EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIDAD El principio de subsidiaridad - TopicsExpress



          

EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIDAD El principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instancias sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus tareas. Este principio se impone porque toda persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo de original que ofrecer a la comunidad. La experiencia constata que la negación de la subsidiaridad, o su limitación en nombre de una pretendida democratización o igualdad de todos en la sociedad, limita y a veces también anula, el espíritu de libertad y de iniciativa. Este principio defiende el derecho de los “pequeños”, a quienes están en inferior situación de condiciones, para que puedan desarrollar, potenciar y ofrecer sus habilidades, sin sufrir abusos o discriminación, dándoles la oportunidad de tener un trabajo digno, ser útiles a sí mismos y a la sociedad.. Aparecida en su punto 94 expresa: “Como Iglesia, que asume la causa de los pobres, alentamos la participación de los indígenas y afroamericanos en la vida eclesial. Vemos con esperanza el proceso de inculturación discernido a la luz del Magisterio. Es prioritario hacer traducciones católicas de la Biblia y de los textos litúrgicos a sus idiomas. Se necesita, igualmente, promover más las vocaciones y los ministerios ordenados procedentes de estas culturas” “La realidad latinoamericana cuenta con comunidades afroamericanas muy vivas que aportan y participan activa y creativamente en la construcción de este continente. Los movimientos por la recuperación de las identidades, de los derechos ciudadanos y contra el racismo, los grupos alternativos de economías solidarias, hacen de las mujeres y hombres negros sujetos constructores de su historia, y de una nueva historia que se va dibujando en la actualidad latinoamericana y caribeña. Esta nueva realidad se basa en relaciones interculturales donde la diversidad no significa amenaza, no justifica jerarquías de poder de unos sobre otros, sino diálogo desde visiones culturales diferentes, de celebración, de interrelación y de reavivamiento de la esperanza.” La subsidiariedad está entre las directrices más constantes y características de la doctrina social (CDS, n° 185). Es la clave más original de su perspectiva, en cuanto afirma al fundamento vivo personal como concreta capacidad de iniciativa individual y asociativa para afrontar humanamente las necesidades humanas. Es el criterio de la primacía de los de abajo en relación a la pirámide del poder, del ser-para-todos-los-otros del sentido del poder. “Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda («subsidium») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo— respecto a las menores. De este modo, los cuerpos sociales intermedios pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas injustamente a otras agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por ser absorbidos y sustituidos y por ver negada, en definitiva, su dignidad propia y su espacio vital” (CDS, n° 186). Esta es la tragedia de todos los estatismos: presionar, directa o indirectamente, para que las personas y, en general, “los de abajo” cedan injustamente sus vidas, sus derechos, desanimen sus energías creativas y se conviertan en una insociable socialidad de lobos –de monstruos sumamente hábiles en un aspecto parcial exitoso- o de zombis, de abúlicos preferentemente aptos para la crítica puramente discursiva o para el lamento organizado. Políticamente el de subsidiariedad es el principio dinámico anti-totalitario por antonomasia, que defiende a los más débiles en cuanto distantes al manejo del poder centralizado o siempre en tren de centralizarse. La subsidiariedad tiene “una serie de implicaciones en negativo, que imponen al Estado abstenerse de cuanto restringiría, de hecho, el espacio vital de las células menores y esenciales de la sociedad. Su iniciativa, libertad y responsabilidad, no deben ser suplantadas”(CDS, n° 186). Positivamente le hace justicia al protagonismo público de la persona y sus libres formas asociativas en la sociedad civil, pues ya quienes disponen de un poder y el estado mismo por parte de quienes lo manejan y gobiernan, tienden a conservarlo y aumentarlo mediante la sustitución del otro, de su iniciativa, y mediante el poner todo bajo su control. La grave injusticia contra la libertad