Paradigmas de arcoíris: Nocturnaque esse irides. Ilimitadamente, - TopicsExpress



          

Paradigmas de arcoíris: Nocturnaque esse irides. Ilimitadamente, te traigo este entretejo de todo un ayer devastado para ayudarte a que comprendas mejor, cuántos arcoíris existen. Cuando destape la válvula del horizonte, ahí donde duerme todo extraño, por el ventanal insano de este marginado mundo, a través de sueños y visiones, vi toda la realidad plasmada en el enjambre de una gota cayendo contra el viento, exasperando a mansalva su polimorfismo en el suelo agrio. Sobre un atardecer gris, con caminos frondosos entre los matorrales y yedras que jamás podrás encontrar, vi el primer arcoíris renegando por su clareza entre lo viscoso de ese cielo maniático y quebrantado. Créeme si te digo que apenas aparcaba un lado frontal de todos los mentecatos sin consuelo. Tome el bus en la playa sin nombre con la risa del mono viaje por entre espasmódicos rayos. Apenas desgrané todos mis malos dolores que atosigaban y se paseaban por mí alma, en la ciudad del cartón y la fantasía barata, los burlesques teñidos en telaraña y el piso pintado de café, observé otro arcoíris, rellenado de pura mierda y contaminación, con su mueca insólita desconfiando hasta del segundo del júbilo terrenal allí vivido. Cuando me saqué la ropa una vez dentro de un cuarto húmedo y casi vacío si no fuera por mi presencia introvertida, la única sorpresa fue una ventana, una sola, ni tan grande ni tan chica, esa ventana se tapó en vapor de migaja de sinsabor; al limpiarla, sobre la eyaculación de la bilateral caída de la noche sobre la ciudad, se formó otro arcoíris, seguramente te preguntarás “¿un arcoíris de noche?” ¡Si, así era! Y no estoy pirado, ni mucho menos he ingerido adrenocromo, era ese arcoíris un arcoíris radioactivo que lo propagaban los maliciosos del capital. Cansado de tanto ruido me fui corriendo por un túnel hacía quién sabe dónde, por una parte recuerdo ver un resplandor cegador que sin memoria me dejó… Entonces de repente salí caminando por un ofusco río seco, con mis zapatillas colgadas en mi cuello y cantando el silencio de los sapos violetas, sobre un oeste no tan lejano miré colgarse un arcoíris, de punta a punta, extendiendo su gruñido. Ése arcoíris hubiera sido multicolor si no fuera por tanto calor. Caminé y caminé. Ya era un sol espiando pacientemente el recoveco del suelo polvoriento por encima del tristísimo monte olvidado y se fue escabullendo otro durmiente arcoíris tiritando por la helada recién caída en el lugar, ese arcoíris casi “aglobonado” por así decirlo; con una forma de rareza, como si fuera de globos lumínicos. Me cansé de los montes y montañas, me subí a un tren sin pasajeros sobre una estación fantasmagórica, recuerdo que al querer preguntarle la hora de llegada al maquinista, abrí la puerta de la cabina, me espantó lo que vi, ¡vaya desconcierto! No había nadie. Cuya puerta daba al exterior, a un camposanto y me tiro algo de nuevo para adentro, algo como una onda expansiva cerrando la puerta en un instante, al levantarme mis ojos delataron inesperadamente otro gran estupor para con mis sentidos, de pronto ¡estalló el ambiente! Estalló en gente, en familias enteras, niños y niñas, hombres sonriendo, bebiendo y jugando a los naipes, agradables mozas y una música alegre. Pero sobre una de las ventanas vi un arcoíris grisáceo, un arcoíris con color de huesos, fue eso lo que una imaginación me trajo, el tren completo iba rumbo a un accidente mortal, como nadie me escuchaba salté por una de las puertas laterales y fui a caer por un altísimo precipicio a un mar tibio. Y para mí sorpresa pude encontrar un pequeño madero entre las olas que me llevó dormitando hasta unas tierras tinibliescas. Lo que era la ruina de un pueblo aborigen, sobre el detrimento solaz de sus columnas rasgadas y el verdal del saliente chapuzón de cascada celestina, sobrevolaba sobre mi cabeza y sobre las alas de pájaros un arcoíris multicolor, impotente por su mixtura y mezclura de colores, superaba incluso el poder de la naturaleza. Sentado en una roca gigante permanecí durante horas. Pasé un mediodía estupendo con el secreto del sol y la tardía melodía de la luna entrelazándose por hojas y copas de árboles mustios, en aquella pampa se proyectaba un magnánimo arcoíris anaranjado que me recordaba mucho a los ecos de gaviotas en algún sitio de este planeta recóndito. La melodía de a poco fue pintando cada rincón, cada esquina, cada centímetro, cada sueño y me fue llevando livianamente como puliendo mis alones, alojando esa bendita melodía en mi tímpano. Con esa melodía durmiéndome en mis tímpanos y mis neuronas complacidas sagazmente desperté en una grandiosa orquesta sinfónica, con miles de músicos y bellas composiciones serenando cada embrión de brebaje diurno, terminó y aplaudí, salí caminando por una callecita angosta, tapada en árboles de un otoño prematuro, entre ellos alzado sobre su inercia estaba otro arcoíris lamiendo las heridas de la gente suicida. Seguí por el rojizo-naranja camino de hojas mientras de a poco un viento iba soplando, soplando y soplando… así se terminó por llevar a todas las hojas, a los árboles, a la poca gente, a las casas, a la melodía, al silencio, al mismo viento se llevó el viento y todo quedó detenido, se fracturaba la