Bueno, pensaba esperar hasta la noche para terminar de contar mi escape del planeta hogar de los grises, pero mi mente no quiere soltar los recuerdos de ese último combate. La multitud enardecida, clamando por ver mi sangre, el gris esperando que me liberaran en el centro del ruedo, todo su ser tranquilo, empuñando el arma que estaba seguro que me atravesaría el corazón. Para darle más emoción a la cosa, otro gris me retiró el collar de control, haciendo de ello una gran ceremonia, y los pensamientos salvajes de los espectadores me revolvieron el estómago. Toda esa gente, y en tantos años de conocerlos y ver cómo los padres amaban a sus hijos, y cómo hacían alarde de vivir sin violencia, no podía más que considerarlos gente... toda esa gente, incluyendo al padre de mi dueña, ansiosos por ver cómo uno de los suyos daba muerte a un humano en combate justo. Pero de justo no tenía nada. Los grises son cuerudos, sí, pero en fuerza física los humanos los superamos. No tienen garras ni dientes fuertes, y su fisiología les impide golpear con fuerza. Su cráneo es poroso y su cerebro vulnerable a los golpes. Sin embargo el gris seguía tranquilo, seguro de poderme vencer. No lo entendía, tal vez porque el deseo de verme morir estaba siendo transmitido por miles de mentes sin conciencia de que las podía escuchar. Se prepararon para abrir la puerta que me llevaría al ruedo, y tuve un momento quieto y tranquilo como tenía siempre justo antes de salir a tocar con mi banda, o subir a iniciar una conferencia. Un momento calladito en el que todo se desvanece y estoy solito conmigo mismo, y una voz interior dice simplemente, Fierro. Y se abrió la puerta; salí al centro del ruedo y encaré al gris, no quería acabar con él demasiado pronto por respeto a los grises que conozco y que aprendí a apreciar. La mente del gris proyectó de repente la imagen de varas puntiagudas perforando mi espalda, pero en su mano solo llevaba una espada; en el siguiente instante sentí un dolor intenso en mi espalda y cuello, y entendí que detrás de mí había una máquina que me disparó arpones y que por ser máquina no detecté con el pensamiento. El gris proyectaba satisfacción y gozo, y la multitud estaba eufórica. En el siguiente momento brotaron del suelo varios picos metálicos que perforaron mis pies, y de nuevo el gris transmitió satisfaccion. Enfurecido me abalancé sobre él ignorando el dolor, y se hizo a un lado elegantemente, pidiendo al público su aprobación y obteniéndola. Tropecé, y me levanté de inmediato pero el gris estaba ya al otro lado del ruedo pensando, ahora sí... y se abrieron tres puertas más para dejar entrar a un humano cazador y dos de combate, y entendí de repente de qué se trataba este combate justo: el gris esperaría hasta que las máquinas me sangraran, los humanos me debilitaran, y la ira me cegara, para darme la última estocada y agregar otra valiente victoria a su historia personal. Estuve tentado de bajar los puños y dejar de pelear, mi desprecio por los grises crecía y mi furia fue lo único que me motivó a seguir. Calma, me dije, nada ha cambiado. He enfrentado cazadores antes y los he vencido, igual ha pasado con peleadores. Conservo mi ventaja y ahora la puedo incrementar, pues conozco el plan. Así que seguí el juego; las heridas en la espalda y los pies estaban sanando con cada segundo que pasaba, pero detuve el proceso de regeneración de los tejidos antes de que cerraran por completo. Los tendones de mis pies y los músculos de mi espalda ya estaban funcionando perfectamente, pero simulé cojear y no poder levantar los brazos por más de unos segundos. Permití al cazador abrirme una herida en el pecho para tener su cabeza a mi alcance y lo dejé inconciente de un golpe; le rompí los brazos a un peleador pero permití que me diera un zarpazo en la cara antes del segundo quiebre, de modo que el gris me creyó limitado de la vista. Mientras tanto seguía sanando el daño muscular sin cerrar las heridas. Al último peleador le permití un abrazo de oso que rompió mis costillas ruidosamente mientras lo ahorcaba hasta desmayarlo, y caí al suelo fingiendo agotamiento. El gris se aproximó a mí y me incorporé con dificultad mientras el público transmitía, ¡Muerte! ¡Muerte! ¡Muerte!. El gris me hizo un ademán indicando que lo atacara, y entre el clamor psíquico de muerte, me tambaleé hacia él mientras levantaba la espada para atravesarme, en el último momento posible tomé su puño en mi mano, le di un tope en la frente, y volteé su arma hacia él. Lo vi a los ojos y, por primera vez en veinte años, me comuniqué con un gris. Le transmití solo dos palabras, claras e inequívocas: Por culero. Y lo atravesé con su propia espada antes de dar la orden de que me teletransportaran a bordo de la Fractal Fantasy y me fuera de ahí cargando conmigo toda la praxita de ese sector de la galaxia, aislándolos en su planeta. Buenas noches.
Posted on: Tue, 12 Nov 2013 02:01:17 +0000