Desde el día anterior ya sabíamos del huracán pero no quisieron - TopicsExpress



          

Desde el día anterior ya sabíamos del huracán pero no quisieron darnos el día libre porque había llegado un avión charter repleto de canadienses y debíamos atenderlos. Vengan a trabajar como cualquier día, dijeron, no le presten atención a los mitotes, ajá. Cuando llegué a laborar al hotel sería alrededor de las cinco en esa madrugada de cielo cuajado de nubarrones donde el mar aparecía inofensivo como un espejo… Servíamos desayuno cuando a eso de las ocho comenzó un oleaje que miramos a través de las ventanas espectaculares de ese comedor donde ya habría alrededor de cincuenta comensales esperando servicio. A muy pocos nos llamó la atención el que esas olas ahora besaran el muro de la playa del restorán. No teníamos nada qué temer según los patrones aunque ya en la realidad nada nos hubiera preparado para lo que estaba por desencadenarse… Los huéspedes sonrientes hablaban y reían en voz alta ya descansados del vuelo y ahora se miraban dispuestos a gozar del paquete todo incluido que habían adquirido. Los meseros atendían a los comensales que habían pedido la carta mientras que la mayoría de nuestros invitados se apretujaban mirando qué ofrecían las mesas del bufete. Por el amplio ventanal de cristal y aluminio mirábamos a la playa donde ahora era más constante el azote del mar contra el exterior del comedor… Más allá de donde reventaban las olas el horizonte aparecía desvanecido por una amenazante banda negra donde se adivinaba el destello lejano de los relámpagos. El mar hervía entre sucios espumarajos y aquello amenazaba con empeorar. Como gerente de alimentos y bebidas del hotel, ya había escuchado lo de este huracán desde días atrás. Leyendo periódicos me percaté que Protección Civil Municipal había incurrido en un error al declarar zonas de alto riesgo a las colonias altas de Vallarta, que ahora sabríamos eran las más seguras… Como todos en este comedor tampoco estaría preparado para lo que viviríamos en los siguientes minutos. Hice a un lado mis mortificaciones pretendiendo olvidar lo que era evidente que ya estaba encima de nosotros y sofocando mi preocupación me dediqué a atender al grupo de comensales. Y claro que tenía razones para estar preocupado porque luego de vivir en Acapulco bien sabía cómo se las gastan los huracanes… Pero en este año la temporada había estado floja para Vallarta y este paquete de visitantes me esperanzaba con las propinas que dejarían. Por esta necesidad desoí los llamados a la cautela que leí en los periódicos y le aposté a que el meteoro no pasaría de ser sino una tormenta más de temporada, como en otras ocasiones. Serían las nueve quince cuando nos llegaron las primeras rachas y una colosal ola de cinco metros arrasó la playa arrancando de cuajo todas las sombrillas de palma… Una marea de escombros chocó contra el ventanal que aguantó el porrazo mas no así los maceteros de afuera que se hicieron trizas. El ventarrón arreció arrastrando arenas que producían un extraño siseo al estrellarse contra el cristal panorámico. Un mesero que salía de la cocina con charola repleta, al dar cara hacia la playa algo le petrificó obligándolo a dejar caer con estrépito la bandeja. Volteamos hacia el muchacho que seguía pasmado y con sus ojos clavados en una inmensa muralla de mar que pesada avanzaba directo hacia nosotros… Hubo algunos gritos de terror pero ya era muy tarde porque cuando reaccionamos, el mar ya cubría todo lo alto del ventanal dándole la apariencia de una enorme pecera. A través del cristal se miraban remolinos de agua marina atropellando escombros y arenas. Un lúgubre rechinido de aluminio doblado se escuchó cuando el nivel rebasó el ventanal antes que el agua comenzara a bajar mostrándonos tras el cristal el caos en que estaba la playa. Una resaca calmosa regresó al mar para formar una ola aún más alta que la anterior… Los huéspedes que hasta este momento contemplaran embobados el drama como si se tratara de un espectáculo arreglado, dejaron de comer y en tropel desordenado hacinaron el acceso principal del restorán sin despegar la mirada al nuevo monstruo que se nos dejaba venir encima. Todavía alcanzaron a ver cómo la inmensa ola reventaba demasiado cerca del comedor lanzando toneladas de espuma sobre el techo antes que todo comenzara a trepidar cuando surgió un mundo de aguas que hizo