Salmos 24 -El rey de gloria Salmo de David. 1 De - TopicsExpress



          

Salmos 24 -El rey de gloria Salmo de David. 1 De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan. 2 Porque él la fundó sobre los mares, Y la afirmó sobre los ríos. 3 ¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? 4 El limpio de manos y puro de corazón; El que no ha elevado su alma a cosas vanas, Ni jurado con engaño. 5 Él recibirá bendición de Jehová, Y justicia del Dios de salvación. 6 Tal es la generación de los que le buscan, De los que buscan tu rostro, oh Dios de Jacob. Selah 7 Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, Y alzaos vosotras, puertas eternas, Y entrará el Rey de gloria. 8 ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla. 9 Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, Y alzaos vosotras, puertas eternas, Y entrará el Rey de gloria. 10 ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, Él es el Rey de la gloria. Selah. Es éste un salmo de tono marcial y triunfante, en una especie de diálogo de los levitas. Es probable que fuese compuesto con ocasión del traslado del arca a Jerusalén (2 S. 6). En él observamos: I. El dominio de Dios sobre el mundo por medio de su providencia (vv. 1, 2) II. Las cualidades que se requieren de los verdaderos adoradores de Yahweh (vv. 3-6) III. Concluye el salmo con un himno coral al Rey de la gloria (vv. 7-10). En la Iglesia, los vv. 7-10 han sido referidos a la ascensión del Señor a los cielos, pero se trata más bien de una profecía acerca del regreso del Señor Jesucristo como Rey de la gloria para establecer en el Monte Sión su reino mesiánico (Is. 24:23; Ap. 14:1). Versículos 1-2 I. No hemos de pensar que sólo los cielos pertenecen al Señor y que esta tierra, siendo una parte insignificante del Universo, es tenida en menos por Dios, el cual no tiene interés en ella ¡No, no es así! También la tierra es de Yahweh y cuanto hay en ella(v. 1). 1. Cuando Dios la dio a nuestros primeros padres, se la entregó como arrendatarios, reservándose El la verdadera propiedad. Las minas, las bestias del campo, los frutos de la tierra, nuestras casas y haciendas, y aun todas las mejoras que el hombre ha introducido mediante su ingenio y su esfuerzo, todo es del Señor de los cielos. En comparación con el reino de la gracia, todo esto es considerado como cosa vacía, vanidad de vanidades; pero en el reino de la providencia es algo lleno: «...y la plenitud de ella», dice lit. el hebreo del v.1. 2. Suya es, de manera especial, la parte habitable de la tierra: «El mundo, y los que en él habitan» (v Pr. 8:3 1). Nosotros no somos dueños de nuestro cuerpo ni de nuestra alma: Somos de Cristo (1Co. 3:23). II. La tierra es de Dios por su indiscutible título de Creador de cuanto existe (v. 2): «Porque El la fundó sobre los mares y la afianzó sobre los ríos.» El la creó y acomodó para uso del hombre. La materia es suya, pues la hizo de la nada; la forma también es suya, pues la hizo conforme a los eternos designios de su mente. Continúa conservándola, ya que la afianzó, de forma que, aun cuando las generaciones se suceden unas a otras, la tierra siempre permanece sin alterar su estado general ni cambiar su órbita(v. Ec. 1:4). Firme fundó la tierra, y firme sigue (Sal. 119:90). Versículos 3-6 Desde este mundo y de cuanto lo llena, la meditación del salmista se eleva, de pronto, a las grandes cosas del mundo superior, cuyo fundamento no está en los mares ni en los ríos. 1. Esta tierra es el escabel de los pies de Dios; aquí estaremos por algún tiempo, muy poco, pues hemos de ir en breve a otro lugar, y « ¿Quién subirá al monte de Yahweh?» (v. 3). Es cierto que el monte de Yahweh es Sión, pero ya hemos dicho que tipifica al Cielo y, en este sentido, hemos de preguntarnos: ¿Quién subirá al Cielo para disfrutar de la gloria de Dios, después de haber disfrutado aquí de su gracia y de su comunión por medio de la oración, la palabra sagrada y las ordenanzas? Un alma que considere su propia naturaleza: su origen, su inmortalidad, etc., tras considerar la tierra y cuanto la llena, quedará insatisfecha y se dirá: « ¿Qué haré para subir al lugar santo, al santo monte donde Dios habita, y permanecer en aquel lugar dichoso, donde Dios extiende su propia morada sobre los suyos?» (Ap. 21:3). 