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*XI SE RESPONDE A LA DIFICULTAD QUE PROCEDE DE NUESTRA FALTA DE MERECIMIENTO PARA ALCANZAR DE DIOS LA GRACIA DE HACERNOS SANTOS "¿Pero tú, podría deciros el demonio, tú has de pretender de Dios una gracia tan singular y extraordinaria como la de hacerte santa? ¿No deberías darte por contenta con el último lugar del cielo?" ¡Desatino y disparate! Oíd a San Agustín: ¿Ab Omnipotente petitis? aliquid magnum petite. Si pides algo al Dios omnipotente, pedidle alguna cosa grande. ¿Y qué? ¿acaso el dispensaros una gracia grande le costará a Dios más que el daros una pequeña? Y si Dios quiere que os santifiquéis (repitámoslo a todas horas), ¿se mostrará sordo cuando le pidáis la gracia de santificaros, o tendrá alguna repugnancia en concedérosla? Oíd también a Santa Teresa en su camino de perfección: "¿Qué nos cuesta o perjudica el pedir mucho, pues pedimos al Omnipotente? Sería una vergüenza pedir un ochavo a un emperador grande y liberalísimo". ¿Por qué, pues, querríais contentaros con el último lugar del cielo? El alma que ocupe el último puesto en la celestial Jerusalén, habrá dado menos gloria a Dios sobre la tierra y le glorificará menos en el cielo. ¿Y por qué pudiendo procurar darle mayor gloria en el tiempo y en la eternidad, os habéis de contentar con dársela menor? ¿No merece Dios que hagáis por él cuanto podáis? El alma que en el cielo tenga el último puesto, estará allí plenamente contenta con habérselo ganado, porque en el cielo no puede haber descontentamientos; pero mientras permanezcamos sobre la tierra no debemos contentarnos con adquirirlo, antes debemos desear el conseguir en los cielos un puesto muy elevado con la práctica de la perfección cristiana para glorificar mucho a Dios en este valle de lágrimas y en aquella mansión de eterna dicha. "¿Pero tú merecer esta gracia de la perfección cristiana? ¿Y tus muchos pecados de la vida pasada? ¿Y tus ingratitudes e infidelidades?" Así puede instar el demonio. Y yo también creo que no la merecéis. ¿Pero y qué? ¿Habéis de esperar del Señor nada más que lo que merecéis? ¿Se ha de limitar nuestra esperanza a que Dios nos trate como merecemos? No quiero yo esta clase de esperanza. Si Dios nos tratase como nos lo merecemos, pobres de nosotros. Hemos de esperar lo que habemos de pedir. Decidme, alma devota, ¿querríais hacer esta petición? Tratádme, Señor, según mis merecimientos. ¿Tratadme, Señor, según mis merecimientos. ¿Tendríais valor para hacerla? Por cierto que no sería ésta una oración sino una horrible imprecación contra nosotros mismos; rogar a Dios que nos trate como merecemos, sería lo mismo que pedirle que nos abandonase a nuestra malicia y luego nos precipitase al infierno, porque nosotros, por nosotros mismos, no merecemos otra cosa. ¿Cómo, pues, querremos esperar que el Señor nos trate de este modo? Esta no sería una esperanza; más bien le daría yo el nombre de desesperación. ¿Qué hubiera sido aun de los mayores santos del cielo si el divino Autor de toda gracia los hubiese tratado conforme a los merecimientos de ellos? ¿Dónde estarían? Pero los ha auxiliado y remunerado según los méritos infinitos de Jesucristo que los redimió con su sangre preciosísima, y de esta suerte llegaron a ser grandes santos y a ocupar los primeros asientos en el cielo. También nosotros debemos esperar del mismo modo y esperar firmemente que nos tratará según aquellos méritos infinitos, que exceden sobre manera a toda la muchedumbre de nuestras culpas, ingratitudes e infidelidades. ¿Pues que caso se le había de hacer en vista de esto a quien nos dijese: "tú no mereces la gracia de santificarte porque son muchos tus pecados?" De vuestros muchos pecados, de vuestras ingratitudes e infidelidades arrepentíos muy mucho, guardaos de ellas en adelante, y no impedirán que el Señor os conceda la gracia de la deseada santidad, a la cual os dieron derecho los merecimientos infinitos de su Santísimo Hijo hecho hombre y muerto en un patíbulo por vos. En efecto. ¿Cuántos grandes santos veneramos sobre los altares que antes fueron grandes pecadores? Lo que pudo en ellos la gracia y la misericordia de Dios ¿no lo podrá en nosotros? Ea, pues, concluyamos que para nadie, absolutamente para nadie, es muy difícil la perfecta unión con la voluntad divina, esto es, la perfección cristiana. Del libro EL ALIENTO DEL ALMA DEVOTA del Venerable Padre José Frassinetti
Posted on: Fri, 28 Jun 2013 09:58:40 +0000

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