explotar la ventana panorámica arrancándola con parte del muro… De inmediato el interior se inundó con más de dos metros de mar arrollando mobiliarios y personas. Las luces se apagaron al momento en que el tropel llegaba a la puerta de acceso que abriendo hacia adentro ahora aparecía trabada por la presión de la marea dentro del comedor. Entre aquella penumbra y un fragor ensordecedor miré a muchos enloquecer de terror y luchaban entre sí pisoteándose y atropellándose los unos a los otros por llegar al lobby del hotel… Pero la maldita puerta del comedor no cedía y en un arranque desesperado arremetí contra ésta con uno de los maderos que se habían desprendido del techo. La embestí con furia hasta hacerle saltar las bisagras y cuando cedió de golpe me vomitó junto a una treintena entre trabajadores y comensales. Ahora el resto de la turba, podrían abandonar el comedor para buscar dónde ponerse a salvo. Me disponía a seguirlos cuando entre el estrépito escuché unos alaridos… Eran de una cocinera que histérica se había rezagado desmayándose. La tomé en brazos y con el agua a los codos busqué salida a la carretera. A la distancia aprecié cómo la mayoría ya estaban en la avenida y vadeaban camino con agua a la cintura. Algunos al verme en apuros se regresaron para auxiliarme con la inconsciente, uno de ellos, atontado por la circunstancia insistió en desviarse hacia recursos humanos para marcar salida en su tarjeta… Con muchos esfuerzos llegó hasta donde esa oficina ya no existía y donde entre un enorme hueco del edificio, el mar pasaba de un lado al otro. El reloj checador sería encontrado esa misma tarde flotando a dos kilómetros más al norte. Grité al muchacho para que nos alcanzara pero lo perdí de vista al distraerme otro atronador rugido. Al voltear miré cómo una colosal muralla de mar destrozaba el restorán arrancándolo de sus cimientos… Cuando aquél mundo de agua reventó contra la torre principal del hotel pude ver las enormes cascadas que brotaron del otro lado desde el cuarto piso. Atolondrado apuré paso mirando cómo enormes bloques de concreto y mampostería eran arrastrados como fichas de dominó por la furia de la resaca. Al sentirme en trance de muerte me propuse vender cara mi vida cuando ya perdiendo piso ahora nadaba entre escombros en veces contra la corriente y en otras, empujado con violencia por la marea brava… Ya había sido golpeado una y diez y cien veces hasta hacerme perder ánimos en mi lucha contra este caos y empezaba a rendirme cuando un enorme tanque estacionario dejando escapar un gran surtidor de gas helado, me rebasó permitiendo prenderme de una de sus asas. Extenuado me sujeté del fierro hasta que otra pleamar nos aventó sobre la avenida montando al pesado contenedor entre unas palmeras del camellón… Demasiado exhausto como para enderezarme mi miré entre aquel desbarajuste de escombros y ropa donde las valijas y los muebles se entreveraban con palapas arrastradas y madera así como carros inundados y lanchas a la deriva, en la inundación. El mar en su desconcierto había hecho playa justo en el estadio deportivo. Tan pronto en que me repuse pretendí medir el grado de esta devastación y miré donde apenas un par de horas antes fuera el atestado estacionamiento del hotel… El lugar había sido arrasado y en un extremo aparecía un apilamiento de vehículos trepados unos encima de otros formando siete niveles de carros chatarra que entre estertores se resistían a morir. Porque muchos agonizaban aplastándose y aún así destellaban luces y accionaban débiles alarmas. Tan surrealistas imágenes me hicieron pensar si se trataba de un mal sueño del que no pude despertar cuando tuve que tirarme de lado para evitar ser aplastado por un jet-sky que arrojado por otra ola rebasó el camellón para estrellarse contra la fachada de una ferretería… En mi cabeza aún resonaban las palabras de los patrones cuando nos dijeran, ajá; vengan a trabajar como cualquier día, dijeron, no le presten atención a los mitotes, ajá. Fue en ese día de octubre cuando al llegar al hotel fueran las cinco de la mañana y la madrugada mostrara a ese cielo cuajado de nubarrones con ese mar que me pareciera inofensivo como un espejo; una mañana en la que nada nos hubiera preparado para lo que estaba por desencadenarse… EL HURACÁN Ramiro Arredondo-Hernández >>>
Posted on: Tue, 22 Oct 2013 20:12:03 +0000

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