No me sentiría a gusto de no dedicarle al menos un breve - TopicsExpress



          

No me sentiría a gusto de no dedicarle al menos un breve parágrafo a la filosofía analítica. Al igual que las demás variantes de la filosofía moderna, posee una faceta muy refrescante; es cuando se percibe en ella la herencia del nominalismo tardomedieval. Porque resiste la tentación —a la que regularmente sucumbe la metafísica tradicional— de sustancializar abstracciones: allí no cede a la ilusión. Sólo que es una resistencia que genera a su turno, lástima, otras ilusiones. Hay una renuncia a dejarse engañar que se transforma casi insensiblemente en un rechazo a pensar. Un espléndido ejemplo lo hallamos en sus análisis del arte en general y del arte moderno en particular. Nada más ambiguo que ellos. Revelan, por una parte, que el arte no es solamente la obra de arte, sino aquello que de ella se dice: para que un objeto cualquiera pase a la zona aurática del arte es indispensable poner en marcha un gigantesco mecanismo institucional y discursivo. No es discernible ninguna obra en ausencia de su correspondiente “lectura” e interpretación. No hay territorio sin su mapa. Que el arte (o la palabra poética) sea fundamentalmente una operación lingüística, un efecto-de-lenguaje, es en sí mismo un descubrimiento de largo alcance. Con todo, la filosofía analítica adolece de una terrible miopía; carece de aquello que a la metafísica da la impresión de sobrarle: a saber, imaginación, profundidad, altura especulativa. Sin ella, el arte tiende a presentarse como un fenómeno excesivamente normalizado: se le despoja de su veneno, de su aguijón, de su violencia (simbólica). Perspectiva ésta para la cual todo el arte, del cual en un primer momento ha sabido mostrar su complejidad y su funcionamiento articulado, se convierte en arte doméstico. El funcionamiento lingüístico-institucional del arte consiste, como ha indicado con insistencia Arthur C. Danto, en una “transfiguración de lo banal”, en una absorción del objeto técnico o comercial por parte del aparato estético. El segundo elemento de esta aproximación discursivo-institucional al fenómeno-arte es un rechazo extremadamente visceral a la tradición filosófica, acusada por algunos (por ej., Jean-Marie Schaeffer) de “sacralizar” el arte; a sus ojos, filósofos como Hegel, Novalis, Hölderlin, Schopenhauer, Nietzsche y Heidegger han hecho del arte una dimensión epifánica que, concretamente, se ha demostrado “inverificable”. Como resultado preliminar de semejante rechazo, se impone un retorno a Kant. ¿Es la Crítica de la facultad de juzgar el foco de una infección —o en ella se encuentra la vacuna contra aquella presunta sacralización? El juicio (o el gusto) no consiste en aplicar un criterio universal a lo particular, sino en dar por hecho que mi gusto particular puede ser admitido por otro en pie de igualdad con el suyo propio. El parágrafo 40 de la Crítica afirma: “El gusto es la facultad de juzgar a priori la comunicabilidad de los sentimientos ligados a una determinada representación (sin mediación de un concepto)”. Me gusta lo que a ti te disgusta y viceversa; pero ambos concedamos que es legítimo, por una parte, y que el gusto y el disgusto son efectos del ejercicio de la misma facultad, presente en todos los humanos, por la otra. En otros términos: cada quien ejerce su juicio libremente, pero referido a objetos (o representaciones) cuya pertenencia al ámbito de lo bello se da por descontado. Tal vez, pero, ¿qué ocurre si estos dos componentes —la libertad subjetiva y la belleza objetiva— se desmoronan? Porque en el capitalismo la libertad es una ilusión y en el arte contemporáneo la belleza brilla por su ausencia: “¿Qué significado y qué credibilidad se les puede conceder al juicio y a la evaluación”, pregunta Marc Jiménez, “si cualquier cosa puede ser arte y, con mayor razón, si el arte es a partir de ahora cualquier cosa?”. (Línea de Investigación, XV).
Posted on: Tue, 25 Jun 2013 05:09:05 +0000

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