Os voy a contar lo que fue, según palabras de Fred Tassy, "el - TopicsExpress



          

Os voy a contar lo que fue, según palabras de Fred Tassy, "el mayor antro de España" en los años noventa. Es un texto largo, pero estoy seguro que os agradará mucho leerlo, os echaréis unas risas y a la vez os quedaréis atónitos con algunas de las anécdotas que os voy a contar. Se trata de La Capilla After, un garito situado en una pequeña población colindante con Vigo, llamada Redondela, que se hizo muy famosa en toda Galicia y Portugal, por los fiestones que allí se hicieron, pero sobre todo por el ambiente más enrarecido, tóxico y perverso que yo he visto en mi vida, donde la droga era el aire que respirabas y la mayor pesadilla que hayas soñado nunca, era nimiedad con la realidad que allí se vivía cada domingo de mañana. La Capilla After abrió en 1995, para recoger a los numerosos rayaos que salíamos por aquel entonces de la discoteca Óxido, aunque sólo duró abierta dos años, debido a las quejas de los lugareños de Redondela, que se quedaban atónitos con el espectáculo que allí se formaba cada fin de semana. Poco después volvió a abrir, pero esta vez duró aún menos, para volver a cerrar y desaparecer para siempre, aunque la gran mayoría de los que fuimos asiduos, la llevemos siempre muy dentro de nuestro occipucio, ya que permaneceremos marcados de por vida con una rayadura y una paranoia que, aunque llevadera y muchas veces casi desapercibida, sigue clavada en nuestras neuronas segregando su veneno de por vida, irremediablemente. La Capilla After era como otro mundo aparte de la cotidiana realidad, estar allí era como habitar un mundo de diablillos, hadas, duendes, extraterrestres, engendros humanoides, psicópatas, esquizofrénicos paranoides, dalais lamas, personajes de Star Wars, vampiros, y otras muchas formas de vida, difícilmente clasificables... y esta percepción fantástica no es fruto del que lo miraba bajo los efectos de drogas de síntesis o preparados químicos de características altamente tóxicas... qué va... aunque fueras completamente sereno, como muchas veces he ido yo también... lo veías exactamente igual de fantasmagórico y alucinantemente fuera de la realidad... Aquella sala abrió para dar cabida a la multitud que por aquel entonces salía a las ocho de la mañana de otra muy mítica y también sala, más bien un majestuoso templo de innovación musical en Galicia por aquel entonces...la sala Óxido, donde en su cabina Don Jesús del Campo cautivó e hizo soñar a muchísima gente que no tenía ni idea de lo que era la música electrónica, y quedaron/quedamos enganchados totalmente a esa nueva revolución cultural antes nunca vista por aquellos lares. Cuando cerraba, a las ocho de la mañana, y salíamos zombies perdidos, alucinando con las caras que veíamos a nuestro alrededor, sin percatarnos de que la nuestra era igual o peor si cabe, fruto de alucinantes compuestos químicos con los que nos pegábamos los viajes más increíbles que jamás podamos volver a sentir con ninguna otra cosa en la vida, todo el mundo hablaba de una tal "La Capilla", que estaba en Redondela, cerca de Vigo, a la que como podíamos, unos en coches, otros en taxi pagado entre varios, y otros muchos en bus, nos desplazábamos hasta allí para conocer y experimentar aquellas nuevas sensaciones de las que todo el mundo hablaba, aunque ya te avisaban de que era muy diferente a lo que habíamos conocido hasta entonces, y que tenías riesgo de "rayarte", cosa que yo nunca había oído a nadie que le pasara, aunque un tiempo después tuve ocasión de verlo, y por desgracia, también de experimentarlo en carne propia. Conforme llegábamos a La Capilla, ya se iban divisando decenas de coches aparcados en hilera al borde de la carretera... algo bueno se estaba cociendo, sin duda. La entrada principal era el portalón de un solar lleno de hierba mal cortada y un árbol en medio de la finca, la cual tenía pendiente pronunciada, y al bajar, te encontrabas una puerta negra donde estaban los porteros, y donde pagabas tu entrada. Al pagar, tenías que cruzar esa cortina de plástico al estilo cámara frigorífica de matadero, que ya te hacía pensar en que lo que te ibas a encontrar iba a ser de todo menos acogedor y floreado. Al atravesar la cortina, entrabas en una estancia completamente oscura donde la música era atronadora, y al fondo podías vislumbrar la pista con ese potentísimo flash, y las sombras de la gente moviéndose incesantemente. Los primeros pasos los dabas completamente a ciegas, pues pasabas de entrar a plena luz del día, muchas veces con un sol espléndido, a la más tenebrosa oscuridad, y de los campos verdes y ese paisaje gallego agreste y campesino, a entrar en algo así como un mundo aparte donde las personas eran demonios y la música eran patadas acústicas rebosantes de veneno... Después de avanzar unos pasos completamente a ciegas, con las manos por delante, tropezando de vez en cuando con seres que lo único que adivinabas de ellos era el blanco de sus córneas, y que éstos no te reprimían el encontronazo porque