de la persona y de la sociedad consiste en que, cuando la perspectiva del poder es autoafirmarse, prefiere clientes, no protagonistas. La significación propiamente político-democrática de la subsidiariedad, no es tanto en un sentido puramente discursivo-parlamentario de la participación, cuanto en un sentido práctico y en una asunción operativa de la ciudadanía. Consiste en que la progresiva expansión de las iniciativas sociales fuera de la esfera estatal crea nuevos espacios para la presencia activa y para la acción directa de los ciudadanos, integrando las funciones desarrolladas por el Estado y dejando de ser un individuo privatizado para pasar a ser un sujeto personal de valor público. Este importante fenómeno con frecuencia se ha realizado por caminos y con instrumentos informales, dando vida a modalidades nuevas y positivas de ejercicio de los derechos de la persona que enriquecen cualitativamente la vida democrática. Cuando examinamos los principios de solidaridad y subsidiariedad a la luz del Evangelio, comprendemos que no son sencillamente "horizontales": ambos poseen una esencial dimensión vertical. Jesús nos exhorta a hacer a los demás lo que querríamos que se nos hiciera a nosotros (cfr. Lc 6, 31), a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (cfr. Mt 22, 35). Estos mandamientos están inscritos por el Creador en la propia naturaleza humana (cfr. Deus caritas est, n. 31). Jesús enseña que este amor nos exhorta a dedicar nuestra vida al bien de los demás (cfr. Jn 15, 12-13). En este sentido la solidaridad auténtica, si bien comienza con el reconocimiento del igual valor del otro, se realiza sólo cuando pongo voluntariamente mi vida al servicio del otro (cfr Ef 6, 21). Ésta es la dimensión "vertical" de la solidaridad: soy impulsado a hacerme menos que el otro para satisfacer sus necesidades (cfr. Jn 13, 14-15), precisamente como Jesús "se humilló" para permitir a los hombres y a las mujeres participar en su vida divina con el Padre y el Espíritu (cfr. Flp 2, 8; Mt 23, 12). De igual forma, la subsidiariedad, que alienta a hombres y mujeres a instaurar libremente relaciones dadoras de vida con quienes están más próximos y de los que dependen más directamente, y que exige de las más elevadas autoridades el respeto de tales relaciones, manifiesta una dimensión "vertical" orientada al Creador del orden social (cfr. Rm 12, 16, 18). Una sociedad que honra el principio de subsidiariedad libera a las personas de la sensación de desconsuelo y de desesperación, garantizándoles la libertad de comprometerse recíprocamente en los ámbitos del comercio, de la política y de la cultura (cfr. Quadragesimo anno, n. 80). Cuando los responsables del bien común respetan el deseo humano natural de autogobierno basado en la subsidiariedad, dejan espacio a la responsabilidad y a la iniciativa individual, pero sobre todo dejan espacio al amor (cfr. Rm 13, 8; Deus caritas est, n. 28), que sigue siendo siempre "la mejor vía de todas" (1Co 12, 31). LA PARTICIPACIÓN Significado y valor “Consecuencia característica de la subsidiaridad es la participación, que se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común” La participación es sumamente importante en la vida de todos los ciudadanos, la misma, significa crecimiento, inserción, realización, en todos los ámbitos de la vida: social, económica, laboral, cultural, política, familiar, solidaria, etc. Además dignifica y realiza al ser humano haciéndolo sentir partícipe de la construcción responsable del bien común. La participación es mirar con ojos de diversidad a la familia humana, mientras existen grupos que lo tienen todo, otros grupos familiares de desocupados tienen derecho: A una remuneración justa. Derecho al descanso Derecho a la seguridad social. Participación y democracia “La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia. El gobierno democrático, en efecto, se define a partir de la atribución, por parte del pueblo, de poderes y funciones, que deben ejercitarse en su nombre, por su cuenta y a su favor; es evidente, pues, que toda democracia debe ser participativa. Lo cual comporta que los diversos sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados, escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que ésta desarrolla.” El concepto de participación alude al proceso por el que las comunidades y/o diferentes sectores sociales influyen en los proyectos, en los programas y en