Emilio Así estabas, no eras como lo demás, ni siquiera estabas - TopicsExpress



          

Emilio Así estabas, no eras como lo demás, ni siquiera estabas como lo demás. Tu figura pálida, floja y a veces triste, reflejaba de antemano una especie de chiquillo fuera de lo real, Por ventura habías sido, un niño especial, discapacitado, aunque sus dotes de cantante no lo cambiabas por nada, hacía las veces de tenor, por veces de andante. Y aquella estrofa recurrida, “ la de la mochila azul, la de ojitos de melones, …” alejaban aquellas malas vibras de chamaco triste, desnutrido y cucho. Y ahí de esos tiempos, Emilio, como era tu nombre, gustabas de merodear los montes de los alrededores de Pomuch, nuestro pueblo. En veces con unos palos hurgabas en los nidos de las palomas montaraces, en veces te metías por los huecos de los armadillos o te encontraba jalándole la cola a las iguanas que abundaban en las albarradas. Luego como trofeo mostrabas las colas despegadas de las infortunadas iguanas Aun aquella tarde lo recuerdo, cuando jugando en aquel monte de las afueras del pueblo, hiciste una casita con huanos y maderos viejos que encontraste en el camino, la leña que tu madre esperaba para encender el fogón aun permanecía plácida, como esperando el momento de arder en el viejo fogón de tu madre. Y así en nuestra niñez llorabas, aunque fuera porque tu madre tomaba el camión a Campeche para ir a vender frutas, las del amplio huerto de tu casa, aquella pequeña casa de huanos y bajareques, donde además de ratones y arañas, también abundaban los zapotes, las huayas, los marañones y naranjos, De aquellos desventurados momentos en que en tu soledad de niño difícil tomabas sin permiso del maíz de tu padre algunos almudes de maíz y yo como fiel cómplice ,te acompañaba a venderlo en la tienda de la esquina para después, con los centavos me convidaras con dos panecillos de mantequilla y una jícara de fresca leche con hielo que ávidos devorábamos, en la refresquería de la placita del pueblo. Era en fin el destino añejo de un niño débil como yo, que tan pronto devorar el panecillo con leche, esperaba como sentencia de muerte la subsecuente diarrea por el excesivo lácteo de mi frágil humanidad. Cuando escaseaba el maíz de tu padre, no faltaba entonces algún triste armadillo que por tu camino se topara, para ser presa fácil de tus habilidosas manos atrapahueches, y no faltaba el comensal del pueblo que no deseara tan suculento animalito para hacer con ello un delicioso platillo, su costo, cinco pesos. O bien algún interesado coleccionista de palomas montaraces que daba unos centavos por que le trajeras del monte algún inocente polluelo torcaz. Como olvidar los días de fiesta del pueblo, sin dinero, merodeando las cantinas cantando tu acostumbrado estribillo “de la mochila azul” con tu vieja y oxidada latita de leche nido a manera de tamborcillo y yo con mis “maracas de calabazo hurgado” danzando a un ritmo salido de la nada, para ganar unos centavos y compartir un pan macizo con su sidra pino. Y cual ilustre caballero andante con su fiel escudero, gustábamos en tropel caminar en ratos el parque, luego el monte, luego resortera en mano volarle los nidos a los inocentes pajarillos. Aun con tus debilidades me cuidabas, procurabas que en tiempos nadie me golpeara, nadie me ofendiera ni me dañara, sin ser mi hermano de sangre pareciera que lo fueras, nunca quise decir de ti, tus defectos físicos ni de tu triste padecimiento tan recurrente y tan frecuente porque sabía que lo sabías, y procurabas dentro de tu niñez disfrutar de lo que a bien dios te había destinado, a ser Emilio, el amigo, el compañero, el cuasi hermano de la infancia. Aun en el jardín de niños, con tus tres años de más esperabas sobre la enorme laja de piedra enfrente de la escuelita mi hora de salida para llevarme a casa y de ahí, al monte, nuestro paraíso infantil. Aun recuerdo los tiempos en que sin pudor ni recato desnudos jugábamos en aquel charco que se formaba justo debajo del cerrito, camino a casa, niños al fin, disfrutábamos de nuestra inocencia, y no había lodo, charco o cochino despistado que no saliera huyendo de su inusual estanque con tal de dejarnos revolcar en tan emocionante experiencia. Aun sabiendo que al llegar a casa el castigo sería de a dos, el atrevido cuidador y el niño que se atrevido a romper las reglas sociales impuestas en casa por mi solemne madre. Pensar que mi primer insulto grosero y desatinado me lo habrías de enseñar Emilio, luego acongojado y resignado reconocerías ante mi madre que tú me habías enseñado las palabras “ de los grandes” y después de yo recibir como castigo una muy buena untada de chile habanero en la boca, sabías que al ser tu culpa, debías recibir el mismo castigo, , tengo en la memoria cuando en solidaridad tomaste un chile habanero y también te lo untaste en los labios , poniéndote a llorar de pena conmigo. Y de aquel tiempo en que te perdiste en el monte por ir a leñar, yo acongojado pedía tu regreso, las cuadrillas de hombre y mujeres que salieron en tu búsqueda difícilmente dieron con tu humanidad, y no fue sino hasta tres días después habrías de aparecer débil, a punto de desfallecer pidiendo la presencia de Jlaz, a quien debías cuidar. No olvido cuando tu vida se complicó, cuando por azares del destino, mis padres me enviaron a la ciudad, tu vida se torno monótona, , si de por si eras triste y miserable, en tu mente de niño adolescente aun no entendías el por qué de mi partida, dijo tu madre que llorabas de tristeza, salías a merodear el parque con el afán de verme salir de casa, que preguntabas a los camioneros mi rumbo, e inclusive te atreviste a intentar tomar el tren mixto con destino a la ciudad, y que por viajar de polizón fuiste bajado nuevamente en Hecelchakan y llorando regresaste a Pomuch, nuestro pueblo. No supe más de ti, no supe mas de tu existencia y tu humana vida, hasta dos años después, cuando por tristeza del destino y por desventura de la vida, en mi adolescencia citadina me habría de enterar de tu partida, tu paso hacia aquel mundo del no retorno, de fantasía construida a partir de tus quince años de inocencia adolescente. Un solitario osario sobre el camino ahora marca el lugar de tu deceso en que fuiste atropellado por una camioneta cuando regresabas de leñar, una cruz es tu memoria, un recuerdo es tu paso por la vida y una lágrima reposa por siempre en tu tumba, a casi veinticinco años de tu triste partida.-Tuz.
Posted on: Wed, 19 Jun 2013 04:25:45 +0000

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