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2da. parte del Santos Vega en este otro día del mes de la Tradición: La Prenda del Payador II LA PRENDA DEL PAYADOR El sol se oculta: inflamado el horizonte fulgura, y se extiende en la llanura ligero estambre dorado. Sopla el viento sosegado y del inmenso circuito no llega al alma otro grito ni al corazón otro arrullo, que un monótono murmullo, que es la voz de lo infinito. Santos Vega cruza el llano, alta el ala del sombrero, levantada del pampero al impulso soberano. Viste poncho americano, suelto en ondas de su cuello y chispeando en su cabello y en el bronce de su frente, Ios cincela el sol poniente con el último destello. ¿Dónde va? Vese distante de un ombú la copa erguida, como espiando la partida de la luz agonizante. Bajo la sombra gigante de aquel árbol bienhechor, su techo, que es un primor de reluciente totora, alza el rancho donde mora la prenda del payador. Ella, en el tronco sentada meditabunda le espera, y en su negra cabellera hunde la mano rosada. Le ve venir: su mirada, más que la tarde, serena, se cierra entonces sin pena, porque es todo su embeleso que él la despierte de un beso dado en su frente morena. No bien llega, el labio amado toca la frente querida, y vuela un soplo de vida por el ramaje callado... Un ¡ay! apenas lanzado, como susurro de palma gira en la atmósfera en calma; y ella, fingiéndole enojos, alza a su dueño unos ojos que son dos besos del alma. Cerró la noche. Un momento quedó la Pampa en reposo, cuando un rasgueo armonioso pobló de notas el viento. Luego, en el dulce instrumento vibro una endecha de amor, y, en el hombro del cantor, llena de amante tristeza, ella dobló la cabeza para escucharlo mejor. Yo soy la nube lejana (Vega en su canto decía) que con la noche sombría huye al venir la mañana; soy la luz que en tu ventana filtra en manojos la luna; la que de niña, en la cuna, abrió tus ojos risueños; la que dibuja tus sueños en la desierta laguna. Yo soy la música vaga que en los confines se escucha. esa armonía que lucha con el silencio, y se apaga; el aire tibio que halaga con su incesante volar, que del ombú, vacilar hace la copa bizarra, ¡y la doliente guitarra que suele hacerte llorar!... Leve rumor de un gemido, de una caricia llorosa, hendió la sombra medrosa, crujió en el árbol dormido. Después, el ronco estallido de rotas cuerdas se oyó; un remolino pasó batiendo el rancho cercano; y en el circuito del llano todo en silencio quedó. Luego, inflamando el vacío, se levantó la alborada, con esa blanca mirada que hace chispear el rocío. Y cuando el sol en el río vertió su lumbre primera, se vio una sombra ligera en occidente ocultarse, y el alto ombú balancearse sobre una antigua tapera.
Posted on: Sat, 02 Nov 2013 17:51:01 +0000

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