entendían que aquella sensación era de lo más normal al entrar allí, veías a tu derecha la barra, simple y cutre, y a tu izquierda podías ver una pequeña capilla enclavada en la pared, un santuario donde había un pequeño santo pálidamente iluminado por una vela roja de esas de las iglesias. Si continuabas tu peregrinación dando pasos al frente, la sala se ensanchaba, y a tu izquierda había como una tarima de madera, a la que accedías subiendo un par de escalones, y ahí estaban los sofás, lo que sería una zona de descanso, aunque realmente era la zona para intentar dominar el puestazo que llevabas y poder asimilar que estabas dentro de un cuerpo y no surfeando entre planetas multicolores y demonios con cuernos rojos, cola puntiaguda y tridente sostenido con la más maquiavélica de las sonrisas... Un poco después te adentrabas en la pista, gobernada por un conjunto de altavoces de una potencia BESTIAL, situados a tu derecha, y a tu izquierda se encontraba la cabina, elevada un par de metros sobre las cabezas de los presentes... allí tenían la mítica sirena de La Capilla, que aunque en esto de la sirena el precursor fue la Sala Óxido, cuya sirena puede ser de todo menos inolvidable, la de La Capilla también lo era, a diferencia de que ésta sonaba mil veces más fuerte que la del Óxido, y llegaba a producir un tono algo más agudo, el cual te taladraba y perforaba completamente el cerebro, y la pedrada del éxtasis se convertía en un tremendo cañonazo que podía llegar a asustarte, de cómo un sonido podía ser capaz de hacerte sentir algo tan intenso y demoledor. En el suelo de la pista había pintado un gran paso de cebra, ya que por aquel entonces a los rayaos se les denominaba comúnmente como cebras, entre otros adjetivos... Después La Capilla tenía una terraza, mítica e inolvidable, que era alargada, como un pasillo ancho, desde la que se veía todos los campos verdes típicos gallegos, y alguna casita dispersa, y montañas al fondo... un contraste bellísimo que hacía más mágico si cabe aquel garito, y que le daba muchísimo valor, y es que mucha peña se tiraba toda la mañana en esa terraza, porque se estaba de putísima madre, la verdad, y allí cada cual hacía lo que le saliera de los huevos... fumar porros, meter tiros de coca, speed o pastillas machacadas sobre el murito que discurría a lo largo de toda la terraza, en el que muchos se sentaban, y era un auténtico espectáculo sentarse allí, delante de la puerta a la que accedías al interior de la sala, y ver cómo de vez en cuando salían los avigornios, de la más completa oscuridad, al sol radiante que muchas veces caía justiciero sobre nuestras efervescentes cabezas, y ver los caretos de la peña al sol, era completamente alucinante, pálidos como un cadáver, muchos de ellos sudando a chorro, con las venas de la frente hinchadas como ramas de un árbol, los labios morados como un ahogado de hace 10 horas, echando la lengua a los lados cual serpiente venenosa relamiéndose de la toxicidad que tan gustosamente discurría por sus arterias, aquellas prendas, ropajes multicolor, ácidos como el LSD, que nunca faltaba en La Capilla, el cual proporcionaba el ciego más fuerte y explosivo que pueda haber, al ingerirlo tras haber estado toda la noche tomando pastillas... Cada vez que salías allí a respirar un poco de aire fresco, te encontrabas con un espectáculo nuevo, lleno de colorido y singularidad, que muchas veces parecía más un circo que una discoteca, ya que había cada friki que era alucinante (yo uno de ellos). En esa terraza, aparte del colorido y la singularidad del personal, te llamaban la atención dos cosas... una era el verde paisaje que rodeaba todo el garito, y otro era la cantidad de gente que se empolvaba meticulosamente la nariz en aquel murito que perfilaba toda la terraza, sobre el cual se asentaba una reja para que no te cayeras al campo. Aquello era un degenere increíble, nada importaba, nadie te decía "tío, córtate un poco"... qué va... al rico desmadre, colega... La gente era muy variopinta... Unos que iban con gorros de colores llenos de cascabeles, otros con cuernos al estilo vikingo, algunas pavas se lo montaban en plan lolita la loca, y llevaban muñecas Barbie y hablaban con ellas (pero no en broma... se lo creían ¿eh?), y no te dejaban tocarlas porque decían que si no se pondrían a llorar (las muñecas), reacción ésta fruto de las potentes pastillas que llegaban a Galicia en aquellos tiempos, que luego con el tiempo fueron decayendo en calidad. También tías y tíos de treinta y tantos, puestos hasta el culo de cocaína, con los ojos desorbitados y cara calavérica... algún punky de pantalones a cuadros y cresta de color verde entripado hasta la médula, dándolo todo en medio de la pista, muchos chavalitos de unos 20 años, grupo en el que yo me incluyo, aunque mi estética era un poco diferente, porque yo llevaba el pelo rapado, y me dejaba tres cuernos en la frente, hechos con mucho esmero y dedicación con gomina, laca y grandes dosis de paciencia y secador, gafas de bucear en la cabeza (todo el mundo me conocía por