YA QUE SE INDEPENDICEN LOS CATALANES . Ruina económica: fuga de - TopicsExpress



          

YA QUE SE INDEPENDICEN LOS CATALANES . Ruina económica: fuga de capitales, más paro y aumento del déficit La secesión supondría una inmediata deslocalización empresarial, un desplome de las exportaciones y una fuerte caída del PIB que podría superar el 23%. Los nacionalistas anhelan una Cataluña libre, independiente... y pobre. La secesión de Cataluña sería su ruina económica: expulsada de la Unión Europea y del euro, incremento exponencial de su déficit, deuda y paro; desplome de las exportaciones... Tampoco sería una buena noticia económica para el resto del país. Y es que España y Cataluña, juntos, son más fuertes; tal y como rezaba la pancarta de la avioneta de Intereconomía en la pasada Diada. En el mismo momento en que Cataluña proclamara su independencia, la región estaría fuera de la Unión Europea. Además, durante los primeros años sería imposible que se volviera a reincorporar. Tendría que iniciar las negociaciones de entrada a la UE, proceso que dura varios años. Además, sería necesario que todos los países europeos estuvieran de acuerdo en su incorporación. Al menos uno de ellos, España, previsiblemente se situaría radicalmente en contra. También tendría que tener una economía saneada, situación harto complicada, según la mayoría de estudios publicados. La expulsión del club europeo conllevaría la salida del euro. Cataluña tendría que crear una moneda propia que nacería con una devaluación del 50%, según el presidente del Instituto de Estudios Económicos, José Luis Feito. También supondría la imposición de aranceles comunitarios a la exportación. Los productos exportados desde Cataluña hacia países de la UE se encarecerían un 7%, debido a estas barreras arancelarias, según datos publicados por la OCDE. Y es que la exportación de los productos catalanes sería uno de los indicadores que más se resentiría. Cataluña exporta el 56,4% de sus bienes a España, un 23,9% a otros países de Europa y un 19,7% al resto del mundo, según los datos del Institut d’Estadística de Catalunya, Idescat. Por tanto, la región perdería acceso a su primer mercado y un comercio equivalente al tamaño de una cuarta parte de su economía, según el profesor de Economía aplicada, Mikel Buesa. Ni mucho menos terminarían aquí las desgracias catalanas. Como consecuencia de todo lo anterior, muchas empresas ubicadas en Cataluña se fugarían de la región. Así lo anunció José Manuel Lara, presidente del Grupo Planeta, una de las empresas catalanas más importantes que huiría a otra región. De hecho, la deslocalización a otras partes como Madrid ya ha comenzado: 1.000 compañías catalanas emigraron a la capital española en el último año. Este desastre económico se traduciría en una caída de su PIB del 23,4%. Descendería de los 29.500 euros de PIB per cápita actuales a los 22.500. Pasaría a ser una región más pobre que la media española, al nivel de los ciudadanos de Ceuta, según señala Buesa en su informe. Sin euro y sin la UE, busca su lugar en el mundo Cataluña lucha por ser reconocida como un Estado más en las principales organizaciones internacionales. Al declarar unilateralmente su independencia y constituirse como un nuevo Estado, la UE hizo lo que el presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso, predijo que haría: “Seguir el derecho internacional”. El derecho internacional establece que en el caso de que se dé una separación unilateral y anticonstitucional de un territorio, este “nuevo” Estado quedará automáticamente fuera de la Unión Europea. Y así ocurrió. Sus fronteras se cerraron. Cataluña Se convirtió en un país tercero. Desapareció la libre circulación de capitales, y de personas. Llegaron los aranceles y las aduanas, los cambios de divisas gravaron las importaciones y la zona Schengen se convirtió en un ideal. Para formar parte de la UE, Cataluña necesita el voto unánime de los 28 estados miembros. Aun en el caso de que España finalmente reconozca el Estado catalán, nadie más quiere abrir la caja de Pandora. El precedente que esto sentaría, alentaría los procesos independentistas en otros países. Bélgica, Reino Unido, Italia, Francia... En toda Europa se despierta el fantasma de la secesión. En este estado de marginación, Cataluña se ha visto obligada a buscar el reconocimiento de actores no reconocidos por la Comunidad Internacional. Transnistria (región de Moldavia), Osetia del Sur (robada a Georgia), Abjasia (también Georgia) y Nagorno Karabaj (Azerbaján) fueron los primeros en tender una mano al nuevo Estado catalán. Así, cinco años después de la gran aventura independentista, Cataluña, sin euro y sin la Unión Europea, busca su lugar en el mundo. La Constitución catalana que emanaría del consejo de transición nacional podría expulsar a los actuales grupos políticos que no juraran la nueva Carta Magna de 2017. Después de las elecciones plebiscitarias