Paranoia. Me preguntan que por qué escribo cosas en Facebook, que - TopicsExpress



          

Paranoia. Me preguntan que por qué escribo cosas en Facebook, que si no tengo miedo de que todo lo que pongo aquí se convierta, por todos esos rollos de los derechos de privacidad y no sé cuántas cosas más, en propiedad de otros. Y me imagino, inmediatamente, a un montón de jovencitos en una moderna oficina subterránea de Silicón Valley, cortando mis textos y los de mis amigos (y espero que editándolos por la cantidad inmensa de dedazos, faltas de ortografía y comas puestas con alegría suicida) y pegándolos cuidadosamente en un expediente que después se convertirá en un libro que se convertirá en un bestseller, y del cual, ni yo ni nadie, por supuesto verá un centavo de lo que tan sesudas reflexiones generen a lo largo del tiempo. ¿Neta hay que preocuparse? ¡Por supuesto que no! Estoy seguro que no habría nadie que quisiera hacer pasar mis pensamientos, exóticas reflexiones, locuras y comentarios extraños como propios. Y sí por algún extraño motivo lo hay, bienvenido sea. Ojala le sirva para algo. Considero este muro y al propio Facebook como un experimento de comunicación y pues, yo lo utilizo y me comunico. ¿No se trataba de eso precisamente? Hace unas cuantas semanas hubo una epidemia de paranoia en este medio. Muy preocupados por los derechos de autor de los escritos que subían a los muros, montones de personas se adherían al “Convenio de Berna” para la protección de sus derechos a autor ,y declaraban y firmaban virtualmente un rollo que decía algo como: “…Para todo efecto, desde hoy, en pleno uso de mis facultades mentales y de mi titularidad de esta cuenta en Facebook, declaro, a quien pueda interesar y en particular al ADMINISTRADOR de la empresa FACEBOOK, que mis derechos de autor se relacionan con todos MIS DATOS PERSONALES, comentarios, textos, artículos, ilustraciones, comics, pinturas, fotos, videos profesionales y demás publicaciones…” Yo no lo firmé ni lo vuelvo a hacer. Escribo aquí lo que se me antoja, cuando se me antoja, y esperando que del otro lado de la pantalla, esté alguien que lo reciba y se pase un buen rato, se divierta, le sirva de algo lo que escribo. Déjenme contarles una anécdota muy ilustrativa al respecto. En el año de 1978 me invitaron por primera vez a leer mis poemas en público. ¡En Bellas Artes! Bueno, en la cafetería de Bellas Artes (que no es lo mismo pero es igual). Se hacía allí, los jueves por la noche, un ciclo de jóvenes poetas y muchos compañeros de generación (incluyéndome) leían ahí sus textos frente a un público amable e interesado (compuesto por familiares y conocidos en su mayoría). Yo era en desmadre. Literalmente. Mis poemas estaban en hojas sueltas, garabateados, escritos sobre servilletas de papel, en trozos de estraza, atrás de la lista del super. Y la cafetería era imponente. Estábamos junto a una de las columnas enormes de mármol que flanquean las escaleras para entrar a la sala. Leí durante una media hora con regular éxito (recuerdo que mi madre y mis abuelos aplaudían mucho, eso sí). En la tercera fila había una guapa a la que yo no había visto nunca y a ella dediqué todos mis esfuerzos. Pero… Las hojas sueltas se me caían de la mesita una y otra vez, había poemas que de tan corregidos eran imposibles de leer, estaba nervioso y temblando como un conejo en una cueva llena de lobos, todo un desastre en su justa dimensión. La guapa estaba por levantarse. Declaré en voz alta que leería el último texto. Se volvió a sentar. Rebusqué en el morral que andaba conmigo para todos lados algo que la detuviera en su sitio y que la llenara, por supuesto, de admiración por mí. Y lo encontré… Me aplaudieron un montón. Hice reverencia y todo. Y corrí detrás de la guapa a la que invité a tomar una copa en “La Ópera”. Aceptó. El resto no lo voy a contar, pero que quede aquí constancia de que “literatura mata carita”. Nomás. El poema era de don Jaime Sabines. Yo lo había transcrito y lo llevaba entre mis propios textos. No era uno de esos muy, muy conocidos, así que nadie se dio cuenta. Muchos años después lo recuerdo y me sigue dando escalofríos. En algún encuentro de Poetas del Mundo Latino (ya con libro propio editado) se lo conté al vate chiapaneco. Se moría de la risa. Me dijo que por fin había servido de algo lo que había escrito. Me dedico un libro, me abrazó, me invitó un ron, declaró en la mesa que yo era un “cabrón muy distinguido”. En “Ardiente paciencia”, la novela de Skármeta conocida ahora como “El cartero de Neruda”, el cartero en cuestión usa un poema de Neruda y lo hace pasar como propio para ligarse a la chica. Y también se lo confiesa al poeta. Y dice Skármeta que dijo Neruda: “La poesía no es de quién la escribe sino de quien la necesita”. Pues eso. Sí alguien necesita de alguna de mis necias palabras, a partir de ahora, son suyas. Los dejo para que disfruten del domingo. Un abrazo.
Posted on: Sun, 04 Aug 2013 13:51:56 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015