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SI SOS TATENGUE DE CORAZÓN COMO YO LO VAS A LEER,ESTA MUY LINDO,SE LOS RECOMIENDO. jueves, 24 de octubre de 2013 Por mi vieja Dedicado a M.R . Las sobremesas en las reuniones de compañeros de trabajo, transitan insospechados caminos. Muchas veces se tratan de anécdotas risueñas, otras nostálgicas y alguna vez, se cuela una triste. El fútbol, las mujeres, la política, la vida misma, son siempre temas de conversación. Nadie en el grupo olvida cuando las historias contadas provocan sensaciones diferentes, en esos momentos en que el café intenta bajar el asado obligatorio que disfrutan en el quincho del Tortuga, en Del Viso. Una quinta hermosa en las afueras de la ciudad, con pileta de natación y un confortable ambiente, con una parrilla envidiable. El Tortuga, que en la vida real se llamaba Vicente Tapia, era encargado en Subterráneos y a la vez, el jefe del resto del grupo, que estaba integrado por el Gato Julián Benítez, el Pipa Jorge Gómez, el Zurdo Carlos López y el Santafesino Marcelo Riganti. El santafesino era el más nuevo del grupo al que se integró rápidamente, a la par de la cabida que los otros miembros le habían otorgado. Un tipo campechano, con modismos extraños para la ciudad y con la virtud de hacer amigos en cada sitio. Un muchacho querido y querible, que había llegado a Buenos Aires para acompañar a quien hoy es su pareja. Atrás habían quedado su familia, sus amigos, su barrio y su Unión de Santa Fe. La adaptación a la ciudad llevó su tiempo, todo era distinto, más rápido, más apurado, más porteño. Uno de sus grandes inconvenientes era el fútbol, por la falta de Unión, a quien seguía cuando jugaba en Buenos Aires; se sentía raro, faltaba el calor de la popular del “15 de Abril”, ese lleno total característico cada vez que el Tatengue jugaba de local, pero no fallaba nunca. A veces entremezclado entre hinchas de otros equipos, otras veces encontrándose con sus familiares que viajaban desde la Provincia y en alguna oportunidad, solitario, en una tribuna casi vacía en un cotejo de día de semana por la tarde. Siempre encontraba alguna excusa para estar presente. La pasión por el Tate, no tenía límites para Marcelo, que hasta dudó en su venida a Buenos Aires, atraído por el amor de una mujer. En esas sobremesas de amigos era un bicho raro, porque entre quienes la integraban se encontraban hinchas de los cuadros de Capital y su fanatismo, como sus anécdotas eran sublimes. Marcelo provenía de una familia santafesina mixta, donde su padre y su hermano eran “Sabaleros”, como gran parte del resto de la familia. Casi en soledad junto a su madre, Doña Chela, adoraban la divisa rojiblanca a rayas verticales, ante el agobio del color sangre y luto, que poblaba las mesas familiares en los cumpleaños y en las fiestas de fin de año. Pero la vieja, desde siempre le había enseñado a bancar la parada en inferioridad numérica, pero en supremacía de pasión, porque ser del Tate era eso, amor y pasión, como el amor y la pasión que Marcelo sentía por su vieja. Los amigos admiraban el fervor que le ponía el Santafesino a cada relato, a cada anécdota; como aquella en la cual contaba que se había colado en un casamiento, no para comer, no para bailar, sino para pedirle un autógrafo al Turco Alí o el famoso partido en el 81 cuando ganaban el clásico 2 a 0 y la gente de Colón agredió al árbitro suspendiendo el partido. Ese día Marcelo dibujó el escudo de Unión en el frente de su casa con la leyenda “El capo de la Ciudad” Pero sin duda la anécdota más importante involucraba a Doña Chela, su mamá. Fue en el Torneo 1988/89 en el cual Unión jugó la final por el ascenso contra los Sabaleros. Enterada Doña Chela que su esposo había mandado confeccionar una bandera negra y roja con la leyenda “ Los Riganti”, desempolvó la vieja máquina de coser, compró tela roja y blanca y junto a su hijo hicieron una bandera, más grande que la de los adversarios, que decía: “Los Riganti son de Unión”, que colgaron en el alambrado del “Cementerio de los elefantes”, aquel día en que el Tatengue derrotó a Colón por dos a cero y que repitieron en el “Estadio 15 de Abril”, cuando en el partido de vuelta también derrotaron al Sabalero por 1 a 0, logrando el ascenso a Primera División. Cómo no recordar ese día, si el festejo de Doña Chela y Marcelo fue interminable y en las mismas narices del resto de los Riganti. Con el fallecimiento de su madre, una parte de Unión se fue al cielo y desde allí ahondó aún más el fanatismo del santafesino por el Tatengue. Sin su madre ya nada fue igual, un hueco enorme se instaló en el corazón de Marcelo, quien lo supo llevar con hidalguía, manteniendo el legado materno para siempre. La foto de Nery Pumpido ya no se encontraba en soledad vistiendo la pared lateral de la habitación del Santafesino, porque estaba acompañada por un enorme mural que Marcelo enmarcó en el cual Leonardo Carol Madelón era flanqueado por él mismo a la derecha y Doña Chela a la izquierda. Amor puro. Pasión íntegra. Igualmente Marcelito, nunca se sintió completamente sólo. El gran recuerdo de Doña Chela lo acompañaba a todas las canchas, sentía su olor, su voz, sus gritos. La tenía presente en su camiseta roja y blanca. Por eso cuando sus amigos lo cargan por su fanatismo desenfrenado por el Tatengue, el saca pecho y les tira la historia, la fidelidad y por sobre todo su compromiso unionista. Y si alguien se atreve a preguntarle, por qué es hincha de Unión, él no duda en su respuesta, mira al cielo y contesta con el corazón: Por mi vieja, soy Tatengue por mi vieja…
Posted on: Thu, 24 Oct 2013 22:38:02 +0000

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