2. Respondiendo a esa pregunta, el salmista enumera las cualidades del pueblo de Dios, de los que tendrán comunión con El en gracia y en gloria. Son: (A) Limpieza de manos: limpias de todo lo que ofende a Dios, hace daño al prójimo y contamina al propio sujeto; es limpieza exterior. (B) Pureza de corazón: la limpieza interior de un corazón sincero, hecho nuevo por la gracia mediante la fe, y conforme a la imagen y la voluntad de Dios (y. Mt. 5:8). (C) No haber alzado a lo vano su alma (lit.). Alzar el alma equivale a dirigir el afecto hacia algo: «lo vano» (es decir, lo vacío e inconsistente; hebr. shav). Esta expresión designa primordialmente los ídolos (3 1:7; Jer. 18:15), pero también puede significar lo efímero de la vida humana (89:7). (D) No haber jurado con engaño (y. 4); es decir, no haber defraudado al prójimo mediante un acto religioso. Resume el salmista diciendo (v. 6): «Tal es la generación de los que le buscan. » En toda generación hay un remanente al que son contadas las cosas de Yahweh (22:30). Como es al monte de Yahweh adonde tenemos que subir, es menester un esfuerzo especial en buscar a Dios, pues es «cuesta arriba». Hemos de poner toda diligencia en buscar el rostro de Dios, como Jacob (v. 6. Comp. Gn. 32:30), es decir, en lucha con Dios, hasta prevalecer como Jacob, que por eso se le cambió el nombre por el de Israel. Los que así buscan a Dios, recibirán toda clase de bendiciones de Yahweh (v.5) y, en especial, la justicia, tanto forense como interior, del Dios que salva (comp. 27:9). Versículos 7-10 Hallamos ahora ciertas repeticiones, que son usuales en los cánticos. Se demanda una y otra vez la entrada del Rey de la gloria; las puertas deben ser abiertas de par en par. « ¿Quién es ese Rey de la gloria? ¡Yahweh el fuerte y valiente! ¡Yahweh el poderoso en batalla! » (vv. 8, 10). 1. Esta espléndida entrada que aquí se nos describe, se refiere con toda probabilidad al solemne traslado del arca desde casa de Obededom al tabernáculo que le había preparado David en Jerusalén (2 5. 6). Mejor que «puertas eternas», habría de traducirse «portones seculares», esto es, antiguos, aludiendo quizás a la resistencia ofrecida por los jebuseos (v 2 S. 5:6-12). 2. Puede aplicarse a Cristo, de quien el arca, con su propiciatorio, era tipo. Nótese, sin embargo —nota del traductor—, que se trata de una acomodación. Las puertas del Cielo le debían ser abiertas a Cristo, esas puertas que bien pueden llamarse eternas. Nuestro Redentor las halló cerradas, pero, habiendo hecho, mediante su sangre, expiación por el pecado y obtenido así el título que le daba derecho a entrar en el santuario (He. 9:12), como quien tiene autoridad, demandó la entrada, no sólo para sí mismo, sino también para nosotros; porque, en calidad de pionero, ha entrado allá por nosotros, abriendo el reino de los cielos a todos los creyentes. Podemos aplicarlo también a la entrada de Cristo en el alma por medio de la Palabra y del Espíritu, para poner allí su santuario, pues somos su templo. La presencia de Cristo en las almas es como la del arca en el templo, pues las santifica.
Posted on: Mon, 04 Nov 2013 13:42:09 +0000

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