las políticas que les afectan, implicándose en la toma de decisiones y en la gestión de los recursos. Existen dos formas de concebirla; una como medio para conseguir mejores resultados y mayor eficiencia en los proyectos y otra como fin en sí misma, ligada a la idea de fortalecimiento democrático. Es en este segundo sentido como la entenderemos; como proceso de empoderamiento, que mejora las capacidades y el estatus de los grupos vulnerables, a la vez que les dota de mayor control e influencia sobre los recursos y procesos políticos. Participando cada uno desde el lugar que les corresponde, según el espíritu les dicte como vocación y servicio (1 Cor 12, 4ss.) instaurando entre todos y para todos todo lo necesario para construir un mundo Justo, donde prime el amor, la justicia, la igualdad, la solidaridad. Es participando como se construye la civilización del amor. EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD Significado y valor Las nuevas relaciones de interdependencia entre hombres y pueblos, que son, de hecho, formas de solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia solidaridad ético-social, que es la exigencia moral ínsita en todas las relaciones humanas. La solidaridad se presenta, por tanto, bajo dos aspectos complementarios: como principio social y como virtud moral. En situaciones límites, surge en los seres humanos el sentimiento de la solidaridad, cuando la crisis económicas, o ante alguna catástrofe el estremecimiento solidario acude al corazón del hombre, que responde ofreciendo y brindando ayuda, y es de los más humildes de donde surge la mayor ayuda, esto es bello y gratificante, pero es necesario crear conciencia solidaria trascendente, que involucre a todos por todos. No se pretende un montón de donativos, para practicar el “asistencialismo” sino trabajar personal y comunitariamente con empeño para lograr el bien común, y que no existan desigualdades y necesidades de asistencias. Junto a este principio podemos plantear la insolidaridad: el marcado crecimiento de la disímil distribución de los ingresos, sumerge a los hombres en una sociedad injusta; otra forma de insolidaridad es perder la cultura del trabajo, el incumplimiento responsable del mismo, la ineficacia, la inoperancia, dañan también a la comunidad ya que el mismo es un servicio a esta y un derecho que da de comer; y por último hacemos mención a la creciente marginación, provocadora de situaciones violentas por parte de los sectores excluidos, usados. Aparecida, hace mención a esta situación, cuando expresa: “la globalización comporta el riesgo de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo .Por ello, Benedicto XVI enfatiza que, “como en todos los campos de la actividad humana, la globalización debe regirse también por la ética, poniendo todo al servicio de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.” ¿Quiénes son los que hacen posible la globalización? Viene facilitado por las nuevas tecnologías y modos de comunicarse. Pero de fondo nos encontramos con el sujeto de estas actividades: la persona humana. Hombres y mujeres que hacen posible este conjunto de relaciones. Como en toda realidad humana conviene considerar al que realiza tal actividad. Conviene recordar que las acciones de cada uno son las que van forjando la sociedad en que vivimos. Con el trabajo cotidiano, con las iniciativas en este gran campo. Si aquí se apela al sentido ético de la globalización, quiere decir que ésta debe ponerse al servicio de la persona humana. Ésta guía es la que ofrece la Iglesia: dar a la persona la prioridad, no tergiversar el valor de cada hombre o mujer, que la sociedad en su conjunto pueda permitir el desarrollo de sus miembros. Esta parte de la enseñanza de la Iglesia la encontramos en la llamada “Doctrina Social de la Iglesia” donde encontramos los principios y criterios de acción que se desprenden del evangelio y de la tradición cristiana. Lastimosamente pocos son los que conocen esta parte de la enseñanza social. No son recetas, son principios que iluminan el actuar de los cristianos. No podemos esperar una “respuesta” sobre el modo de “hacer” la globalización. Esto es un campo de las ciencias humanas, de la economía por ejemplo. Y yendo a fondo, esto es un campo de trabajo propio de los laicos, que están en medio de todos los afanes sociales.
Posted on: Thu, 12 Sep 2013 10:36:04 +0000

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