar personalmente a un nuevo gobernador. Por supuesto que aceptaría la autoridad de Pedrarias Dávila. Pero él, Balboa, había descubierto la Mar del Sur, y se había preocupado por hacérselo saber a todo el mundo enviando las correspondientes noticias a La Española y a Castilla, incluido un sustancioso quinto real para la Corona. ¿Qué menos que obtener a cambio el cargo de gobernador de la Mar del Sur? Eso no menoscabaría la posición de Dávila; al revés, dejaría el campo libre al nuevo gobernador de la Castilla del Oro. InconciliablesDávila, por el contrario, alentaba sentimientos mucho más suspicaces. Le habían enviado a gobernar una supuesta Castilla del Oro que en realidad era un poblacho de mala muerte gobernado por un aventurero de reputación dudosa, del que sus enemigos contaban innumerable enormidades y que había creado allí, en su pequeño mundo, una extraña asamblea de españoles e indios con más mestizos de los que aconsejaba la decencia. Para colmo, era patente que los habitantes de La Antigua no reconocían otra autoridad que la Núñez de Balboa, y eso tenía que cambiar. Pedrarias pidió a Balboa informes pormenorizados de la colonia: mapas, intendencia, rutas hacia la Mar del Sur, tribus indias aliadas y tribus enemigas, etc. Balboa se los dio sin rechistar. Precisamente en las semanas anteriores había enviado dos nuevas expediciones para buscar caminos alternativos hacia el otro mar. Pedrarias le abrió juicio de residencia –una formalidad habitual en todos los casos–, pero, además, encargó una investigación secreta para buscarle las cosquillas. De algún modo trascendió esta última pesquisa, el secreto se rompió, la cosa llegó a oídos del obispo y Pedrarias se vio metido en un buen lío, porque nada justificaba la hostilidad del nuevo gobernador hacia el alcalde de La Antigua. Fue el primer conflicto entre Pedrarias Dávila y Núñez de Balboa. El segundo conflicto tardó poco en llegar. Como en La Antigua no cabían los colonos que traía Pedrarias, el gobernador envió hasta cinco expediciones a diferentes puntos del territorio para descubrir minas de oro y someter a los indígenas. Las expediciones tuvieron éxito –se cuenta que trajeron un botín de 30.000 pesos–, pero su actitud hacia los indígenas fue cualquier cosa menos amable. Núñez de Balboa había logrado en los meses anteriores un pacífico equilibrio con la mayoría de las tribus de la región. Muchos colonos habían desposado a hijas de caciques. El propio Balboa vivía con la india Anayansi. Tan íntima era la convivencia con los nativos que uno de los caminos hacia el Mar del Sur se llamaba “camino del Suegro”, porque pasaba por las tierras de un cacique cuya hija se había casado con un capitán español. Ahora ese equilibrio se rompía, con la consiguiente irritación de Balboa y sus hombres –y de los indios. ¿Cabían más conflictos? Sí, y el tercero se produjo casi inmediatamente. En marzo de 1515, casi un año después del desembarco de Dávila, llegó a Santa María la Antigua la cédula real que nombraba a Vasco Núñez de Balboa Adelantado de la Mar del Sur y gobernador de Panamá y Coiba, dos de las provincias del Darién. La cédula especificaba que Balboa quedaba bajo las órdenes de Pedrarias Dávila, pero éste no dejó de temer que el nombramiento redoblara la autoridad del descubridor dentro de la colonia. ¿Qué hizo el gobernador? Guardarse el nombramiento y tratar de mantenerlo en secreto. Pero una vez más el secreto trascendió, tanto el obispo Quevedo como los funcionarios reales allí presentes afearon a Dávila su conducta y éste, finalmente, no tuvo otro remedio que comunicar a Balboa su nueva dignidad. Otro sinsabor para Dávila. De la gloria a la jaulaEso sí, el anciano gobernador, resuelto a impedir que Núñez de Balboa volara por libre, le impuso una onerosa cortapisa: podría marchar a la Mar del Sur puesto que así lo quería el rey, pero en modo alguno podría hacerlo con hombres de La Antigua. ¿Por qué? Porque Pedrarias los necesitaba a todos para levantar la colonia. Ese fue, al menos, el argumento del gobernador. Si Balboa necesitaba hombres, tendría que reclutarlos en otra parte. Esa “otra parte” sólo podría ser La Española. A 1.500 kilómetros del Darién. Lo asombroso es que Vasco Núñez de Balboa no se desanimó. Había concebido grandes proyectos: fundar ciudades en las orillas de ambos océanos y establecer rutas permanentes entre unas y otras. Los pequeños destacamentos dispersos por Nombre de Dios y el Golfo de San Miguel servirían para asentar estas poblaciones; los indios del cacique Careta, el padre de Anayansi, facilitarían las cosas. Después, con las bases bien avitualladas, construiría barcos capaces de hacerse a la mar y seguir la ruta hasta las islas de las especias, el viejo sueño de Colón. Y si no encontraba tales islas, con toda seguridad podría buscar un paso de una mar a la otra; algo en lo que todos los demás habían fracasado. De manera que, decidido a intentarlo pese a todos los pesares, Balboa mandó a su lugarteniente Garavito a La Española para reclutar hombres mientras él, en La Antigua, se dedicaba a prepararlo todo para la gran aventura. Por algún motivo, sin embargo, Pedrarias Dávila desconfió del descubridor del Pacífico. A pesar de su avanzadísima edad, decidió emprender viaje hacia las tierras del cacique Careta, al noroeste de La Antigua. Quizá pretendía hacer patente su autoridad ante unos nativos que no reconocían a otro interlocutor que Balboa. Pero en mala hora lo hizo el viejo Pedrarias, porque a poco de marchar sufrió un cólico hepático que le obligó a volver al punto de partida. Y ya fuera por el cólico o ya por cualquier otro motivo, retornó con la decisión de abortar la aventura de Núñez de Balboa. Garavito había vuelto de su viaje. No había encontrado hombres en La Española, pero sí en Cuba. Sesenta aventureros dispuestos a ganar tierras a orillas de la Mar del Sur. Lo primero que Pedrarias Dávila vio cuando llegó a La Antigua fue precisamente a la cohorte de Garavito. Suspicaz, el anciano gobernador lo tuvo claro: con aquella gente armada, Núñez de Balboa pretendía ocupar el poder aprovechando su ausencia. De poco sirvieron las protestas del descubridor. Dávila formuló cargos de conspiración y rebelión frustrada contra su enemigo. Y le condenó a una pena tan extravagante como cruel: permanecería encerrado en una jaula, en el patio de la casa del propio gobernador. Era enero de 1516. Dos meses estuvo Núñez de Balboa en la jaula de Pedrarias Dávila. Hasta que un día, y tan extemporáneamente como le encerró, el gobernador abrió la humillante cárcel y, aún más, pidió perdón a su enemigo. No sólo eso: el gobernador ofreció al descubridor la mano de su hija. ¿Qué estaba pasando?
Posted on: Wed, 03 Jul 2013 08:06:02 +0000

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