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Un largo documento, pero vale la pena leer otra versión de la historiaALFREDO LACOSTE, DESTACADO POLÍTICO Y EX ASESOR DEL PRESIDENTE EDUARDO FREI RUIZ-TAGLE, Y EL PERIODISTA RÓBINSON ROJAS RELATAN LA ESTREMECEDORA VERSIÓN QUE DURANTE 37 AÑOS SE HA MANTENIDO OCULTA AL MUNDO (Por Patrico Nazer, periodista y escritor) EL PRESIDENTE de la República ingresó al Palacio de La Moneda a las siete y media de la mañana del martes 11 de septiembre de 1973, cuando sobre Santiago caía una lluvia suave y gélida, quizá tan fría como el fin de la agonía que se precipitaba. Vestido de traje gris con un chaleco de cuello alto, caminaba flanqueado por sus asesores Garcés y el Perro Olivares, provisto de un casco de acero y portando en su mano derecha un fusil de asalto soviético AK-47 Kalashnikov. Detrás de él iban 23 acompañantes, de los cuales 18 eran hombres del GAP —Grupo de Amigos del Presidente— dirigidos por Jaime Sotelo, además del capitán José Muñoz —jefe de la Escolta Presidencial de Carabineros— y el médico Emilio Barlutín, amigo y ayudante del Mandatario. Los escoltas protegieron la entrada de Salvador Allende con un hombre en cada costado, apertrechados con armas de grueso calibre, listas para ser disparadas (tal como se observa en la imagen). Hacia la cordillera de Los Andes era posible observar, entre las abundantes nubes, un incipiente claror, en los momentos en que la situación del país era confusa, toda vez que a los insistentes rumores del desencadenamiento de un golpe militar para derrocar al Gobierno de la Unidad Popular (UP) se unieron los movimientos de tropas registrados en Valparaíso y Viña del Mar, que habían redundado en el absoluto control de ambas ciudades costeras por parte de sectores de la Armada y en el corte de las comunicaciones entre la zona y el resto del país. A esas alturas de la mañana en Santiago ya estaba arrestado en su domicilio el comandante en jefe Raúl Montero, cuyo procedimiento recaía en manos de oficiales de su propia institución. A las 7:55 horas Allende decide hablar, mediante línea telefónica, por radio Corporación, medio oficialista de amplitud modulada: . En su fuero interno no había duda alguna respecto a lo que estaba acaeciendo, desde el momento en que se le informa que cuatro aviones Hawker Hunter, cargados con cohetes Sura, habían despegado desde el aeropuerto Carriel Sur de Concepción, presuntamente con destino a la capital. Manteniendo puesto el casco militar, a las ocho y cinco Allende decide asomarse por uno de los ventanales de la planta alta del Palacio, quizá para constatar que lo estaban abandonando a su suerte, e incluso, habrá pensado, que muchos de sus aliados ya estarían pidiendo asilo en las embajadas para protegerse, sobre todo aquellos líderes socialistas que le habían hecho el juego a la sedición con sus discursos incendiarios. Pudo observar con extrañeza que las tanquetas, al igual que el contingente de carabineros, se retiraban de la Plaza de la Independencia. El ajetreo de unos estudiantes que transitaban de vuelta a sus hogares por calle Moneda, haciendo caso omiso al golpe militar en desarrollo, provocan que Allende les haga un saludo fugaz (se trata de su última imagen con vida). Uno de los muchachos mira al Mandatario y le grita: . A las ocho y cuarto Allende nuevamente se comunica a través de radio Corporación: . Luego de enterarse de la emisión del primer bando de la Junta Militar (en la imagen), Allende responde, indignado, a través de la misma emisora: . Sólo minutos después, un cuarto para las nueve, Salvador toma el teléfono y le habla a la ciudadanía, una vez más por radio Corporación: . Allende se acomoda el casco, bebe un poco de agua y levanta el auricular del teléfono (en la imagen). Se pasa la mano por la frente cuando le informan que radio Corporación ha sido silenciada por las fuerzas golpistas. Son las nueve y tres minutos y ahora se dirige a través de radio Magallanes, la última de las emisoras proclives a la UP que seguía transmitiendo: . Cuando se inicia el ataque militar —terrestre y aéreo— en contra de la Casa de Gobierno, a Salvador Allende sólo le motiva resistir y mantener a salvo a quienes habían optado por no abandonar el palacio. Tendido en el parqué del piso frente a un amplio balcón, Salvador Allende ajusta el AK-47 Kalashnikov que le había regalado su amigo el dictador cubano Fidel Castro (se les observa en la imagen). Casi no podía ver la Plaza de la Constitución a raíz del intenso humo que originaba el incendio provocado por el bombardeo; se limpia sus gruesas gafas con un pañuelo de seda italiana, que curiosamente se mantenía muy limpio, y rechaza un vaso de whisky escocés Johnnie Walker Black Label, gritando a los pocos miembros del GAP que aún le acompañaban: “¡Acaben ustedes con el licor, compañeros, no se lo dejen a la sedición que muy luego irrumpirá en el asalto final!”. A poca distancia el estruendo de una enésima bomba remece la estructura de la sala y rompe cristales, llenándola de hollín y dejando al Presidente momentáneamente medio sordo. Allende cierra los ojos por un largo instante, no quería abrirlos, todavía estaba tenso luego de su último discurso pronunciado por teléfono, a eso de las nueve horas y diez minutos, a través de las ondas de la radio Magallanes y que le había surgido espontáneo:
Posted on: Wed, 04 Sep 2013 21:16:07 +0000

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