No tengo palabras para Marina. Tampoco valeriana ni pastillas - TopicsExpress



          

No tengo palabras para Marina. Tampoco valeriana ni pastillas antidepresivas que detesto porque te ponen idiota. En realidad nada de lo que hoy diga servirá de consuelo. Su segundo esposo acaba de morir de un infarto. El primero murió de lo mismo. Marina no grita, pero cree que alguna maldición marcó su destino. Tiene dos hijos y una mirada tan triste que quema. ¿Cómo es posible que a una misma mujer le pase dos veces lo mismo? Esa fue la pregunta que escuché en el velorio. Quise matar a todos los presentes y velarlos yo misma. Marina y yo nos abrazamos en silencio. No llegaban mis palabras, el abrazo hablaba solo. Yo quería vomitar, ella no tenía temperatura. Tres días después charlamos largo rato por teléfono. “Ya son dos”, me contó que alcanzó a escuchar en el entierro. Eran unos supuestos amigos los que comentaban su tragedia sin notar que ella caminaba pasos atrás. Marina me contó casi convulsionando y corrí a visitarla. ¿Por qué me ha pasado esto a mí? Preguntó mientras bebíamos el sabor amargo de la impotencia. No lo sé, Marina. Quizá no debes preguntarte tanto por qué, quizá debas cambiar el por qué me pasa por el para qué me pasa, quizá suene mejor. La dejé abrigada. Casi dormida. La dejé en shock. Calculé que pasarían varias semanas y meses antes de volver a encontrarla en equilibrio y manejé pensando en esa pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez. ¿Por qué me pasa todo esto? ¿Por qué mi vida no es como la del vecino a quien nunca le sucede nada malo? ¿Por qué mi vida es tan estrellada? Recordé a un amigo psicoanalista que solía decirme que en la vida todas las personas guardan tristes secretos solo que no lo cuentan. Recordé la letra de un Mundo Raro, esa canción que escribió José Alfredo Jiménez y que el domingo volví a escucharla en “Padre Nuestro”, la obra escrita y dirigida por Mariana De Althauss: “Y si quieren saber de tu pasado, es preciso decir una mentira. Di que vienes de allá, de un mundo raro; que no sabes llorar, que no entiendes de amor y que nunca has amado”. Lástima que este mundo no sea raro, Marina. Lástima que todos lloremos porque sí entendemos de amor, de pérdidas, renuncias y derrotas. Lástima que como el poeta Eielson usted y yo también besemos guantes vacíos y lloremos sobre ellos, sobre nuestras heridas que siempre despiertan. ¿Lástima? Me dije en voz alta y me rebelé sufrida. Regresé a la casa de Marina. Mi amiga había vuelto a despertar. Seguía llorando mientras sus niños eran cuidados por los abuelos. Llora mucho Marina, le dije. Lloremos cada vez que algo nos duele porque sino podemos enfermar y será peor. Lloremos sobre nuestros guantes vacíos. Mi amiga sonrió. Y lloramos. Lloramos largo rato. Sin hablar. Solo lloramos. ¿La pregunta es para qué, verdad?, susurró en mi hombro. Le dije que sí.
Posted on: Sat, 02 Nov 2013 01:40:59 +0000

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