decadencia, era la nada misma, esa perfección casi desconocida para todo ojo humano. Golpeaban apuradamente una puerta, miraba a todos lados pero no veía nada, sólo era yo en ese lugar, y seguían firmemente golpeando la puerta, yo como un loco buscando el picaporte para abrir y poder ver quién era, hasta pasar entre el hedor y el sulfuro, la vi latente al frente mío, la golpeaban y yo fui hacía ella pero no llegaba, y cada vez era más fuerte el golpe, seguía yendo hasta ella pero no lograba llegar, cada vez se iba más lejos y el sonido era más fuerte, tanto que a mis oídos chirriaba con furia de galope. Me senté tapándome mis oídos y sólo no quería escucharlo más, mi mente quería expandirse a otro sitio; aparecieron cientos y cientos de arcoíris musicales por sobre los cielos, brotando de la tierra y danzando en las bajas aguas de los marjales. El sitio enmudeció por completo, apenitas iba sintiéndose un sonido seco a lo lejos, sobrevino a mí la puerta gigantesca, un ¡pum! Y cayó al suelo levantando a los aires una polvareda ciclópea, una polvareda que comenzó a dispersar su absortada fenecida; y vertiginosa fue incrementada su pujanza. El contexto era un viento de arenas que me dificultaba ver a dónde estaba, cada vez acrecentaba más su poderío y yo sólo permanecía sentado, con mi cara tapada por mis rodillas, abrazándome a la vez mis pantorrillas y permaneciendo, para mí imperturbabilidad, lejos del mal. Entre las arenillas veloces encadenaban expeditos arcoíris desarmonizando todo tenor sonoro, arcoíris rojos, violetas, púrpuras y granates. Calmaron las arenas, mis ojos se iban oscureciendo, eran cómo si los cerrara pero sé que no lo hacía bajo mi poder, sino que tenían dominio propio y sentí elevarme a algo astral, no tenía sentido de nada más que de la elevación, no escuchaba, no veía, no olfateaba, no hablaba, se cortaban mis sentidos. De instante caí encima de algo felpudo, algo muy cómodo y servicial para con mi cuerpo cansado y mis ojos se hicieron de día, estaba en un campo de lavanda, repleto en mariposas, en el extenso frente se fraguaba un colosal arcoíris, uno de los más grandes jamás vistos por mis ojos, mi sonrisa se formó sola esperando regocijarse sin pecado; inopinadamente las mariposas volaban en un circulo entre sí hasta crear una metamorfosis y mutarse una con otras e ir creando una sola y esa fue una gigante mariposa que me llevó sujetándome de los hombros por los cielos, no parecía tener malas intenciones, sin embargo, me soltó a un lodazal repleto en barro pegajoso y comencé a luchar para no ser absorbido por sus profundidades. Del barro salió formándose de sus cimientos espesos un arcoíris ahorcando mis ideales, mordía mi coyuntura y me asfixiaba con nimiedades de fango, y penurias, y guiñapos, y llantos, y lágrimas. Un espiral ígneo me llamaba la atención, revoloteaba todo el barro e iba consumiéndolo o expulsándolo a otra coordenada sin ser percibida por mí. Imprevistamente un mar corpulento se alzó ante mí y vino como un tsunami, arrastrándome sobre un piso cristalino que a través de él, podía ver a cientos de personas estirando sus manos intentando agarrarme con desesperación, y el tsunami seguía arrastrándome mientras todo el cielo fue instituyendo sus colores, el cielo entero se recubrió en arcoíris ambarinos. El tsunami se detuvo, yo veía todo a una altura inimaginable, estaba en la cúspide de un gran rascacielos de alguna ciudad inventada, toda la gente podía verla tan chiquitas como hormigas jugando a civilizar. En el edificio no había entrada para ir a los pisos y así ir bajando, gritaba a los edificios del frente y nadie se asomaba. Del cielo soltaron una soga que bajaba hasta la calle, como lista para sujetarme de ella y bajar, así lo hice y en la calle caminaba a duras riendas, la gente pasaba golpeándome por lo rápido y el apuro de la sociedad; en una de las calles se amontonaba la gente, y algunos gritaban, otros se comentaban, y una humareda se colaba por entre los celajes y las cimas de edificios, una fábrica se incendiaba y alguien me llamaba de ella, yo fui corriendo empujando a los policías que cubrían la entrada, al entrar los paredones estaban envueltos en llamas, el humo no me dejaba ver y tapaba mis vías respiratorias, mi nombre comenzó a oírse fecundamente de numerosas bocas, todo se nubló y sucumbía un temblor repentino en el lugar, y nada veía, el establecimiento comenzó a derrumbarse hacía un pozo hondo e insondable, en el abismo desconocido vi los peores arcoíris. Recorriendo el bosque bordeaux donde se lamentan los ciegos y lloran los insanos, en el frío continental y congelante, donde la articulación se detiene, el pulso se corta, el pensamiento se restringe, los pasos se acongojan y los ojos aparcan solemnes y transitorios por su vejestorio intruso. Los arcoíris se helaron y no había más que eso, arcoíris congelados y sin movilidad, entonces busque nuevas posibilidades. Cuando a mí me vino todo el peso de los arcoíris, los pseudo-arcoíris, las lapidas y las insignificancias de todo el volumen del sonido y el silencio; me encontré con un arcoíris inexplorado hasta entonces, ése arcoíris era sin ninguna duda tu sonrisa y la mejor de las sonrisas y el mejor de los arcoíris.
Posted on: Wed, 31 Jul 2013 18:55:07 +0000

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