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LUNES 29 DE JULIO En la Columna Por Manuel Sánchez de la Madrid El Padre Urzúa, Caxitlán y yo Me invitaron mis amigos el doctor Alfredo Cervantes Ochoa y el profesor Juan Oseguera, hace cerca de 40 años a localizar las ruinas de Caxitlán en una expedición que encabezaría el presbítero Roberto Urzúa Orozco. El único sobreviviente soy yo, los tres –de todos mis respetos y afecto- se adelantaron y estoy seguro de que estén en donde estén se alegrarán de este relato. Se fijó fecha para ir en la búsqueda del lugar en donde los primitivos habitantes de la región de lo que hoy es México habían decidido fuera su residencia, el caserío en donde ejercía mando y dominio el personaje al que conocemos como “Rey de Colimán”, el mismo al que en su Crónica Miscelánea el consultado Padre Tello refiere con el nombre de “Tzome”, cacique que ejercía dominio en una extensa zona llamada “Colimán” y me refiero a Caxitlán. Al respecto Don Ignacio G. Vizcarra en su cartilla “La Conquista de Colimán describió (…) el Rey de Colimán al tener las primeras noticias de la invasión de los conquistadores, convocó prontamente a sus caciques …”. Sin cronistas, que tomaran nota de lo que protagonizaron los conquistadores, soldados que apenas sabían escribir, sin método, casi ininteligibles enviaban cartas a familiares y a archivos en donde se acumulan quizás por millones, documentos muy importantes algunos, otros no tanto y la mayoría con exageraciones que sobredimensionaban la verdad, a fin de proyectar mayor valentía y arrojo. Vamos a lo nuestro, fui invitado a una expedición que me pareció importante, pero lo que hoy conocemos como la enfermedad del “dengue”, que en ese entonces la llamaban “trancazo” me tumbó en cama, ardiendo en calentura. Le llamé por teléfono a mi amigo Alfredo Cervantes, que al conocer mi problema me prescribió antibióticos como para curar a un caballo, que me pusieron en forma, sin embargo no había yo preparado nada, ni siquiera tenía royos para mi cámara fotográfica. Mi salvador, gran aficionado a la fotografía, me dijo que él me regalaría copias de las que captara. Lo cierto es que Alfredo tenía mejores cámaras que yo. Así, temprano al día siguiente salimos rumbo a Caleras, al lado del viejo casco de la que fue antigua hacienda y nos enfrentamos a un espectáculo singular, el señor presbítero estaba ya ahí, pero al frente de por lo menos tres docenas de infantes y dos macheteros. El Padre Urzúa era ya de por si un espectáculo, bajito de estatura, con una expresión en su cara que iba de lo simpático a lo burlón, caído de hombros, muy derechito, como la mayoría de los chaparritos, calzado con botas altas de cabetes sin abrochar y las valencianas de sus pantalones semi metidas en el tosco calzado. Ahí desayunamos un sabroso café, con unas piezas de pan y todo sobre las rodillas. Nos empina-mos un refresco y salimos a pie. Nuestro guía, el Padre Urzúa, hablando solo, discutía con él mis-mo, luego hacía de vez en vez un alto y consultaba con don Juan Oseguera. Debemos haber caminado quizás dos kilómetros o menos entre la cerrada maleza, por potreros en los que los pastos sudán y guinea se habían convertido lo mismo en plaga para las huertas de limón y palma, que alimento suculento para el ganado bovino. Siempre siguiendo al experimentado guía y delante de él, los macheteros y la parvada de niños que con guadañas medio hacían visible el suelo que pisábamos. El astro rey calentaba el ambiente, la humedad hacía difícil respirar y yo sudaba por ello y por el “trancazo”. Pericos, sanates, garzas, había muchas aves que se extrañaban de la presencia de expedicionarios retrasados, ya poco después de la mitad del siglo XX, graznaban y hacían ruidos como avisando de la invasión que cometíamos en sus dominios, que en verdad no estaban lejos de la civilización, pero nos encontrábamos sumidos entre todas las expresiones de la selva tropical. La vegetación y el clima, los árboles gigantes, las higueras y las parotas, todo igual como las selvas de Indonesia, de Borneo o de Siam, de la Malasia que tan bien reseñó en sus novelas Emilio Salgari, como Sandokan, El Tigre de la Malasia y otras. Solo hacían falta los piratas y los enormes felinos. “Ya llegamos. Aquí está Caxitlán” fue el grito que dominó el ambiente y que salió del ronco pecho del presbítero Roberto Ochoa. Perplejo caminé entre el monte de pasto alto y pude ver que sobresalían y destacaban, los muros en ruinas de lo que fue el Mesón de Caxitlán. Los macheteros y los niños en minutos despejaron lo que fue el patio y Don Juan y el Padre no podían controlar su alegría, su imaginación fecunda les hacía ver ese lugar habitado por los conquistadores, que la abandonaron tres siglos atrás. Destacaba entre lo que había, el abrazo que una gigante higuera hizo de una esquina del edificio cinco veces centenario, las raíces del gigante árbol que creció arriba de él, lo reforzaron y anclaron en el fértil suelo, lo que le permitió y le sigue sirviendo para burlar temblores y ciclones, al vandalismo del destructor hombre. La naturaleza escondió a Caxitlán que es la raíz. Hernán Cortés ordenó que una vez que fuera derrotado el cacique de Colima, se fundara “a tiro de piedra”, a corta distancia del lugar en donde estaban asentados los naturales, llamados “Tecos”, una villa y así fue. Después supe que no era ignorado el lugar de las ruinas del Mesón de Caxitlán, pero para mí, ese encuentro, esa excursión, fue el hallazgo histórico. Ahí alguno de los niños encontró un corroído y muy viejo sable, al que valuamos como un tesoro, mismo que por honor le correspondió al Padre Urzúa, quien documentó como llegó a saber la ubicación, como entre cajas y pápeles que parecían basura, encontró en la Parroquia de Tecomán, antes conocida como de Santo Santiago, información que con la ayuda de mi tío Alfonso de la Madrid paleo grafiaron y enriqueció así su acerbo sobre ese lugar, que yo reservo para darle vida a una historia que algún día terminaré de escribir. No me queda duda de que esa excursión sirvió para ubicar en definitiva a Caxitlán, que permane-ció ya conocido el lugar y respetado, al que se le construyeron ridículos símbolos y anexos irrespetuosos, pero ya es cuidado oficialmente y algún día habrá algún gobernante que conforme a un comité que sugiera como hacerle honor al sitio de nuestros orígenes. En 1997 se dieron cita varios historiadores y charlaron sobre diversos temas históricos muy interesantes, el Padre Urzúa, hombre con estupendo sentido de buen humor, burlón se salió del tema y de pronto dijo, palabras más, palabras menos, “¿Saben ustedes la verdad de Caxitlán? ¡Yo lo inventé” y siguió con su tema que era sobre los encomenderos de la región de Colima.
Posted on: Mon, 29 Jul 2013 06:37:22 +0000

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