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Egipto: el suicidio de la revolución Egipto: el suicidio de la revolución 5 DE JULIO DE 2013 Santiago Alba Rico * Se consumaron los peores presagios: un golpe de Estado militar derrocó al primer presidente civil, elegido democráticamente, de la historia de Egipto. Hay que recordar, en efecto, que estamos hablando de una asonada militar, al margen de la constitución, y llevada a cabo además por un ejército que siempre ha cumplido un papel central -el papel central- en la gestión del Estado. El ejército egipcio es el mayor receptor de ayuda por parte de EEUU (sólo por detrás de Israel) y administra directamente, con procedimientos semimafiosos, la mitad de la economía del país. No hay que olvidar que Nasser era militar; que su sucesor, Sadat, artífice de la llamada política de “infitah” (apertura o, mejor dicho, sumisión a Occidente) era militar; y que Moubarak, invariable en su apoyo a Israel y a EEUU, así como en la gestión mafioso-liberal de la economía egipcia, era también militar. De hecho, la revolución del 25 de enero tumbó a Hosni Moubarak, pero en su calidad también de representante del ejército, y fue en realidad una revolución incompleta contra la interminable dictadura de las fuerzas armadas. Eso lo sabe muy bien esa oposición (al menos la de izquierda) que en agosto de 2012 reprochó al presidente Mursi no depurar suficientemente el ejército y que consideró puramente “cosmética” la destitución del general Tantawui y su sustitución por Abdelfatah Al-Sisi. Hoy, paradójicamente, esa misma izquierda golpista se alegra de que Mursi no depurara las fuerzas armadas y de que nombrara comandante en Jefe a Al-Sisi, espadón encargado de la ejecución del golpe. Nadie puede negar los errores, fracasos y atropellos del gobierno de Justicia y Libertad (el partido de los HHMM), pero sólo la demagogia más interesada o más ciega puede hablar de “dictadura” y además de “dictadura islámica”. Mantener la presión en la calle, recordar cuál es la verdadera fuente de soberanía y legitimidad (el pueblo movilizado), expresar el malestar económico y social de un país cada vez más empobrecido es un signo de salud popular, un empujón en el camino de las conquistas democráticas y una advertencia contra cualquier tentación de involución. Pero la dictadura oculta en Egipto, mientras Tahrir miraba hacia palacio, seguía siendo la de siempre, la del ejército, deseoso de recordar su centralidad y a la espera de una oportunidad, y no deja de ser paradójico que desde la calle se haya aceptado, reclamado o vitoreado su intervención para restablecer “revolucionariamente” -no será la primera vez- el mismo poder de siempre. El legítimo, justificadísimo movimiento popular en Tahrir ha sido explotado por una oposición organizada, la del Frente Nacional de Salvación y Tamarrud, en el que se mezclan promiscuamente la derecha y la izquierda y que había coordinado con las fuerzas armadas, de manera más o menos ingenua, todas las protestas. Basta recordar, por ejemplo, las cifras de participación suministradas por el ejército (¡33millones!), de una desproporcionada precisión, orientadas a generar la ilusión de unanimidad que requería la escenografía. La movilización sin duda ha sido inmensa, sobre todo en Tahrir, pero había que imponer como evidencia legitimadora la imagen de una protesta aún más multitudinaria que la que derrocó a Moubarak (como el propio Moubarak se encargó de recordar desde la cárcel, abundando así en esta idea de que el verdadero enemigo de Egipto no era su régimen sino el islamismo que él siempre había combatido). Porque éste es realmente el problema. El problema es que esa oposición de derechas y de izquierdas, como recuerda la arabista Luz García Gómez, nunca ha reconocido a los Hermanos Musulmanes y nunca ha estado dispuesta a integrarlos, por tanto, en un régimen democrático que nunca será democrático sin ellos. Por eso, desde hace un año ha desatado una campaña feroz de criminalización a través de los medios de comunicación privados (y hasta de los públicos) al mismo tiempo que rechazaba cualquier forma de diálogo con Mursi y su gobierno. Mediante mentiras y medias verdades han ido construyendo la imagen muy familiar -propia de la propaganda islamofóbica que tantas veces hemos denunciado desde la izquierda- de un monstruo tiránico, peor que Moubarak, que habría concentrado todos los poderes, reprimiría a las mujeres, amenazaría a los coptos y contra el cual -¡un año después!- todo estaría permitido, incluso la reintroducción del enemigo principal de cualquier revolución en Egipto: el ejército. Tenemos que recordar (a los que tanto invocan la legitimidad democrática cuando se trata de Chávez y Venezuela) que el partido de Mursi ha salido victorioso en ocho consultas populares y que el ejército, por su parte, sólo ha salido victorioso en sus enfrentamientos con el pueblo desarmado (porque, como Al-Assad, ni siquiera fue capaz de derrotar a Israel, cuya seguridad garantiza desde ha…
Posted on: Fri, 12 Jul 2013 10:45:07 +0000

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