de otoño de 2016 que ha anunciado Artur Mas que convocará si no pueden celebrar un referéndum de autodeterminación, darían paso a una declaración unilateral de independencia en el Parlament. Este proceso al que los independentistas y nacionalistas denominan de transición nacional no sólo violaría el ordenamiento jurídico constitucional, sino también el autonómico, al no seguir el proceso de reforma que enmarca el Estatut de 2006 en su título VII. La nueva Carta Magna catalana de 2017 podría asumir el reconocimiento a la “pluralidad política” de la española de 1978, o la adopción restrictiva de la Ley fundamental alemana que prevé mediante el Tribunal Constitucional la ilegalización de los partidos que no reconozcan el orden establecido. Si se adoptara esta última tesitura, podría haber una paradoja: que los partidos constitucionalistas como PP, PSC o Ciutadans se vieran ilegalizados; y en España, ERC pudiera seguir presentándose a las elecciones en la Comunidad Valenciana, Baleares y Cortes Generales. Otra de las preocupaciones que tendrían los políticos catalanes en ese escenario sería el de garantizar la seguridad pública mediante los Mossos d’Esquadra. En este cuerpo deberían crear una brigada de contraespionaje para localizar a los posibles topos que pudiera haber, ya que en antiguas promociones se incorporaron muchos ex agentes de la Policía Nacional y Guardia Civil. Y entre otras instituciones de seguridad y Defensa, estaría el Cesicat que hasta ahora desempeña funciones de ciberseguridad y encriptación, que pasaría a desempeñar otras más propias de un servicio secreto. Y cómo no, el Ejército catalán tendría una capacidad de 25.000 soldados, como estima el Centre d’Estudis Estratègics de Catalunya que dirige Miquel Sellarès, primer director y creador de la Policía Autonómica catalana. Otro de los retos que tendrían los dirigentes catalanes sería la de encajar el Valle de Arán en el nuevo país. Una comarca en la que sus ciudadanos manifiestan tener una identidad distinta a la catalana, la occitana, y en la que los partidos nacionalistas no tienen mayoría. En las últimas elecciones autonómicas los partidos constitucionalistas obtuvieron 1971 votos en Arán sin tener en cuenta los 235 votos de ICV. Y los grupos soberanistas: CiU, ERC y CUP tuvieron 1615 votos. La secesión de esta comarca podría abrir la veda a una desestabilización política en zonas como el límite con Aragón, las Tierras del Ebro y las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona. El Clásico de la liga: Barcelona-Espanyol La pregunta obligada en cualquier discusión con un independentista: ¿qué pasaría con el Barça-Madrid? La respuesta, a priori, es que los equipos catalanes no jugarían la Liga. Joan Laporta, preguntado sobre la cuestión, respondía que podría formarse una confederación ibérica de fútbol (fusionando liga española, portuguesa y catalana). En un escenario más realista, la Federación Española castigaría a los equipos catalanes a jugar su propia liga. El Barcelona quizá buscaría refugio en Francia pero ésta sería una solución insatisfactoria. El club perdería millones y no está claro que sus estrellas permanecieran para jugar una temporada completa con partidos en el campo del Cornellà. Quedaría la Champions League (siempre que la UEFA aceptara la Liga Catalana) pero la rivalidad Barça-Madrid estaría seriamente amenazada. El Gordo de Navidad es otra de las preocupaciones. Artur Mas, construyendo sus estructuras de Estado, ha pensado también en la lotería. La Grossa es el nuevo sorteo de la Generalitat, realizado a finales de año. Mas busca ingresos de forma desesperada pero la apuesta puede terminar en fiasco, resulta imposible competir emocionalmente contra el Gordo de Navidad. Fractura social Aumenta la división. La caída de la recaudación pública ha incrementado el sentimiento de envidia hacia los empresarios; los partidos de izquierda ganan poder y proponen aumentar los impuestos a los ricos. Han pasado cinco años desde el día en el que Artur Mas proclamó la independencia y la situación no ha mejorado, más bien lo contrario. Cataluña sigue siendo una región rica en comparación a la media española pero los costes del proceso han sido elevados, para todas las partes. Las promesas soberanistas no se han materializado. Los estudios teóricos de algunos economistas de prestigio anunciaban más dinero para las arcas de la Generalitat, dinero que financiaría carreteras, hospitales y colegios. A la práctica, este dinero nunca llegó y las autopistas siguen siendo de peaje. Cierto que el déficit fiscal ha sido eliminado—ya no hay transferencias negativas a Moncloa—pero la Generalitat recauda hoy menos. Muchas empresas catalanas trasladaron su sede a Madrid, no pagan ya sus impuestos en Cataluña. Además, el boicot a los productos catalanes ha tenido un gran impacto en sus resultados. Manteniendo la condición de fronteras abiertas, los empresarios emigran en busca