Y yo… ¿para cuándo? La felicidad está siempre en otra - TopicsExpress



          

Y yo… ¿para cuándo? La felicidad está siempre en otra parte: Como al arco iris, brilla sobre la casa ajena, no sobre la propia. Este sentimiento injusto hacia uno mismo me persiguió durante décadas. Apenas me acucia, reacciono con celeridad: “¡no te permitas las sombras!” Y no es conformidad, sino cordura. Mientras peino la cabellera de Bárbara, que ya pasa su cintura, o desfallezco de risa cuando el histriónico Ariel se pone de rodillas y me besa la mano para que influya en un permiso especial (“¡Abuela, te lo ruego, es mi única oportunidad!”), sonrío con cierta música interior. Pero por ratos, me acucian nubes triviales como la de no haber aceptado una invitación a Grecia o haber llegado tarde a la presentación de un personaje al que admiro. Al instante, me sacudo el sarpullido que me invade bajo la piel y acepto, con bonhomía y sencillez, que nada mejor que este transcurrir mío con duendes de nariz respingada que se duermen en mi regazo. Crónica pedestre. Mi temperamento o mis tendencias, mis aceptaciones o mis renuncias, me eligieron este destino. Sólo que en el hoy de hoy, decidí ser yo…cueste lo que cueste. Igual, suelo desvelarme por amores que frené, aun llorando a pleno sol o plena lluvia. ¿Me equivoqué? “Si yo hubiera…” Creo firmemente que hay que descartar los modos subjuntivos. Hablar en perfecto. Hice, hago, haré. Y acostumbrarse a la felicidad, que es un acto virtuoso, desprendido, liberal, magnífico, valiente y pródigo. Esto de sentirse dichoso como cualquier hijo de vecino, sin espléndidos movimientos de fortuna o magníficas demostraciones de poder, está en minusvalía. Si no podemos asombrar a los otros con el relato de una cena en Estambul a la luz de las velas con diez platos incluidos, lo demás es lo común, banal y trillado. ¿Contar con la libertad, las flores, la luna, los libros, los niños, es vulgar? ¡Todo lo contrario! Los humanos soportamos la adversidad y casi nunca la bienaventuranza. ¿Un castigo ancestral por no merecerla? La probidad tiene que ver con ese renacer luminoso que se instala aquí nomás, con nosotros, no en la vereda de enfrente ni en la mansión ajena ni en el avión privado ni en la fama que sigue siendo puro cuento, ¡los argentinos lo sabemos! Gozar sin vueltas por la risa del otro es volverse poderoso ante cualquier miseria del mundo. Y acaso tenga razón Antoine de Saint-Exupéry cuando dice, con su mágica ingenuidad, que el pato es feliz en su charco porque no conoce el mar. Aunque lo conociera, es probable que le gustara más chapotear entre sus pares que nadar contra las olas, amenazado por el tiburón. Y sí, hay que abrir el envoltorio de la ventura escondido en algún rincón del cuarto y aceptar que sólo consista en algunas máximas sobre el ¡tan usado, vapuleado, ensalzado, concebible, raro, exigente e indefinible amor, empezando por el que nos prodigamos a nosotros mismos! Esa fortuna, siempre inalcanzable y extranjera, perseguida como la zanahoria por el conejo, se deposita en el café que preparamos con esmero, en la inesperada gratitud del abrazo de alguien al que ni siquiera sabemos cuándo lo pusimos contento, en el dar…y dar… y dar. Y el otro secreto consiste en la acción (“Levántate y anda”). Murakami, uno de mis escritores favoritos, insiste: “Baila, no dejes de bailar mientras suena la música. No pienses por qué lo haces. No le des vueltas ni busques significados. Si te pones a pensar las piernas se detienen. (…) Así que por muy ridículo que te parezca, no dejes de bailar.” Además, convengamos que, hasta es probable, que las personas felices no tengamos historia.
Posted on: Sun, 18 Aug 2013 21:25:58 +0000

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