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ESTA FOTOGRAFÍA ME IMPACTÓ SOBREMANERA. CON EL PERDÓN DE LOS ANIMALES A ESTO SÍ LE PODEMOS LLAMAR UNA VERDADERA ANIMALADA. Hace tal vez un par de décadas, algún patrón que tuve se fue al continente africano a gastar por allá algún excedente de dinero que, gracias a su trabajo y buen olfato empresarial, ya le andaba engordando un poquillo su billetera. Además del lindo paseo que ya de por sí le esperaba, una de sus principales motivaciones era la de participar en un tour de safari. Cuando mis compañeros de trabajo me contaron a qué y adónde había ido nuestro jefe a pasar sus vacaciones (para entonces él ya estaba de regreso), al instante me invadió una de esas envidias que llaman de la buena y pensé de inmediato ... dichoso que lo puede hacer. Me imaginé por un momento lo emocionante que debió ser su experiencia de montarse en un vehículo doble tracción, descapotado, y a toda velocidad entre nubes de polvo darse a la tarea de perseguir a las manadas de animales salvajes bajo un ardiente sol (les confieso que en esos días yo veía mucha televisión). Habían pasado ya unos pocos días desde su regreso, y como todos los patrones tienen sus propias ocupaciones, no había tenido la oportunidad de cruzarme en su camino para conocer más sobre su adrenalínica experiencia. Pero al fin llegó la oportunidad; una firma requerida en un documento me confería el derecho de ingresar a su oficina (cosa que no hacía con mucha frecuencia) y disimuladamente entablar alguna conversación que me diera una luz sobre el transcurrir del emocionante viaje. Escogí para el encuentro algún momento en que mis obligaciones inmediatas no interrumpieran una eventual y detallada narración. Ahí estaba él, sentado en su escritorio, con una cara de visible satisfacción; parecía saber que yo era uno de los empleados rezagados a propósito, para la cordial labor de llegar a saludarlo y darle la bienvenida. Entré a su oficina sin mirar hacia ningún lado más que a su escritorio ya con alguna acumulación de papeles, y le extendí la mano en señal de respeto y afecto, gesto que él respondió con la amabilidad que le caracterizaba. De momento no me percaté de que al ingresar a su oficina, en mi cuerpo sentí la sensación que se experimenta cuando nos suena el celular en misa, o cuando estornudamos muy sonoramente viajando en un bus. Sentía como que mil miradas se agolpaban sobre mi espalda. Volteé de pronto mi cabeza hacia un lado, y ahí estaba el detalle; no eran tantas las miradas ... pero sí muy profundas. Cuatro o cinco trofeos de guerra colgaban sobre las paredes en un espectáculo que producía más ira que admiración. Una cabeza de búfalo (enorme por cierto, no lograba imaginarme el tamaño del animal en vida), una cabeza de antílope y dos o tres piezas más, eran exhibidas por mi patrón ancladas a unos tablones, con el mismo orgullo y satisfacción con que lo hubiera hecho si la lucha con cada uno de ellos hubiera sido cuerpo a cuerpo. ¡ Hasta ahí llegó el encanto ! Las miradas de vidrio de los encornados difuntos parecían pedirme que les ayudara a bajar de la pared, a recuperar su vida y su dignidad, a volver a correr por aquellas áridas praderas aunque fuera delante de un descapotado doble tracción, y a toda velocidad para salvar sus vidas. En mi imaginación, la película había sido omisa y no había llegado hasta el punto de acabar con el animal muerto. El interés de mi esperada conversación había cambiado de rumbo súbitamente, y afloraron preguntas cuestionantes en su lugar. Con la prudencia que dictaban el respeto hacia mi patrón, la estimación (que también se la tenía), la seguridad de que ya nada podría revivir a aquellos animales, y ... ¿ por qué no decirlo ? ... la dependencia de un regular salario, me atreví a preguntarle sobre las leyes de protección animal en África, del peligro de extinción de las especies, y hasta del extraño gusto del ser humano por tener trofeos similares. Haciendo el papel de abogado de los depredadores, él me decía que en el continente africano había tantos de estos animales, que más bien se convertían en una especie de plaga, y que el gobierno algunas veces pagaba para exterminarlos porque esto de alguna forma ayudaba a la naturaleza. En ese momento sentí el deseo de responderle con la expresión muy conocida y popular ........ ¡ Usted cree que yo vengo de arrear pericos a caballo !, pero se requería más que valor, y la misma prudencia de la que les hablé hizo que cobardemente me contuviera. Hasta el día de hoy jamás le di crédito ni por un segundo a las justificaciones de mi expatrón. Tengo totalmente claro que la MADRE NATURALEZA no necesita que le ayudemos, solamente pide que la dejemos en paz. Hay una única especie que corta sus árboles, contamina su aire y sus ríos, asesina sin razón a sus animales, y cada día se acerca más a su autodestrucción; esa especie es el HOMBRE; es ese mismo custodio que se roba lo custodiado por una ambición desmedida de poseer hasta lo que no necesita, y que se olvida de las necesidades apremiantes de los otros individuos de su misma especie. La fotografía de esta familia con el elefante muerto es un monumento al EJEMPLO QUE NO DEBEMOS DAR A NUESTROS HIJOS. Es un cuadro que plasma en una sola pincelada la inconsciencia y los más bajos instintos de ser humano que está pidiendo a gritos su propia extinción.
Posted on: Wed, 13 Nov 2013 20:20:42 +0000

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