de un clima menos hostil con sus negocios. Cierran empresas, aumenta el número de desempleados, los partidos proponen mayor redistribución y entramos en un bucle catastrófico. ¿Quién paga entonces los impuestos? Llegados a esta situación, el sistema económico estaría al borde del colapso. Riesgo de caer en un populismo bolivariano. Identificaríamos a un enemigo exterior (imaginario) con la excusa de expropiar en sectores estratégicos y no pagar la deuda contraída. No terminan aquí los problemas, la división entre españolistas y catalanistas es cada día mayor. Las leyes en materia de educación, libertad de prensa y libertad económica dividen a la ciudadanía. En medio de todo esto, hay quien sigue culpando a España de todos los problemas, hablan de un déficit histórico. Mismo discurso que utilizan los descendientes incas con el oro (pero sin oro de por medio). Nadie sabe qué pasará en el futuro pero, sin grandes expectativas de crecimiento, la crisis económica parece el nuevo equilibrio del sistema. El pesimismo se extiende entre la población. Regresemos al presente. A día de hoy, no hay indicios de conflictividad en las calles de Barcelona. Anécdotas, de momento. El vecino del tercero cuelga la senyera, el vecino del cuarto la rojigualda. La ciudad vive cada 11 de septiembre una extraña competición de banderas. Algún votante de Iniciativa per Catalunya, partido ecologista de ideología marxista, aprovecha para colgar la bandera del Sáhara Occidental. Los turistas siguen haciendo fotos sin entender la situación. Nadie sabe cómo evolucionarían estas rencillas ante un futuro referéndum pero el clima social está enrarecido. La sociedad catalana está dividida en tres grandes bloques: los que están a favor de la independencia, los que están en contra y los que no están ni a favor ni en contra. Hasta hace apenas unos años el primer grupo era un movimiento residual, con apenas un 10% de apoyo en las urnas. Jordi Pujol ganaba cómodamente las elecciones y los catalanes entendían su futuro dentro de España. Ahora las cosas han cambiado y, según las últimas encuestas, el sí podría ser mayoritario. Muchos factores pueden explicar este cambio. El más repetido entre los políticos es el de la desilusión, entienden que Madrid ha incumplido sus compromisos con Cataluña. Artur Mas mantiene su huida hacia adelante de consecuencias imprevisibles, los convergents hablan de un “punto de no retorno” en el que ya es demasiado tarde para negociar. El éxito del proceso dependerá del tercer grupo, quienes no comparten el entusiasmo de los nacionalistas pero escuchan, por vez primera, sus argumentos. No está claro su voto porque, en las circunstancias actuales, no tienen clara su posición. Es en este contexto de incertidumbre donde pequeños detalles –Alianza Nacional en la librería Blanquerna– pueden determinar el resultado. Campaña mediática y los indecisos terminan decantándose por el sí. ¿Puede producirse una escalada de violencia? La Asamblea Nacional Catalana insiste en el carácter pacífico de la reivindicación pero el temor a incidentes graves es real. Los radicales, de ambos bandos, representan una amenaza a la convivencia. Actuaciones irresponsables de los políticos, también. No es casualidad que el repunte del independentismo haya coincidido con los años más severos de la recesión. El nacionalismo aprovechó la situación estratégicamente. “Cataluña está en crisis por culpa de España.” Ésta es la idea que han vendido los políticos y ésta es la idea que ha comprado la mayoría de la población. Era fácil venderla: ofrece un culpable abstracto, eludiendo con ello la responsabilidad individual. Algunos simpatizantes creen, ingenuamente, que ganarán más dinero el día después del referéndum. Los medios de comunicación, deficitarios y subvencionados, han jugado un papel clave a la hora de extender el mensaje. En cualquier caso, nada hace pensar que el país solucionaría sus problemas. Mantendríamos una Administración sobredimensionada, con impuestos altos y regulación excesiva. Las actuales estructuras políticas, freno de la economía, permanecerían intactas; la Generalitat, con mentalidad chovinista, no aplicaría reformas liberalizadoras necesarias para aumentar la productividad. El caso guarda cierto parecido con el 15-M, movimiento ciudadano que prometió corregir los vicios del sistema en mayo de 2011. El capitalismo, a pesar de los errores de interpretación patrios, sigue siendo el único modelo viable. Después de meses de reivindicación, el movimiento terminó fraccionado en subgrupos sin poder. Había esperanzas de cambio entre los manifestantes y la decepción es hoy evidente. La decepción en el frente catalán, incluso de conseguirse el objetivo, sería la misma. Quienes estaban inmersos en el nirvana independentista, al final entenderían que el problema de Cataluña no era España.
Posted on: Mon, 16 Sep 2013 14:49:59 +0000

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