este detalle) y estética a lo bacala portugués, o sea, pantalones de cuadros y camisetas marca Necronomicón, rojas, amarillas... rollo ácido, vamos... También te podías encontrar algún viejo lugareño que se metía allí para averiguar qué cojones se cocía allí dentro, alguna vez se ha visto andando por el medio de la pista un perro, produciendo la locura de los que allí bailábamos centrados en aquellos sonidos hechos para la droga, y bajo un potentísimo flash cegador y aplastante... y lo más increíble que se llegó a ver allí dentro... ¡¡¡dos niños correteando por la pista!!! Situación fantasmagórica que nunca olvidaré, porque aparecieron y desaparecieron como un espectro del más allá, pero no soy el único que los vio... Una vez una pava se metió un ostiazo en la terraza delante de todo dios, y en vez de dolerse y levantarse, se quedó en el suelo como un aborto del diablo, retorcida y con cara de agradable sufrimiento infernal, para asombro y desconcierto de todos los presentes, y es que allí la gente se convertía en la más putrefacta carne de manicomio y enfermedad psiquiátrica de la que el ser humano pudiera llegar a experimentar en ningún otro lugar de la tierra. Esta es la única foto que tengo de La Capilla por aquel entonces... se ve a Pepo pinchando, y a su lado a Paul, mítico dj de la sala, junto con otros como Víctor Fofi, Fran Na, Ángel aka Axel Hit, y Tobío... Había veces que se organizaban fiestas 24 horas, y venía gente de todos los sitios... muchos portugueses, gente de Coruña, Orense, Lugo... La Capilla after ya se estaba haciendo muy famosa, no sólo por la cantidad de fiestas increíbles que allí se dieron, con Djs de lo mejorcito del panorama nacional y otros internacionales, como los míticos hermanos Liberator, londinenses, que siempre llenaban el local y hacían volverse loca a la peña con su acid techno tan apropiado para este after... Tampoco faltaban Oscar Mulero, Yke, Toxic, Fred Tassy, Pepo, Higinio, Eulogio, etc. Recuerdo una fiesta 24 horas que vino a pinchar Higinio, y se vino con una tropa de gente, coleguillas de él, venían todos sin dormir, y uno de ellos andaba con una túnica a lo monje budista, profiriendo conjuros y maldiciones a la peña, y lanzando ondas vitales como Songoku a todo aquel que él creyera que se encontraba bajo el dominio de una fuerza maldita... bueno, un auténtico friki... muchos de los que estábamos en la terraza, lo flipamos mucho mucho con este pavo. En La Capilla te encontrabas gente de lo más insólito y variopinta como en ningún otro sitio, muchas caras súper descuadradas, con ojos hilarantes, hinchados de venas sangrientas y expresiones faciales que metían auténtico pavor de mirarlas. Una vez Fred Tassy, que venía con mucha frecuencia a pinchar a La Capilla, dijo que era el mayor antro que había visto de toda España... y no lo dudo, porque había mañanas que aquello era espantoso. Una costumbre típica de La Capilla era comerse un tripi de mañana, y después de haber estado toda la noche pastilleando, te metía un ciegazo en la cabeza, que era apoteósico, que te podía hacer pasarte una mañana entera en el país de los gnomos y los champiñones, y no hacías más que reirte por todo y por momentos rozabas la más absoluta locura, o el grave riesgo de entrar en el puto infierno y creer que estabas rodeado por diablos, demonios y puro satanismo a los cuatro costados, como le tenía pasado a gente, y como me pasó a mi una vez, sensación de la cual prefiero no volver a acordarme, pero os seguro que se pasa muy, pero que muy mal. :( Bueno, pues así transcurrieron los años, en La Capilla se hicieron unas fiestas memorables, se trajeron de invitados a los mejores djs de España, se bailó y se drogó hasta la saciedad, se vivieron mil y una anécdotas de chavales que como yo la vida nos situó allí, no sé si para bien o para mal, pero para mi aquella época fue la más intensa de mi vida, llena de experiencias únicas e inigualables y donde conocí tanto el súper buen rollito y el máximo colegueo como lo peor de la humanidad y la ralladura más infinita de la que creía que nunca podría salir, hasta que la gente de Redondela, harta de ver que su pueblo se había convertido en un santuario de peregrinación de pastilleros y locos de la música moderna, incluso manifestándose en la puerta del garito con pancartas y todo, hicieron que La Capilla After cerrara, acabándose así su inolvidable trayectoria, y devolviendo la tranquilidad a un pueblecito que fue cuna del “afterhourismo electrónico” y las sensaciones más ácidas y tóxicas de los jóvenes gallegos. Seguro que se me quedan mogollón de cosas en el tintero, pero bueno, aquí un pequeño recuerdo capillero, que creo que a los que lo vivimos, siempre nos puede agradar leerlo, y los que no la conocieron, se hagan una pequeña idea de lo que aquello fue, aunque nunca las palabras serían suficientes para describir cualquier cosa de aquella, nuestra La Capilla After. Descanse en paz, y en nuestros corazones.
Posted on: Tue, 24 Sep 2013 03:51:46 +0000

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